El repunte en la inmigración ha sido posible por el descubrimiento este año de una nueva ruta a través de Nicaragua, donde la laxitud de los requisitos de entrada permite a los mauritanos y a otros extranjeros adquirir una visa de bajo costo sin necesidad de demostrar que van a continuar su viaje.
A medida que se corría la voz acerca de la nueva puerta de entrada, agencias de viajes e influencers pagados se lanzaron a TikTok para promover el viaje, vendiendo paquetes de vuelos que parten de Mauritania y hacen escala en Turquía, Colombia y El Salvador, para terminar en la capital nicaragüense, Managua. Desde allí, los migrantes y solicitantes de asilo de otras naciones son llevados al norte en bus con la ayuda de traficantes de personas.
“El sueño americano está todavía al alcance”, promete un video en TikTok, una de las docenas de “guías” francófonas similares que ayudan a los mauritanos a realizar el viaje. “No deje para mañana lo que pueda hacer hoy”.
“Le deseamos mucho éxito. Nicaragua los ama”, dice un trabajador de una agencia de viajes, en español, en otro video.
La llegada de los ciudadanos mauritanos ha tomado por sorpresa a las autoridades estadounidenses. Se ha producido sin que haya un desencadenante como un desastre natural, un golpe de Estado o un colapso económico repentino, lo que sugiere el creciente poder de las redes sociales para reformular los patrones migratorios: entre marzo y junio, más de 8.500 mauritanos llegaron al país tras cruzar la frontera de forma ilegal desde México, frente a los apenas 1.000 de los cuatro meses previos, según los datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés).
Aissata Sall estaba navegando por WhatsApp en mayo cuando se enteró de la existencia de una nueva ruta a Estados Unidos. Ibrahima Sow la descubrió unas semanas más tarde en TikTok.
Cuando sus caminos se cruzaron en una ordenada casa de ladrillo de una sola planta en Cincinnati, ya se habían encontrado con cientos de mauritanos más y casi todos seguían una nueva ruta cada vez más popular entre los migrantes más jóvenes de la nación de África Occidental, gracias sobre todo a las redes sociales.
“Hace cuatro meses se convirtió en una locura”, dijo Oumar Ball, quien llegó a Cincinnati desde Mauritania en 1997 y recientemente ha abierto las puertas de su casa a Sow, Sall y a más de una docena de nuevos migrantes. “Mi teléfono no ha dejado de sonar”.
Es probable que los recién llegados superen en número a los 8.000 mauritanos nacidos en el extranjero que vivían antes en Estados Unidos, la mitad en Ohio. Muchos llegaron en la década de 1990 como refugiados luego de que el gobierno militar árabe de la nación expulsó a los ciudadanos negros.
Algunos de los que se van ahora dicen que huyen de nuevo la violencia estatal dirigida contra la población negra. Las tensiones raciales han aumentado desde la muerte en mayo de un joven negro, Oumar Diop, mientras estaba detenido por la Policía, y el Gobierno reprimió con agresividad las protestas y desconectó la red de internet móvil del país.
La nación fue una de las últimas en penalizar la esclavitud y se cree que la práctica persiste aún en algunas partes del país. Varios mauritanos que hablaron con The Associated Press contaron que la Policía los tenía en el punto de mira por su activismo contra la esclavitud.
“La vida es muy complicada, especialmente para la población mauritana negra”, dijo Sow, de 38 años, que se definió como activista. “Las autoridades se han vuelto amenazantes y represivas”.
Luchar es más complicado, agregó, y su vida estaba amenazada. Así que huyó por la nueva ruta a Cincinnati, donde había oído que una próspera comunidad mauritana estaba ayudando a los recién llegados a asentarse.
Antes, para solicitar asilo en Estados Unidos había que volar a Brasil y embarcarse en una peligrosa travesía para cruzar la selva del Darién. La nueva ruta por Nicaragua evita ese tramo.
El viaje puede costar entre 8.000 y 10.000 dólares, una suma considerable que algunas familias reúnen vendiendo tierras o ganado. Con el crecimiento económico de la última década, Mauritania se ha situado en los últimos puestos de las naciones de renta media, de acuerdo con la agencia de refugiados de Naciones Unidas, pero el 28,2 % de su población vive bajo el umbral de la pobreza.
