Llegó el primer round. A un mes de las elecciones en Estados Unidos, el martes 29 de septiembre el presidente y candidato republicano, Donald Trump, y Joe Biden, su contraparte demócrata, se enfrentarán por primera vez en un debate. Lo harán en la Universidad Case Western Reserve, de Cleveland, Ohio, con menos público del habitual. Falta poco tiempo para los comicios y el clima se ha enrarecido a niveles sin precedentes, sobre todo desde que el jueves Trump se negó a garantizar que entregaría el poder de perder las elecciones. En semejante ambiente, el debate adquiere ribetes históricos.
Hasta ahora, ningún certamen de esa naturaleza había logrado superar en trascendencia al que sostuvieron, el 26 de septiembre de 1960, el demócrata, John F. Kennedy, y el republicano, Richard Nixon. Estaban virtualmente empatados cuando se enfrentaron en un debate televisado por primera vez en la historia. Inconsciente de lo que le esperaba, Nixon llegó mal preparado, con un traje desabrido y el semblante parco que lo caracterizaba; por su parte, Kennedy resaltó su imagen juvenil y bronceada y cautivó a los televidentes con su sonrisa. Más allá del desempeño (quienes lo escucharon en la radio creían que había ganado Nixon), todos reconocieron que aquella noche la balanza se inclinó a favor de Kennedy.
Con el paso de los años, y con este antecedente grabado en la memoria popular, las campañas dedicaron buena parte de sus fondos a fin de preparar a los candidatos para los debates. Con un equipo de asesores de imagen que moldean cada detalle del discurso del candidato, buscaban sobre todo evitar un traspié que pusiera contra las cuerdas al rival. Y en la era pre-Trump cualquier cosa podía resultar negativa, hasta ser condescendiente con el adversario y no mostrar suficiente empatía.
Pero el magnate, como demostró en 2016, es la antítesis de esta estrategia. Como le contaron a Los Angeles Times personas cercanas a la campaña de Trump, su estrategia consiste en “ver por su cuenta los debates vicepresidenciales de Biden en 2008 y 2012, y consumir una gran dieta diaria de noticias de televisión”. Esta vez, con las encuestas en su contra, puede que no le quede otra que atacar personalmente a Biden, como ya lo hizo con Hillary Clinton en 2012. No solo la trató mal y proyectó su volumen corporal sobre ella, sino que recurrió incluso a los escándalos sexuales de su esposo. Hasta ahora, Biden ha evitado las confrontaciones con Trump siempre que puede. Pero con los dos cara a cara, algunos piensan que el juego de mentiras descaradas y frases hirientes del presidente podría complicarlo.
Los candidatos llegan en condiciones diferentes. En las primarias demócratas, Biden superó apenas los cuestionamientos de los progresistas Bernie Sanders y Elizabeth Warren y desde entonces su campaña se enfocó en las redes sociales. Tras su nominación en agosto, realizó unos cuantos mítines en algunas ciudades en disputa, con menos público del usual y con un libreto rígido. En cambio, Trump ha dado ruedas de prensa casi a diario desde la Casa Blanca y no tuvo problema con congregar a sus seguidores en medio de la pandemia. Por eso, algunos opinan que cuenta con más rodaje.
A pesar de su magnitud mediática (unos 84 millones de estadounidenses vieron el primer encuentro entre Trump y Clinton en 2016), los debates no decidieron las elecciones en los últimos tiempos. En 2012, los analistas consideraron que Mitt Romney le ganó la pulseada a Barack Obama en los cuatro enfrentamientos, pero finalmente perdió los comicios con el demócrata. En 2016, Clinton resistió los embates y los agravios personales de Trump, pero el flojo desempeño del magnate en los encuentros no fue suficiente para derrotarlo.
Esta vez, la tendencia podría continuar. Como le dijo a SEMANA Laurie Rice, profesora de Ciencia Política en la Universidad Edwardsville de Southern Illinois, “Los debates podrían importar incluso menos en esta elección presidencial. Las encuestas dicen que casi el 90 por ciento de los votantes registrados ya han tomado una decisión, y no creen que la vayan a cambiar”. La experta agrega que “alrededor del 70 por ciento de los encuestados no creen que los debates sean muy importantes para ayudarlos a decidir. Aun así, la historia nos muestra que un desempeño inesperadamente fuerte o débil de cualquiera de los candidatos podría tener impacto en las preferencias de los votantes”.
En este sentido, la única salida de Trump para sacar provecho es la provocación. Ya lo hizo hace unos meses cuando, anticipando la candidatura de Biden, pidió que antes de los debates fueran sometidos a una prueba antidrogas. “No sé si es verdad o no, pero alguien me dijo que debe estar drogado. No sé si eso es cierto, pero pido una prueba de droga. Para ambos candidatos. Yo también. Tomo una aspirina al día”, dijo.
Como le aseguró a SEMANA Gary Jacobson, profesor de Ciencia Política de la Universidad de California (San Diego), “Esta será seguramente la última oportunidad para que Trump cambie la trayectoria de las elecciones. Pero esto solo sucederá si Biden mete la pata. De lo contrario, la votación parece estar bastante marcada por las preferencias partidistas de los votantes”.
Para el primer mano a mano, la Comisión de Debates Presidenciales escogió para moderarlo a Chris Wallace, periodista de Fox News, pero abierto crítico de Trump. En su programa, Wallace ha dicho que Biden tiene una ventaja sustancial y la achaca a su capacidad para manejar la pandemia, las protestas y la economía.
Según la Comisión, seis temas determinarán el debate: el manejo de la pandemia, la economía, la raza, la violencia en las ciudades, la integridad de la elección y la escogencia de un nuevo magistrado de la Corte Suprema.
Para Rice, el encuentro estará principalmente marcado por “la situación de la covid-19 y la crisis económica. Son los temas más importantes para los votantes, por lo que espero que ocupen un lugar destacado en el debate”. Ninguno de los dos le conviene a Trump. Por eso, la experta también cree que el mandatario buscará darle importancia a la delicada elección del nuevo magistrado de la Corte Suprema tras la muerte, el martes pasado, de la muy respetada Ruth Bader Ginsburg. Por su parte, Jacobson cree que el asunto podría tornarse más personal: “Biden querrá hablar de la mendacidad de Trump, mientras que el presidente cuestionará la agudeza mental de Biden”.
En todo caso, las posibilidades de Trump de sacar provecho de la primera cita en Cleveland dependen de qué tan dispuesto esté Biden a entrar en el juego del presidente. Como le dijo Tim Miller, republicano y exgobernador de Florida, a Los Angeles Times, “Nadie quiere pelear con un cerdo por miedo a embarrarse. Hay algo de verdad en eso, pero, al mismo tiempo, es un riesgo dejar que el presidente se salga con la suya”.
Si Biden se mantiene al margen, las elecciones seguirán como un referendo sobre Trump. De ser así, el magnate estaría a un mes de decidir si convierte su amenaza dictatorial en realidad.