La cascada de nombramientos y destituciones que acaba de ocurrir en el Kremlin culminó con una sorpresa doble: el ascenso a la jefatura del Estado de Andrei Gromyko el retiro--al parecer definitivo--de Grigori Romanov, el rival más destacado que encaro Mikhail S. Gorbachev, actual líder del Partido Comunista soviético, en su lucha por el poder tras la muerte de Konstantin Chernenko. Sin embargo, lo más importante no ha sido eso. Cuando los analistas de Occidente, incluso los corresponsales extranjeros radicados en Moscú, vaticinaban que Gorbachev sería ungido con la doble calidad de Jefe del Partido y Jefe de Estado, siguiendo la tradición que impusiera Leonid Breznev de reunir las dos investiduras para facilitar los contactos directos con los mandatarios extranjeros, las cosas se dieron en forma diferente.Gorbachev, de 54 años (el jefe del partido más joven desde Stalin), afirmó su autoridad y preeminencia precisamente sin acudir a ese expediente. Durante un corto discurso en la sesión inaugural del Parlamento soviético, el sucesor de Chernenko nominó al veterano canciller Gromyko para asumir el Presidium del Soviet Supremo--cargo más bien honorífico--, cuyas funciones equivalen a las de Jefe de Estado, y anunció el nombramiento Eduard A. Chevarnadze como nuevo ministro de Relaciones Exteriores. También reveló que está dispuesto a reunirse con el presidente norteamericano Ronald Reagan.Así, en menos de cuatro meses de haber llegado al poder, el vigoroso e impaciente Mikhail Gorbachev consolida su poder con el alejamiento de Romanov y la toma de las riendas de la política exterior. Tal salida sorprendió porque, entre otras cosas, no hacía quince meses--con ocasión de la elección de Konstantin Chernenko como Jefe de Estado--Gorbachev había señalado la "enorme importancia" de tener un Secretario General del Partido que, a su vez, fuera Presidente de la Unión de Repúblicas. En esta ocasión, por el contrario, el líder soviético explicó que las acusiantes tareas domésticas que se habían convertido en la piedra angular de su administración, requerían que, como Secretario General del Partido, él "concentrará al máximo la implementación exitosa del curso trazado".Otro nombramiento de importancia ocurrió en la persona de Yegor K. Ligachev, de 64 años, quien desempeñara la presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores del Soviet de la Unión, una de las dos Cámaras del Soviet Supremo.Gorbachev se prepara, entonces, para adaptar los puntos claves del aparato diplomático a la dinámica que él ha venido imprimiendo en otros sectores. El mensaje preciso es que una reorganización general interna y externa de la Unión Soviética va a ser implementada, teniendo en el mando directo de ambos campos al Secretario General del Partido.No es casual, entonces, que Chevarnadze haya reemplazado al versado canciller Gromyko. Considerado por muchos como un verdadero amateur en cuestiones internacionales, el nuevo Ministro viene de ser el Primer Secretario del Partido en Georgia, donde jugó un destacado papel en la lucha contra la corrupción, bandera de Gorbachev desde su ascenso al poder el 11 de marzo pasado. Veinticuatro horas antes de su último nombramiento, Chevarnadze, hombre de 57 años que tiene reputación de ser un eficaz administrador, había sido convertido en miembro de pleno derecho del Politburó, instancia de la cual era miembro sin voto desde 1978. Pero sus experiencias en asuntos diplomáticos no van más allá de haber presidido un Congreso de Naciones del Tercer Mundo en Tbilisi, la capital de la Georgia soviética y participado como Jefe de Delegación en algunas visitas al extranjero. Ha viajado por Austria, Brasil, Bulgaria, Túnez, Portugal, India, Checoslovaquia y Hungría. En el campo económico, el señor Chevarnadze es visto como partidario de las reformas y los experimentos, especialmente en el asunto de los complejos agroindustriales.El paliativo otorgado a Gromyko y la no aceptación de la doble potestad, fue sustentada por Gorbachev en su discurso al admitir que si bien la unión de las funciones eran justificadas por las condiciones de 1977, hoy en día esto ya no era necesario. "Se han hecho módificaciones a la legislación y se han mejorado los controles sobre el aparato de gobierno", explicó. En otras palabras, el número uno soviético estaba diciendo que de ahora en adelante no habrá lugar a un nuevo reparto de funciones y que el verdadero poder continuaría residiendo en la Secretaria General del Partido.La caída de Romanov fue, en cambio, sencilla. Simplemente le fue aceptada una carta de renuncia