Este viernes un hombre dotado con varias armas y un chaleco antibalas provocó una tragedia en la escuela primaria Sandy Hook, ubicada en la apacible ciudad de Newtown (Connecticut). Disparó unas cien veces y mató a veinte niños y seis adultos, antes de quitarse la vida. Una noticia impactante pero nada novedosa para los medios estadounidenses, que cada tanto registran tiroteos de civiles que arremeten contra otros en lugares públicos. Cuatro meses atrás, durante el estreno de la película Batman en un cine de Aurora, en Denver (Colorado), doce personas fallecieron y otras 50 resultaron heridas por el fuego de un hombre disfrazado del villano de la cinta.  Sin duda, se trata de un fenómeno que hace preguntarse: si en todo el mundo hay personas desequilibradas, ¿por qué suceden estas masacres con tanta frecuencia en Estados Unidos? Por lo general, los protagonistas de estos crímenes son jóvenes que se sienten excluidos y encuentran en el fácil acceso a las armas una forma de descargar su ira contra la sociedad. Si a esto se le suman experiencias de maltrato y matoneo, y los desequilibrios mentales, estas personas, que por lo general son adolescentes o adultos jóvenes, no aguantan fácilmente presiones extremas y terminan desencadenando estos eventos sicóticos. Como dijo a Semana.com Mike Males, investigador del Centro para la Juventud y la Justicia Criminal de San Francisco, California, "un individuo se siente alienado, irrespetado, rechazado, y explota masacrando gente inocente. En Estados Unidos se registran más de la mitad de este tipo de masacres que ocurren en el mundo". Y es que las cifras sobre trastornos mentales en Estados Unidos son bastante desalentadoras. Según datos del Departamento de Salud y Servicios Humanos del país norteamericano, la esquizofrenia afecta a más de 2 millones de personas al año. Y otras dolencias mentales afectan a cerca de un 3 por ciento de los adultos mayores de 18 años, pero solo un cuarto de los afectados recibe el tratamiento adecuado. Para el sicólogo Diego Castrillón, existen varias condiciones que hacen que en países como Estados Unidos se generen fácilmente desequilibrios en la psiquis de las personas. “Hay mucho aislamiento, las personas son muy solitarias y no hay un nivel de intimidad con los amigos vecinos y compañeros de trabajo, no hay conexiones afectivas y eso se toma como normal, pero en la realidad es algo nocivo”, explica. Es innegable que en los países anglosajones existe una concepción menos arraigada respecto a la importancia de las relaciones personales, más allá de los entornos laborales y las convenciones sociales, en general. Pero detrás de esto existe otro componente, del que poco se conoce, y que parece tener gran repercusión en la asiduidad de estos eventos como tiroteos y masacres, que es la repetición vicaria. “Ver que los otros lo hacen me motiva a mí a hacerlo, es algo que se aprende porque otros lo han hecho, sin ninguna instrucción”. Según Castrillón, la continua repetición de sucesos como el desarrollado en la escuela, radica en gran parte a este fenómeno. Armados hasta los dientes Si como dijo Freud, no hay diferencia entre las psicologías individual y la social, porque en la primera ya está contenida la segunda, la sociedad en que crecieron estos sicópatas puede ser un factor determinante. Más aún en una guerrerista, donde se puede comprar armas casi con la misma facilidad con la que se adquiere una camisa. Eso es alarmante en un país de alrededor de 300 millones de habitantes, donde existen 270 millones de armas pequeñas según la Small Arms Survey. “El derecho a poseer y portar armas no será infringido”, reza la segunda enmienda de su Constitución. ¿Qué hacer?Las experiencias “exitosas” de masacres anteriores y el desmedido cubrimiento de la prensa se convierten en un incentivo para que estas personas quieran buscar venganza y de paso, así sea de manera efímera, se conviertan en ‘estrellas’ en los medios de comunicación. Castrillón señala que por lo general “en las sociedades en las que se les da poca prensa se espacian los episodios de masacres”, un ejemplo que da es la cifra de suicidios en el metro de Medellín, que ha disminuido gracias a que los medios evitan reseñar este tipo de muertes. Asimismo, más allá de cubrir las masacres e indignarse, los medios no exigen acciones gubernamentales ni preguntan por políticas públicas para contrarrestar este fenómeno. ¿Qué pasa con los protagonistas de estas masacres? En Estados Unidos o los matan o se suicidan, pero, tal parece, que nadie aprende de lo sucedido.