La invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero pretendía ser corta y efectiva. Pero el país ha resistido por más de ocho días la arremetida militar, con lo cual la guerra ha ido escalando a tal punto que el jueves pasado el presidente ruso, Vladímir Putin, amenazó con usar su arsenal nuclear ante las sanciones económicas impuestas.

Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, criticó en Ginebra la elevación del nivel de alerta de armas nucleares, y muchos otros mandatarios, entre ellos el presidente Iván Duque, deploraron la agresión contra Ucrania y manifestaron su apoyo a las resoluciones que emita la ONU para castigar a Rusia por este acto bélico.

Aunque Ucrania no posee armas nucleares, el temor es que Rusia haga un ataque, y la Otan, cuyos miembros sí las tienen, respondan, lo cual daría comienzo a una tercera guerra mundial, que sería primordialmente nuclear. Ese escenario lo modeló un grupo de científicos de la Universidad de Princeton. Al principio, la guerra ocurre entre los países occidentales y Rusia, pero, una vez las principales capitales de Europa han sido bombardeadas, el conflicto se centra entre Estados Unidos y Rusia.

Según esta simulación, habría 3,1 millones de personas muertas en 45 minutos. Esa posibilidad hoy no se ve tan lejana. La semana pasada, Joe Biden dijo que “Estados Unidos y sus aliados defenderían cada centímetro del territorio de los países que pertenecen a la Otan”. Todo esto ha provocado que el Bulletin of the Atomic Scientists actualizara su reloj del apocalipsis a 100 segundos antes de la medianoche.

Poco se sabe sobre cómo serían las consecuencias de una guerra de esa magnitud. El caso de Hiroshima y Nagasaki en 1945 ya no es una referencia fiel porque “hoy las bombas nucleares son más sofisticadas y muchos más países tienen este tipo de arsenal”, afirma Diego Torres, profesor de física nuclear de la Universidad Nacional. Solo con las de Estados Unidos y Rusia habría en el mundo más de 11.000 de estas armas, según datos de la Federación de Científicos Estadounidenses, y “las más modernas son entre 20 y 30 veces más poderosas que las de Hiroshima y Nagasaki”, de acuerdo con Tara Drozdenko, directora del Global Security Program en la Union of Concerned Scientists.

La mejor referencia sería la película The Day After (1983), que retrató un planeta devastado y oscuro tras ataques nucleares entre Rusia y Estados Unidos. Así las cosas, solo hay modelos científicos que predicen lo que podría pasar en diferentes escenarios de conflicto nuclear.

Lo primero que advierten los expertos es que el daño depende de muchos factores, incluidos el clima y la hora del día en que se lanza la bomba, la distribución geográfica del lugar donde impacta y si explota en el suelo o en el aire.

Estados Unidos y Rusia cuentan con un arsenal nuclear altamente sofisticado y destructivo.

Además, el impacto obedece en gran parte al tipo y la cantidad de bombas que se utilicen. “Bombas hay de dos clases: unas de fisión, como las que se usaron en Hiroshima y Nagasaki, de las cuales hay mal contadas 7.000”, dice Torres. Si cayera una de esas bombas estándar en la capital, según Torres, destruiría el área que va del centro hasta la Universidad Nacional. “Pero hay otros tipos que son las de fusión. Son miles de veces más poderosas y una de esas evaporaría toda la sabana de Bogotá”.

En términos generales, hay algunas etapas predecibles. El estallido generaría un gran relámpago de luz y una gigantesca bola de fuego que llegaría hasta las capas bajas de la atmósfera. El impacto acabaría de inmediato con la vida de quienes se encuentran en el centro de la explosión, pero aquellos que están un poco más lejos podrían sufrir quemaduras de tercer grado.

La explosión de una bomba de esta magnitud, además, crea cambios repentinos en la presión del aire, que pueden aplastar objetos y derribar edificios a 6 kilómetros de distancia. Los humanos podrían soportar esa presión, pero la mayoría morirían por el desplome de las edificaciones.

Pero si no lanzaran una sino varias, los cálculos de Drozdenko predicen un saldo de millones de personas muertas. El hollín que levanta una bomba nuclear provocaría nubes que se dispersarían en la atmósfera. Cualquier exposición a estos elementos radioactivos generaría daños a nivel celular. A corto plazo, esas nubes bloquearían la luz solar, y el mundo se convertiría en una nevera poco apta para el cultivo de alimentos.

Eso se conoce como invierno nuclear, un fenómeno que causaría hambrunas en el planeta. Según un estudio que miró hasta tres años después de un intercambio nuclear entre Estados Unidos y Rusia, esa capa disminuiría la temperatura global más de 10 grados Celsius. El mundo sería más frío que durante la última Edad de Hielo. “El tamaño y la cantidad de las bombas predicen si habrá un invierno o un otoño nuclear”, afirma Joshua Pearce, profesor e investigador de Western University en Canadá. “Con el otoño habría escasez de alimentos, pero suficiente luz solar como para cultivar algunos productos, como papa”.

Estados Unidos y Rusia tienen casi todo el arsenal nuclear disponible en el mundo.

Nadie duda de que el peor escenario sería una confrontación nuclear entre Estados Unidos y Rusia. “No solo mataría a millones de personas, sino que contaminaría áreas muy grandes con partículas radioactivas de efecto climático duradero”, dice Hans M. Kristensen, director del Nuclear Information Project. Para Drozdenko, ese escenario sencillamente significaría “el fin de la civilización”.

Recientes estudios han observado que una “pequeña” guerra nuclear, con menos del 1 por ciento del arsenal mundial, podría tener consecuencias dramáticas, destruir los suministros de alimentos del globo y agotar la capa de ozono, que dejaría expuestos a los seres humanos a los dañinos rayos ultravioleta. El peligro es que estas confrontaciones nucleares regionales tienen mayor probabilidad de que ocurran.

Un estudio que analizó un potencial conflicto nuclear entre India y Paquistán observó que tal guerra generaría miles de millones de muertos no solo por el impacto inmediato, sino por los efectos en la producción agrícola. Por todo lo anterior, para el profesor Torres, es muy poco probable que Rusia lance una bomba nuclear en Ucrania. “Sería como dispararse un tiro en el pie”, aclara, porque los efectos devastadores de la explosión se sentirían en su propio suelo.

Para él, el poder nuclear de estas armas es tan grande que eso mismo es lo que impide usarlas. “Acaban con la casa del vecino y con la propia”, agrega. Además de los miles de millones de muertos, la química de los océanos se alteraría y probablemente se diezmarían los arrecifes de coral y otros ecosistemas marinos. Un conflicto nuclear, por localizado que fuese, tendría repercusiones globales devastadoras. En todo caso, como la posibilidad existe, de llegar a suceder, la pandemia, en comparación, habrá sido una fiesta.

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