Hace unas semanas, Italia tenía un futuro político borroso. El triunfo de la ultraderecha parecía inevitable, ante el estallido de una crisis institucional sin precedentes. Era casi un hecho que el nuevo primer ministro sería el mediático Matteo Salvini, a quien sus contradictores apodaron“pequeño Mussolini” por sus similitudes ideológicas con el líder del fascismo. Pero el presidente de la república, Sergio Mattarella, logró lo imposible. Construyó un nuevo gobierno en 20 días, con el recién dimitido Giuseppe Conte al frente y una agenda opuesta a la de Salvini. Así, no solamente frenó el ascenso de la ultraderecha, sino que también salvó a su país del colapso institucional. ¿Cómo lo hizo? Todo comenzó cuando Salvini, el líder del partido Liga y entonces ministro del Interior, desató inesperadamente una crisis política. En plenas vacaciones de verano, anunció la ruptura de la coalición de gobierno entre su partido y el Movimiento 5 Estrellas, que tenía en el poder a Giuseppe Conte, una figura académica que habían entronizado justo por no tener una filiación política. El polémico Salvini llamó a elecciones anticipadas, y pidió a los italianos darle “plenos poderes”, frase famosa de Benito Mussolini. Ello desencadenó un efecto dominó. Conte renunció tras acusar al ultraderechista y euroescéptico Salvini de “oportunista e irresponsable” y de “no respetar las reglas”.
La situación planteaba dos opciones: formar una nueva coalición o llamar a elecciones anticipadas, en las que Salvini tenía todas las de ganar. Mattarella, de vacaciones con su familia en Cerdeña, y sin un plan B, jugó un rol central contra reloj. Sacó a relucir sus dotes de estratega, y gracias a su talante analítico y conciliador, logró que dos enemigos históricos, el Partido Demócrata y el antisistema Movimiento 5 Estrellas, se pusieran de acuerdo para formar una nueva coalición. De la mano de Mattarella, Conte volvió a su cargo de primer ministro convertido en estadista. Esta semana, esa alianza recibió la aprobación de la Cámara de Diputados y el Senado, con lo que sorteó con éxito la peor crisis de los últimos tiempos. Así, Mattarella consiguió que su país pasara de la ultraderecha antiinmigrante a la centroizquierda, y fortaleció los debilitados vínculos con la Unión Europea.
Como le dijo a SEMANA Giovanna De Maio, experta en política italiana en The Brookings Institution, el rol del presidente “representa la unidad nacional, y es particularmente importante en momentos de crisis, cuando las fuerzas políticas no pueden encontrar una salida por su cuenta”. ¿Quién es ese hombre que funciona como garantía para la democracia italiana y que prefiere pasar desapercibido? Sergio Mattarella lleva la política en las venas. Su padre, Bernardo, fue uno de los fundadores de la Democracia Cristiana, partido de centro que gobernó durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX. El actual inquilino del Quirinal tiene vivo el recuerdo de la intolerancia, pues el régimen de Mussolini persiguió a su padre por oponerse al fascismo. Mattarella es un líder discreto que contrasta con la tendencia de la política del espectáculo, que cada vez domina a más servidores públicos. Ha dado muy pocas entrevistas en su vida, pues le incomoda la atención mediática.
De hecho, llegó a la política por accidente. En 1980, cuando era profesor de derecho, el dolor marcó para siempre su destino. Su hermano, Piersanti, histórico líder de la Democracia Cristiana, murió cuando un sicario del grupo mafioso Cosa Nostra le disparó ocho veces cuando se dirigía a misa. Sergio corrió a socorrerlo. Un fotógrafo captó el instante en el que el hoy jefe del Estado sujetaba la cabeza de su hermano moribundo. Esa escena describe al presidente, quien a partir de ese momento decidió dedicarse a la causa que le costó la vida a su hermano; la lucha contra las mafias. En una de las escasas entrevistas que ha dado, Mattarella confesó que vivió con miedo durante mucho tiempo, pero que “si uno tiene respeto por su propia dignidad como ser humano, es algo que toca hacer de todos modos”. Ello explica su tesón, ha luchado contra los mafiosos desde la trinchera de la institucionalidad. “Tengo mis ideas, pero debo dejarlas a un lado”, suele decir el presidente, elegido para ese cargo no ejecutivo en 2015.