En 2015, la dramática destrucción del templo de Bel en Palmira a manos de los yihadistas del Dáesh dejó huella en la mente de la población mundial, al igual que la destrucción de los budas de Bamiyán en Afganistán a manos de los talibanes en 2001. Pero el hecho de que peligre el patrimonio cultural en tiempos de guerra es algo tan antiguo como la humanidad.

En los últimos años, ha surgido la necesidad de establecer protección para estos casos. Esta protección es competencia de la ONU y, en particular, de su brazo cultural, la UNESCO.

En 2016, Italia propuso a la Asamblea General de la ONU la creación de unos cascos azules de la cultura. El proyecto se puso en marcha en 2016, pero aún no ha dado resultados concretos. El 24 de marzo de 2017, la ONU adoptó por unanimidad la resolución 2 347, que prevé la creación de un fondo internacional y la organización de una red de refugios seguros para los bienes culturales en peligro. También en este caso, su aplicación ha sido lenta.

La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, con la destrucción que la acompañó, confirmó el carácter dramático y urgente de la protección del patrimonio en tiempos de guerra. En las primeras semanas, 53 lugares considerados patrimonio ucraniano fueron dañados; esta cifra aumentó a 153 tras dos meses de guerra. Además de la destrucción, también ha habido robos: por ejemplo, a finales de febrero de 2022, el ejército ruso tomó la ciudad de Melitopol, en el sur de Ucrania. Casi 200 objetos de arte fueron saqueados. ¿Es posible proteger el patrimonio cultural ucraniano en el contexto actual y, si es así, cómo?

Un patrimonio en peligro

Los ataques al patrimonio ucraniano empezaron hace varios años. Tras la anexión de Crimea en 2014, Rusia provocó deterioros notables en el palacio de Bakhchissarai, residencia de los tártaros entre los siglos XVI y XVIII, además de muchos otros espacios culturales e históricos. Pero los daños a los bienes culturales aumentaron especialmente después del 24 de febrero de 2022, con bombardeos que destruyeron iglesias y edificios religiosos, estatuas de personalidades ucranianas así como museos.

Un mural con la imagen del presidente ruso Vladimir Putin esposado con bigote y corte de pelo que evoca a Adolf Hitler, sobre la palabra "Killer" en ruso y "Nuremberg for Putin" en polaco, refiriéndose al sitio de los juicios por crímenes de guerra nazis posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se ven el 6 de agosto de 2022 en Wroclaw, Polonia (Foto de Adam Berry/Getty Images) | Foto: 2022 Adam Berry

Además, Rusia aprobó ya en 2014 una ley sobre los lugares considerados patrimonio cultural de Crimea, que decretaba que los objetos históricos y los monumentos culturales de la región eran “parte integrante de la riqueza nacional y de la propiedad de los pueblos de la Federación Rusa”, lo que constituye una verdadera apropiación del patrimonio. Más de 4 000 objetos culturales de Crimea pasaban así a ser propiedad de la Federación Rusa.

Las convenciones de la UNESCO sobre patrimonio material…

¿Qué puede hacer la comunidad internacional ante esta agresión cultural? Corresponde a la ONU actuar, ya que en 2011 introdujo el concepto de “responsabilidad de proteger” (R2P). Este considera que, en caso de conflicto grave intra o interestatal, es responsabilidad de la comunidad internacional proteger a la población y también, por extensión, el patrimonio cultural de una nación. La UNESCO comenzó su larga labor de protección del patrimonio mundial tras su creación en 1945, y más concretamente a partir de 1954 con la Convención de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, que establece en su preámbulo:

“El daño a los bienes culturales de cualquier pueblo constituye un daño al patrimonio cultural de toda la humanidad, ya que cada pueblo hace su propia contribución a la cultura mundial”.

Esta acción, esencialmente normativa, se intensificó y concretó a partir de 1972. Entonces se aprobó la Convención sobre el Patrimonio Mundial Cultural y Natural, fruto de un largo periodo de gestación, que, por primera vez, combinó la protección de los sitios naturales y los conjuntos monumentales.

La Lista del Patrimonio Mundial no ha dejado de crecer hasta incluir más de 1 000 lugares. En la actualidad, se ha saturado y refleja el desequilibrio norte/sur que existe en el mundo. Hay innumerables localizaciones inscritas en Europa y pocas en África, muchas de las cuales, además, suelen ser espacios naturales, mientras que la lista de Europa está llena de monumentos culturales.

