El coronavirus encontró en Brasil un ecosistema perfecto para propagarse. Su presidente, Jair Bolsonaro, nunca se esforzó por mitigar el impacto y, por el contrario, lo subestimó. Hasta hoy, medio millón de personas murieron, y las calles están abarrotadas de ciudadanos exigiendo la renuncia del mandatario, investigado en el Parlamento por su deficiente manejo de la pandemia.
Mientras que las grandes potencias le apuestan a la vacunación para contener el virus y volver a la normalidad, Brasil sigue rezagado en este aspecto. Los casos continúan en aumento, con 70.000 diarios y 2.000 muertes cada día en las últimas semanas. Las cifras encienden las alarmas de los expertos, quienes ya visualizan la llegada del invierno al país, y, seguramente, aumentará el impacto y contagio de las enfermedades virales.
La trágica situación de Brasil es una radiografía del mandato de Bolsonaro. Él ha sido criticado fuertemente por la ausencia de una respuesta nacional coordinada, a lo que se suma su escepticismo hacia las vacunas y el uso de tapabocas.
Desde que se inició la pandemia, la postura ha sido la misma. Cuando el país apenas registraba 25 casos positivos y ninguna muerte por covid, el presidente se atrevió a señalar que el mundo estaba “sobredimensionando el poder destructor del virus”. Un abrebocas para los trágicos meses que vendrían.La negligencia de Bolsonaro es tal que el Senado brasileño abrió una investigación en su contra por el manejo de la pandemia.
La comisión de investigación especial se encargará de aclarar los posibles delitos cometidos por el Gobierno en la gestión de la crisis. Pero su objetivo principal es saber si el negacionismo del mandatario y su gabinete era un pretexto para que el virus se propagara lo más rápido posible a fin de alcanzar la llamada inmunidad de rebaño cuanto antes, a pesar del enorme costo en vidas.
De momento, la comisión ya llegó a conclusiones importantes: el Gobierno ignoró, al menos, 53 correos electrónicos de Pfizer ofreciendo millones de vacunas. La farmacéutica entró en contacto por primera vez en agosto del año pasado con el objetivo de convertir a Brasil en un “escaparate” de la vacunación en el mundo; algo parecido a lo que hizo con Israel. Pero el Gobierno se mostró indiferente y solo firmó el primer contrato de compra en marzo de este año. Por su parte, Bolsonaro defiende a capa y espada su gestión.
El presidente no se ha hundido solo, pues 14 altos cargos del Gobierno han pasado de ser testigos a investigados por la comisión del Senado, entre ellos, el actual ministro de Salud, Marcelo Queiroga, y su predecesor, el general Eduardo Pazuello. Una vez se termine el informe, la Fiscalía podría utilizarlo para denunciar formalmente a la cúpula del Ejecutivo. El proceso podría desembocar en la Corte Penal Internacional.La situación social también está caldeada, y la Copa América disputada en Brasil no ha hecho más que encender los ánimos.
A pesar de la crítica situación sanitaria, la Conmebol, que le quitó la competencia a Argentina por el aumento de casos de covid-19, le otorgó la responsabilidad al gigante suramericano, el país más afectado por la enfermedad en la región. Miles salieron a las calles para exigir la renuncia de Bolsonaro por su nula respuesta a la pandemia y su abierta disposición para realizar un evento de tal magnitud.
El mandatario se encuentra contra la espada y la pared. La pandemia lo delata y sus intenciones de tapar su inoperancia también. La vacunación avanza a pasos de tortuga con solo 28,5 por ciento de los 212 millones de brasileños inyectados con la primera dosis, y apenas 11,3 por ciento está inmunizado completamente. Los muertos se siguen apilando mientras todos señalan a un principal responsable: Jair Bolsonaro.