El último episodio en la batalla del Estado francés contra las costumbres musulmanas se dio la semana pasada en una piscina pública de París, cuando le denegaron la entrada a una mujer de fe islámica que llevaba un burkini, un vestido de baño que cubre casi todo el cuerpo. Según el presidente Nicolas Sarkozy, la vestimenta religiosa elimina la identidad y la dignidad de la mujer, pero para las que la utilizan, este ataque es, sencillamente, discriminación ilegal por parte del gobierno. Otros creen que la importancia dada a estas cuestiones es excesiva, pues aunque Francia cuenta con la población musulmana más grande de Europa occidental, son sólo 300 mujeres las que usan el vestido tradicional.