El paso de los recientes huracanes Ian o Fiona y la devastación que dejaron en lugares como Puerto Rico y Florida, Estados Unidos, no son más que una muestra de la capacidad que fenómenos naturales como estos pueden tener. Su impacto, muchas veces predecible, no resulta suficiente para evitar, por ejemplo, la pérdida de vidas.

Es por ello que, más allá de la ciencia, uno de los interrogantes que empiezan a tomar mayor fuerza entre expertos y algunas personas “de a pie” es si se puede o no detener un huracán. Por más “irracional” que pueda llegar a parecer el cuestionamiento, no resulta tan “insensato” cuando se da una mirada a los avances tecnológicos y hallazgos de los que ha sido pionero el ser humano.

Para no ir muy lejos en tiempo, el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus (en su momento desconocida), una enfermedad infecciosa con más dudas que certezas, puso a prueba la capacidad del hombre para poder salvaguardar su propia vida y “velar” por la de los demás.

Un intento por desafiar la naturaleza

Sin embargo, al hacer la comparación con un tornado o un huracán, las capacidades de “lucha” disminuyen y los expertos comentan por qué podrían resultar en vano algunas de las sugerencias que suelen llegar a sus oídos. Una de ellas es: ¿resulta viable enfrentar los huracanes con una bomba nuclear?

Para los científicos, sería una acción que no tendría resultados exitosos dado el potencial y magnitud que los ciclones pueden llegar a tener (mucho más de lo que el hombre puede imaginarse). Además, la energía que los compone tiene una intensidad que va más allá del raciocinio para combatirlos.

Según explicó el Centro Nacional de Huracanes (NHC) a la cadena estadounidense CNN, la “modificación de huracanes” no daría resultado porque “tan cuidadosamente razonadas como están algunas de estas sugerencias, todas comparten la misma deficiencia: no aprecian el tamaño y la potencia de los ciclones tropicales” y; sin excepción, estos “regresan a un mismo punto”.

En el caso de quienes sugieren emplear la energía atómica, “esto ni siquiera podría alterar la tormenta, este enfoque descuida el problema de que la lluvia radiactiva (que) se movería con bastante rapidez con los vientos alisios para afectar las áreas terrestres” generando un impacto ambiental “devastador”, explicó la agencia meteorológica a esa cadena internacional.

Según el portal Muy interesante, otra opción que se ha “puesto sobre la mesa” es desplegar aviones hasta el huracán para que pierda su fuerza cuando se rocíe un producto “superabsorbente”. Para ese fin, la compañía Dyn-O-Mat (en Florida) ha ingeniado un polvo biodegradable que podría transformar el agua en gel una vez la haya absorbido.

De acuerdo con lo recogido por este portal, sus creadores estiman que si se usara en un huracán “el polvo secaría sus nubes y el gel resultante caería al mar como goterones de blandiblú” y al encontrarse frío estaría en la capacidad de disminuir la temperatura de las aguas que entregan mayor fuerza a la tormenta.

Sin embargo, el problema se halla en que sería indispensable contar con al menos 400 aeronaves que pudieran verter miles de toneladas de Dyn-O-Gel por hora, algo impensable por el momento.

Otros intentos de “detener” un huracán

El Centro Nacional de Huracanes mantiene un listado de métodos que no cuentan con ningún aval para intentar “frenar” los ciclones.

Uno de ellos es alterar el equilibrio del calor al pensar que “absorbe la luz solar y transfiere calor como el carbono negro”; no obstante, (además que no se ha puesto a prueba) podrían desencadenarse efectos ecológicos negativos e incluso causar el resultado contrario.

El NHC también enumera otras alternativas, que no cuentan con acreditación, como añadir una marea negra, aprovechar la energía del huracán, el empleo de refrigeración con icebergs o aguas profundas y el uso de partículas higroscópicas (que tiene la capacidad de absorber humedad de su entorno).