“Si las elecciones presidenciales en Perú fueran hoy, ganaría Pedro Castillo, y el país vecino se convertiría en un Estado fallido como Venezuela”. Esa es la tesis que los detractores del candidato de izquierda quieren hacerle creer a su país, pues todo indica que será el próximo presidente peruano.
Convertir a Venezuela en el coco latinoamericano, es decir, un modelo económico y político que asusta y espanta, es una salida fácil a un escenario mucho más complejo: la dirigencia de los últimos años ha dejado tanto que desear que los peruanos prefieren irse al otro extremo y elegir a un sindicalista por encima de cualquier político tradicional, en especial de Keiko Fujimori.
Castillo fue la gran sorpresa durante la primera vuelta electoral el pasado 11 de abril, en la que participaron 18 candidatos. El representante del partido Perú Libre logró pasar a la segunda vuelta con 18,92 por ciento de los votos, seguido por Fujimori, de Fuerza Popular, con 13,40 por ciento. Sumados no superan el 33 por ciento de los votos de los peruanos que acudieron ese día a las urnas. No despertaron las pasiones que provocan hoy, cuando a solo cinco semanas de la segunda vuelta las encuestas le toman el pulso a la derecha versus la izquierda.
En todos los sondeos realizados desde mediados de abril, gana –y por mucho– Castillo. El más reciente, efectuado por el Instituto de Estudios Peruanos y difundido por el diario La República, abre aún más el margen entre ambos candidatos al registrar que 41,5 por ciento votaría por la izquierda, y 21,5, por la derecha.
A Castillo lo conoció Perú protestando. El hoy candidato presidencial, de 51 años, fue el líder más visible durante la huelga de maestros en 2017, que logró poner en jaque al Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. Un millón y medio de estudiantes dejaron de ir a las aulas durante dos meses por el paro de profesores, que exigía mejores sueldos y condiciones.
La huelga se saldó con promesas no del todo cumplidas, y lanzó al ruedo político a su máximo representante, quien pasó del anonimato a tener su cara en los diarios y noticieros, y ahora en una boleta electoral. Castillo ya estaba acostumbrado a protestar.
Lo lleva haciendo desde que era adolescente en su natal Puña, un poblado en la región de Cajamarca. Como estudiante, se sumó a las “rondas campesinas”, organizaciones comunales destinadas a proteger a la población de los grupos terroristas Sendero Luminoso y MRTA en la década de los ochenta. Estudió para ser maestro de primaria, cargo que ejerce cuando no está sobre un caballo haciendo campaña en zonas rurales, de sombrero y con un lápiz en la mano.
Del otro lado se encuentra Keiko Fujimori. A sus 45 años, la hija del expresidente y dictador Alberto Fujimori ya es una política curtida. A los 20 años se convirtió en la primera dama más joven del continente al separarse sus padres, y asumir ella las funciones de su madre, Susana Higuchi. Esta es su tercera campaña presidencial. Ya lo había intentado en 2011 y 2016.
Por presuntamente haber recibido 1,2 millones de dólares de la empresa brasileña Odebrecht para la campaña en 2011, la Fiscalía peruana pide 30 años de cárcel para la líder política, acusada de lavado de activos y organización criminal. Keiko, también señalada de haber recibido más de 3 millones de dólares del Grupo Romero, podría ver suspendido el proceso legal en su contra si resulta electa.
Tristemente para el Perú, la corrupción de sus líderes no es novedad. Seis mandatarios han sido acusados de corruptos. Desde Alberto Fujimori hasta Martín Vizcarra, pasando por Alan García –que se suicidó cuando iba a ser arrestado–, y Alejandro Toledo, pedido en extradición a Estados Unidos. Alberto Fujimori paga una condena de 25 años de cárcel por violaciones a los derechos humanos durante los diez años que estuvo en el poder. Para Keiko, quién vivió dos periodos de detención preventiva, la encarcelación de su padre, de 82 años, es un asunto personal.
Entre sus compromisos, si llega a la presidencia, incluye indultarlo. A la corrupción, que afecta la imagen de la clase dirigente, a la que pertenece Fujimori, se suma la pobreza y el mal manejo de la crisis por la pandemia.
De acuerdo con el FMI, la pobreza en Perú aumentó en 1,8 millones de personas el año pasado, y alcanzó un índice de 27,5 por ciento; es decir que casi una tercera parte de la población es pobre. A esa frustración, caldo de cultivo para candidatos populistas, se suma la mala estrategia ante la covid, que deja más de 60.000 muertos y 1,7 millones de contagios.
El éxito de Castillo es una medida del fracaso de las administraciones pasadas, y el hastío de los peruanos con la corrupción y el mal gobierno. “No somos comunistas, no somos chavistas, no somos terroristas”, dijo Castillo, saliéndoles al paso a los críticos que dicen que su filosofía marxista replicaría en Perú el modelo de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa.
La aclaración es válida si se tiene en cuenta que uno de los principales planes de gobierno de Castillo incluye un programa económico que él ha llamado “economía popular con mercados”, que le permitiría al Estado quedarse con 80 por ciento de las ganancias de las transnacionales. Castillo propone aumentar el presupuesto para agricultura, educación y medioambiente, y amenazó con nacionalizar la minería. Su programa de gobierno incluye redactar una nueva constitución mediante una asamblea constituyente, y eliminar el Tribunal Constitucional para que los magistrados sean elegidos por votaciones.
La sola posibilidad de que llegue al poder un líder de izquierda unió a la derecha en Perú, y provocó reacciones, como la del nobel de literatura Mario Vargas Llosa, un apasionado antifujimorista, que esta vez votará por Keiko.
“Tengo el convencimiento absoluto de que si Castillo, con semejantes ideas, llega a tomar el poder en la segunda vuelta electoral, dentro de un par de meses, no volverá a haber elecciones limpias en el Perú”, escribió para su columna en El País de España, haciendo eco de la preocupación de quienes creen que un mandatario populista puede ser un elemento desestabilizador en la región. Vargas Llosa reconoce en su columna que está alarmado ante la posibilidad de “otra Venezuela”, y concluye con un mensaje para sus compatriotas: “El derecho a votar no basta, si los peruanos se equivocan y votan mal. Ya lo hicieron en la primera vuelta. Es importante que no dupliquen el error”.