La ruta de Nicaragua permite también evitar unos viajes en barco a Europa que, en la última década, se han cobrado decenas de miles de vidas. Las autoridades mauritanas y españolas han tomado medidas contra las embarcaciones que cruzan el océano Atlántico hacia las Islas Canarias y cada vez se intercepta a más gente que viaja al norte de África para tratar de cruzar el Mediterráneo. Volar a Nicaragua es legal y el resto del viaje se hace por tierra: una opción atractiva para los mauritanos y otros que quieren dejar atrás África.
La nueva vía es una oportunidad inusual para una generación que anhela una vida mejor, dijo Bakary Tandia, un activista mauritano que vive en Nueva York: “No importa cómo de ardientes sean tus ganas de venir, si no hay una ruta ni siquiera te lo plantearás. La realidad es que la gente está viendo una oportunidad, por eso están viniendo tan rápido”.
Pero algunos de los que han entrado por Nicaragua dicen que fueron engañados acerca de los posibles peligros y del futuro que les aguardaba en Estados Unidos. Este mes, un bus cargado con migrantes cayó por una ladera empinada en México y 18 de sus ocupantes fallecieron, incluyendo un mauritano. Otros dos compatriotas fueron hospitalizados.
Sall, una enfermera de 23 años, contó que hombres vestidos de policía le robaron el dinero que le quedaba en un bus en México. Tras cruzar la frontera, fue hospitalizada por deshidratación.
“En WhatsApp dicen ‘Oh, no es muy difícil’. Pero no es cierto”, afirmó. “Pasamos mucho dolor a lo largo del viaje”.
Ibrahim Dia, de 38 años y propietario de una empresa de limpieza en la ciudad mauritana de Nouadhibou, señaló que su hermano salió del país en junio, siguiendo el viaje a Nicaragua que había visto hacer a muchos en los últimos meses. Pero fue retenido en la frontera y sigue preso en un centro de detención en Texas, añadió.
Muchos mauritanos ingresan a Estados Unidos por Yuma, Arizona. A muchos, los traficantes de personas los dejan en una carretera mexicana que está a unas dos horas de camino a través de un río y de un desierto con rocas y arbustos. Se entregan a los agentes de la Patrulla Fronteriza en Yuma, que esperan bajo potentes focos allí donde termina de forma abrupta el muro fronterizo levantado durante la presidencia de Donald Trump.
Tras un período de detención y control que puede durar horas o días, pueden entrar al país a la espera de una citación judicial, un proceso que puede demorarse años. Otros permanecen detenidos durante semanas, o embarcan en los pocos vuelos de deportación a Mauritania.
Los grupos de defensa de los derechos humanos han pedido al gobierno del presidente Joe Biden que conceda el Estatus de Protección Temporal a Mauritania con base en los reportes de abusos contra residentes negros que son deportados después de haber huido.
Quienes consiguen ingresar al país suelen contactar con un grupo muy unido de activistas estadounidenses y mauritanos que les facilitan alojamiento y les ayudan a pagar vuelos a otros puntos de Estados Unidos. Algunos van a Filadelfia, Denver, Dallas o Nueva York, donde el sobrepasado sistema de albergues ha dejado a los migrantes –muchos procedentes de Mauritania y otros puntos de África– durmiendo en la calle.
Ohio sigue siendo el destino más habitual. Varios miles han conseguido llegar a Cincinnati, asentándose en la pequeña pero vibrante comunidad existente. Un grupo de voluntarios, encabezado por Ball, ayudan con los papeles y la adaptación al país. Algunos días, Ball hace varios trayectos al aeropuerto para recoger a quienes llegan desde la frontera, llevándolos a su casa o a un bloque de departamentos alquilados por la comunidad.
En una noche de viernes reciente, más de una docena de mauritanos fueron en coche hasta una mezquita cercana para rezar. Tras el servicio, se apiñaron en la sala de estar de la casa de otro amigo para cenar: cuencos humeantes con cordero y cuscús servidos en el piso, con latas de Coca-Cola. En televisión se emitía un partido del Mundial Femenino de fútbol mientras el grupo hablaba sobre su pasado y su futuro.
Sall, que anteriormente fue enfermera, contó que quiere regresar a la escuela. Ha asumido el rol oficioso de cocinera en la casa que comparte con otros recién llegados a Ohio. Espera quedarse en Cincinnati con la comunidad que la ha acogido a ella y a los demás.
“El pueblo mauritano me ha dado un gran recibimiento”, afirmó. “Y me han dado esperanza”.
*Con información de la AP.