Anatoli Stozki, detenido dos veces en Jersón, una ciudad del sur de Ucrania que estuvo ocho meses bajo ocupación rusa, relató los interrogatorios a los que le sometieron los servicios rusos y prorrusos, salpicados de golpes y descargas eléctricas.
Anatoli, que, armado con un fusil se incorporó en una unidad de la fuerza territorial de defensa ucraniana el 24 de febrero, al comienzo de la invasión rusa, se encontraba en Jersón el 2 de marzo, cuando las fuerzas de Moscú entraron en la ciudad. Se le ordenó que se quedara en casa con su arma y que esperara instrucciones.
“Después de dos o tres semanas, los rusos encontraron la lista de los que habíamos sido reclutados en la defensa territorial, y comenzaron a arrestarnos”, contó a periodistas de la AFP en su casa del centro de la ciudad, pocos días después de la liberación de Jersón, el 11 de noviembre.
El 25 de abril, “vinieron aquí. Yo estaba con mi esposa y mi hija de 3 años. Les di mi arma porque amenazaban con matar a mi familia”, explicó. Luego se lo llevaron, encapuchado, a lo que cree era una comisaría cercana.
Lo metieron en una celda y lo “ataron a una silla”. “Tres o cuatro personas me interrogaron. Me golpearon con una porra y me pusieron una pistola o un rifle en la cabeza. Me daban golpes a ambos lados de la cabeza, en la parte de arriba y en las orejas, por lo que no dejaban marcas”, contó.
Según él, hombres encapuchados -de los servicios de seguridad rusos- lo interrogaron sobre su arma. “Me preguntaron dónde la había conseguido, quién me la había dado y por qué no la había entregado” después de que los rusos entraran en la ciudad, dijo. Le quitaron el pasaporte, tomaron sus huellas dactilares y muestran de ADN y le dijeron que ahora estaba en una base de datos, que debía permanecer en la ciudad y colaborar con los rusos. Lo liberaron el 4 de mayo, en la calle, con la cabeza tapada.
Cubierto de moretones
“Cuando llegué a casa estaba cubierto de moretones”, contó Anatoli. “Pensé en dejar la ciudad, pero tenía miedo”, agregó. En cambio, hizo salir a su mujer y a su hija pasando por un puesto de control en Zaporiyia, a 300 km al noreste de Jersón.
Fue arrestado por segunda vez el 6 de julio. Según él, se trataba entonces de hombres del Ministerio de Seguridad del estado de la República Popular de Donetsk, una región anexada a finales de septiembre por Moscú. “Vinieron a mi casa y me dijeron: ‘sabemos que ya fue detenido, pero el interrogatorio estaba incompleto. Ahora nos contará a quién conoce y dónde hay depósitos de armas’”, explicó.
“Durante los primeros 5 o 6 días me golpearon. Por la noche no me dejaban dormir. Cada dos horas, entraban en la celda y me obligaban a levantarme y decir mi nombre. No podía acostarme porque estaba sentado, esposado a una tubería”, afirmó.
Cada vez que sus carceleros entraban en la celda, tenía que ponerse una bolsa en la cabeza para no verlos, de lo contrario era golpeado. Un día lo llevaron a otra celda para interrogarlo.
Descargas eléctricas
“Me ataron de pies y manos y me echaron al suelo. Sujetaron unas pinzas cocodrilo a mis dedos y me electrocutaron”, declaró Anatoli. Él cree que fue electrocutado con “un dispositivo especial, porque la energía provenía de una caja”. Según él, rara vez se le permitió ir al baño. Orinaba en botellas vacías que le daban en la celda.
“Durante las dos primeras semanas oriné sangre. Mis riñones estaban en mal estado. En las celdas había agujeros en la pared y podía comunicarme con otros reclusos. Esto me permitió no perder la cordura”, agregó, precisando que le daban de comer una vez cada tres días.
Al final, fue puesto en libertad el 20 de agosto, después de un mes y medio de detención. No regresó a su hogar y se escondió en casa de familiares, temiendo ser detenido de nuevo. Perdió 25 kilos durante su cautiverio, afirmó. Según él, el segundo lugar de detención era un antiguo edificio de oficinas del centro de la ciudad. Pudo ver banderas de Japón, Estados Unidos y Ucrania por el suelo en la entrada.
El inmueble, de cuatro pisos, se encuentra en la calle Pylypa Orlyk. Los periodistas de la AFP intentaron entrar, sin éxito, porque “una investigación está en curso”, indicó a la AFP un hombre en el punto de acceso. “Pensé en suicidarme”, comentó Anatoli, que cumplió 50 años bajo custodia. “Pero pensar en mi familia me dio la fuerza necesaria para soportar todo esto”, aseguró.
Con información de AFP.