… e inmaterial

Para ampliar y complementar esta acción, la UNESCO adoptó en 2003 la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, cuyo objetivo es clasificar y preservar los usos, costumbres, tradiciones, conocimientos y rituales que constituyen la riqueza cultural de una nación, y que a menudo, en los países pobres, están amenazados con desaparecer a causa de la globalización cultural.

La clasificación en estas listas, lejos de tener en cuenta únicamente las cuestiones culturales, implica cuestiones políticas y geopolíticas, e incluso puede tener efectos perversos. Los lugares seleccionados pueden padecer un turismo de masas que los desnaturaliza, o unescoiza, como ha analizado el antropólogo David Berliner a través del ejemplo del pueblo de Luang Prabang en Laos. Es decir, su inclusión les lleva a “perder el espíritu del lugar”.

Para proteger mejor el patrimonio cultural, la UNESCO creó en 1995 el registro Memoria del Mundo, que recoge los elementos archivísticos, a veces amenazados o frágiles, del patrimonio documental de la humanidad.

En el caso de Ucrania, este registro incluye cuatro fondos documentales: uno de ellos es una colección de música folclórica judía de 1912 a 1947, conservada en la Biblioteca Vernadsky (Biblioteca Nacional de Ucrania). Otro de estos fondos es el patrimonio documental sobre la explosión de Chernóbil, presentado por Ucrania y catalogado en 2017.

La organización también ha inscrito en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad la tradición de la cerámica pintada de Kossiv, así como las canciones cosacas de la región de Dnipropetrovsk y la pintura decorativa de Petrykivka, expresión del arte popular ornamental ucraniano.

A principios de julio de 2022, la UNESCO también decidió clasificar la sopa de remolacha ucraniana en la lista de patrimonio inmaterial en peligro, una decisión impugnada por Rusia, que lo considera un plato ruso. Kiev entiende lo que está en juego. A finales de abril de 2022, las autoridades ucranianas, deseosas de que el estigma de la guerra figurase como patrimonio, hicieron que el pecio del crucero Moskva, destruido por Rusia, fuera incluido por la UNESCO como parte del patrimonio cultural subacuático de Ucrania.

A pesar de estas encomiables acciones para identificar y proteger (teóricamente) el patrimonio ucraniano, tanto material como inmaterial, la sangrienta guerra que se libra desde febrero de 2022 lo ha dañado, sin ningún respeto por los lugares catalogados ni por las convenciones internacionales.

Los siete espacios culturales de Ucrania inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial corren un gran peligro. El más destacado en Kiev es la catedral de Santa Sofía, catalogada en 1990. Otro lugar importante es el centro histórico de Lviv, catalogado en 1998. Estos monumentos emblemáticos de la historia y la cultura ucranianas están actualmente muy amenazados.

Fortalecer las instituciones internacionales en lugar de debilitarlas

La UNESCO parece ser una “víctima colateral de la guerra en Ucrania”. De hecho, a finales de abril de 2022, la organización se vio obligada a aplazar indefinidamente una reunión de su Comité del Patrimonio Mundial, prevista para junio en la ciudad rusa de Kazán, debido a las divisiones que provocó entre los países prorrusos y antirrusos.

En resumen, sería deseable que la UNESCO tuviese más poder, por ejemplo poder de sanción (como tiene la Organización Mundial del Comercio), para hacer respetar sus convenciones internacionales con el fin de proteger eficazmente los bienes culturales inscritos en sus diferentes listas de patrimonio. También sería necesario que la ONU tuviese más fuerza vinculante para dar efecto real a sus resoluciones y actuar para restablecer la paz en el mundo.

En cuanto a las rivalidades ruso-ucranianas por el patrimonio, y aunque esta idea sea difícil de escuchar en el fragor de la guerra, es de esperar que la cultura común de estos dos pueblos los acerque en lugar de dividirlos.

Más que nunca, es pertinente el lema de la UNESCO: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.

Este artículo fue publicado originalmente en francés en The Conversation

Por: Chloé Maurel

SIRICE (Université Paris 1/Paris IV), Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne