Las redes sociales, más allá de compartir episodios de humor o ser el espacio para denuncias e historias habituales, también permiten conocer información ‘curiosa’ y, para algunos, hasta impensable. La naturaleza y sus secretos son ejemplo de ello, tanto para los amantes del reino animal como para quienes mantienen su distancia sobre esos temas.
Recientemente volvió a ocupar un primer plano lo que pasa con el cuerpo de las ballenas una vez mueren. El dato que resultó en una novedad para varios usuarios es que algunos cetáceos explotan al cabo de un tiempo, ¿pero cuál es la razón?
“Con mi novia nos enteramos que las ballenas cuando se mueren explotan y estamos hace 30 minutos viendo videos de ballenas explotando así”, dijo en Twitter un internauta. La respuesta del por qué, según expertos, está en la interrupción que sufre el proceso para liberar gases nocivos, luego de que la ballena muere.
“Una ballena ingiere gran cantidad de comida que, al descomponerse genera gases tóxicos e inflamables como metano y amoniaco. Cuando la ballena muere, estos gases no pueden liberarse por procesos normales (...), y se acumulan en su interior hasta crear una bomba letal”, apuntó la bióloga Nataly Castelblanco.
Otros especialistas dijeron a National Geographic que, como parte de la fase de descomposición, se va acumulando un gas que finalmente es lo que deriva en que el cuerpo, pese al grosor de la piel, conduzca a una detonación prácticamente inminente.
Los habituales encallamientos
No son pocos los animales marinos que, anualmente, son encontrados sin vida en diferentes costas y sobre los cuales resulta complicado hacer una precisión. La intensidad de la marea es una de las razones por las que, por ejemplo, miles de ballenas terminan casi en la orilla del océano, independientemente de si están en buenas condiciones o con alguna lesión.
“Los varamientos de mamíferos marinos, vivos o muertos, no son particularmente infrecuentes. En el caso de ballenas grandes (como los cetáceos azules) son mucho más raros simplemente porque quedan muy pocas ballenas azules”, explicó a National Geographic el biólogo marino Andrew David Thaler.
Sumado a los encallamientos, está el riesgo que suponen las trampas humanas para los animales marítimos. Según la Comisión Ballenera Internacional (IWC, por sus siglas en inglés), se calcula que más de 300.000 delfines y ballenas mueren cada año al quedar atrapados en redes de pesca. Lo anterior, supone más que un riesgo para las especies cuya preservación está en crisis.
Riesgo para el ser humano
“La seguridad humana es otra preocupación muy importante. El manejo de cualquier animal salvaje grande puede ser peligroso. Responder a uno en el mar, y que es probable que esté herido y angustiado, requiere capacitación y calma, implementación cuidadosa de protocolos de seguridad, minimizando el riesgo para los respondedores y realizando el desenredo más efectivo posible, cualquiera que sea el escenario”, destaca el organismo IWC en su página oficial.
El mes pasado se encontró el cuerpo de una ballena azul (de 13 metros de largo y 14 toneladas) en una playa del Pacífico sur guatemalteco. Las autoridades informaron que lugareños la hallaron en “estado de descomposición” a unos 200 kilómetros de Ciudad de Guatemala (la capital).
El riesgo de contaminación llevó a que el cetáceo fuera sepultado en la playa con una máquina excavadora y se desconoce cuál fue el motivo de su deceso, informó AFP. En esa zona, la temporada en la que se pueden avistar estos animales comienza en noviembre y se extiende hasta abril, lapso en el que su trayecto está en aguas centroamericanas donde buscan alimento y dan a luz a sus crías.
Hace ocho años el Gobierno de Guatemala dispuso una normativa para evaluar la observación de varias especies de la fauna marina, de manera que se garantice su protección del turismo y la pesca.