Las imágenes hablan por sí solas. Cuando los legisladores se preparaban para certificar los resultados de las elecciones presidenciales que le dieron la victoria a Joe Biden en noviembre, cientos de fanáticos de Donald Trump, inducidos por el propio magnate a desconocer la derrota, asediaron el Capitolio de Estados Unidos, templo de la democracia norteamericana. Personajes salidos de una auténtica distopía entraron al recinto, rondaron los pasillos y despachos a sus anchas y ocuparon el hemiciclo del Senado, mientras los políticos permanecían atrincherados y con máscaras antigás, forzados a refugiarse ante la increíble emboscada. Atónito, el mundo constataba la prueba absoluta del estado de decadencia en el que Trump deja la democracia norteamericana tras cuatro años de caos. De bastión de las instituciones que forjaron la democracia en el mundo, Estados Unidos pasó a recrear un espectáculo propio de una república bananera.
A pesar de la incredulidad a la que inducen las imágenes, la amenaza había sido advertida hasta el hartazgo. Durante toda su campaña electoral, el mandatario instigó a sus seguidores más acérrimos para que se mantuvieran expectantes ante una probable derrota en las elecciones presidenciales. “Retrocedan y esperen”, fueron las palabras de Trump para los supremacistas blancos, que conforman buena parte de su fanaticada más recalcitrante, en uno de sus debates presidenciales. Hace poco, en Míchigan, Trump les pidió a sus seguidores “liberar” al país, recordando que su obstinación por mantenerse en el poder carecía de cualquier escrúpulo.
Como escribió Brian Klaas en The Washington Post, “El ataque al Capitolio es deprimente, trágico y aterrador. Pero sería una mentira decir que fue una sorpresa. Fue totalmente predecible. Todos hemos advertido sobre la violencia que ha avivado Trump durante años”. Y agrega: “Esto es lo que pasa cuando se elige a un populista autoritario que invita al conflicto, demoniza a sus rivales políticos y busca la manera de subvertir la democracia para mantenerse en el poder”.
Mientras Biden ganaba terreno en las encuestas durante la campaña electoral, el traspaso de poder como dicta la ley se convirtió en una utopía. El mandatario no dejaba de advertir, de manera infundada, que las elecciones serían un fraude. Pero todas sus denuncias fueron desestimadas a lo largo del país, por lo que solo le quedó la posibilidad de entregar el poder por la fuerza, o al menos socavando por completo el sistema electoral y democrático estadounidense. Incluso, después del papelón mundial del Capitolio, y luego de que Trump finalmente reconociera que dejará pacíficamente el puesto el 20 de enero, nadie se anima a afirmar que esta haya sido la última vez que arremete de esta manera.
El Partido Republicano es el otro gran señalado en medio de este desastre. Aunque algunos miembros de la colectividad descartaron las acusaciones de fraude de Trump, otros prefirieron guardar silencio incluso cuando apoyó a los supremacistas.
Para muchos, la toma del Capitolio fue posible gracias a la alcahuetería de los copartidarios del magnate. Durante los últimos días, al menos 11 senadores estuvieron dispuestos a desconocer la victoria de Biden, como una provocación para el mandatario entrante, a pesar de que nunca existió alguna prueba que pusiera en duda la victoria del demócrata en las elecciones. Con su actitud negligente, una parte considerable del Partido Republicano se puso del lado de Trump, sin entender las consecuencias que su movimiento político tendría para la reputación de la democracia estadounidense.
La mancha podría ser imborrable para los republicanos, y no es la primera vez que dan pie al desacato a la ley por parte de Trump. Para la historia quedará el impeachment contra el magnate, acusado de abuso de poder al utilizar sus influencias en la Casa Blanca para que Ucrania investigara los negocios de Hunter Biden, hijo del presidente electo, en aquel país. Todos los republicanos del Senado, a excepción de Mitt Romney, desestimaron el caso sin siquiera conocer nuevas pruebas y escuchar a testigos de peso. Meses después, y con el impeachment en el olvido, la obstinación republicana para proteger los intereses del mandatario finalmente les ha salido cara, quedando expuesta de la manera más vergonzosa ante los ojos de todo el mundo.
Como era de esperarse, los rivales políticos de Estados Unidos han aprovechado la oportunidad para, con falsa moral, señalar el asalto al Capitolio como prueba latente del fracaso del modelo democrático occidental. “El sistema electoral de Estados Unidos es arcaico, no responde a las normas democráticas modernas”, declaró María Zajárova, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso; el presidente de Irán, Hasán Rohaní, aseguró que “lo que hemos visto en Estados Unidos muestra, ante todo, cómo la democracia occidental es vulnerable y frágil”; y para el Gobierno de Nicolás Maduro, el asalto al Capitolio “no hace sino reflejar la profunda crisis del sistema político y social”.
Los demócratas, conscientes de que Trump ha dejado a su país expuesto a los ataques de los regímenes internacionales, buscan detener al magnate como haga falta. En el Congreso, los principales dirigentes demócratas exhortaron al vicepresidente Mike Pence y al gabinete de Trump a invocar la vigesimoquinta enmienda de la Constitución para declarar al mandatario “no apto” y sacarlo del poder, advirtiendo que, de lo contrario, el presidente republicano sería sometido a un nuevo juicio político. Como escribió Bret Stephens en The New York Times, “Permitir que Trump cumpla su mandato, por breve que sea, pone en riesgo la seguridad de la nación, deja nuestra reputación como democracia por el suelo e ignora que el asalto al Congreso fue un acto de sedición violenta instigado por un presidente sin ley, inmoral y aterrador”.
La novela del Capitolio se dio en medio de unas elecciones claves para que los demócratas, durante la era Biden, puedan revertir la histeria en la que Trump dejó al país. Estaba por definirse la segunda vuelta de las elecciones al Senado en Georgia, con la que los demócratas, tras la victoria de Jon Ossoff y Raphael Warnock, aseguraron la mayoría en la Cámara Alta.
En todo caso, lo del Capitolio fue algo que muchos no se imaginaban ni en sus peores pesadillas. A tan solo días de que acabe el mandato de Trump, el magnate ha logrado consumar el que podría ser su canto de cisne, la obra maestra del terror con la que terminó de socavar la democracia norteamericana. Tras años de incertidumbre, ahora queda en manos de Biden restaurar la integridad estadounidense, que con episodios como las protestas contra el racismo también dejó en evidencia que el país tiene deudas pendientes con su pasado. Biden tendrá que preguntarse si un regreso a la normalidad no sería un error; Estados Unidos podría necesitar una vuelta de tuerca para que en el futuro no regrese el fantasma de Donald Trump.