al Politburó y a la Secretaría del Comité Central "por razones de salud". El desplazamiento del líder comunista de Leningrado veía venirse desde abril de este año, cuando cuatro nuevos dirigentes fueron promovidos al Politburó, de lo cual se desprendía que el nuevo dos terminaria siendo Ligachev .El elogio que el Jefe del Kremlin hizo del ex canciller Gromyko no sólo obedecía a las impecables credenciales políticas del "ascendido", sino al comportamiento de éste en los últimos episodios sucesorios. Gromyko, no hay que olvidar, en 1982 cerró filas con el renovador Andropov contra los deseos de los nostálgicos de la era Breznev y, además, el inamovible Canciller había sido justamente quien nominaría para la jefatura del Partido a Gorbachev.Ello no quiere decir que entre las dos figuras exista una identificación total en el manejo de las relaciones exteriores. Algunos creen que con la visita de Rajiv Gandhi a Moscú, salió a la luz por primera vez la concepción de fondo del nuevo líder soviético sobre cuestiones internacionales. Según esa hipótesis, Gorbachev se propone imitar en Asia el sistema de seguridad que se ha definido para Europa en el acta de Helsinki. A diferencia de Gromyko, quien concibe el equilibrio mundial con base en las relaciones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, Gorbachev sería partidario de un tipo de equilibrio "multipolar". Otras diferencia, pueden venir en el camino pero lo cierto es que a la vocación modernizadora de Gorbachev en lo económico --frente sobre el que viene trabajando con obsesión--, se suma ahora el de las relaciones exteriores. Y lo que los observadores indicaron cuando el "joven" líder soviético tomó las riendas del poder, sigue siendo confirmado con los hechos analizados: lo que hay detrás de él es algo más que un cambio en el estilo de trabajo de la segunda potencia mundial. Eduardo Mackenzie, corresponsal de SEMANA en París .EL "DOCTOR NO" Lo llaman el "Doctor no" en las Naciones Unidas, pues ha dicho "niet" 26 veces en el Consejo de Seguridad. En el Departamento de Estado norteamericano también le tienen un sobrenombre paradójicamente cariñoso: El "hosco gruñón". Se llama Andrei Andreievitch Gromyko, es una institución de la política mundial y el canciller de mayor experiencia del planeta: todas las crisis de importancia (Berlín, Cuba, Congo, Checoslovaquia, Vietnam, Medio Oriente, Afganistán, Polonia) sin mencionar las numerosas conversaciones de desarme, han conocido su actuación. Nacido en 1909 en una familia de campesinos de Starye Gromyki, un pueblito de Bielorrusia este hombre que el 18 de julio cumplirá 76 años, ha sido el jefe de la diplomacia soviética durante 28 años, desde que Nikita Kruschev lo nombrara ministro de Relaciones Exteriores en reemplazo de Vlacheslav Molotov.Economista antes de convertirse en diplomático, Gromyko recuerda con nostalgia un libro titulado "La expansión del dólar" que bajo el seudónimo de G. Andreiev publicara él un día para recoger varios artículos suyos sobre el tema. En realidad su brillante carrera comenzó en 1939 cuando fue nombrado consejero de la embajada soviética en Washington. Algún tiempo después, a la altura de los 34 años Gromyko se convirtió en el más joven embajador de toda la historia soviética. Su eficiencia y consagración lo fueron remontando de ahí en adelante. En 1946, siendo viceministro de Relaciones Exteriores, desempeñó el cargo de primer representante de la URSS en el Consejo de Seguridad de la recién creada ONU.No obstante, su ascenso dentro del Partido Comunista de la URSS fue más lento. Sólo hasta 1973, Leonid Brezhnev lo nominó para el exclusivo Politburó a pesar de que desde 1952 había sido nombrado suplente al Comité Central. Su militancia dentro del PC soviético arrancó en 1931, y fue de los pocos cuadros partidarios que escapó a las purgas estalinistas. Hoy es uno de los líderes con mayor acatamiento en las cúspides del Kremlin.Sovietólogos de todas las tendencias admiran en Gromyko sus buenas condiciones físicas y su paciencia, virtud esta última que puede llegar en algunos casos a transformarse en sumisión. Recuerdan la pesada ironia formulada por Kruschev en 1957, que mostraba al ministro como un fiel ejecutante de sus órdenes: "si yo le ordenara a él bajarse los pantalonesy sentarse sobre un bloque de hielo, lo haría sin chistar".La longevidad, que parece ser un rasgo muy ruso, en Gromyko tiene una confirmación pasmosa. A sus 76 años, el anciano canciller se mantiene informado de todo lo que pasa en el mundo gracias a una eficiente maquinaria, organizada por él mismo, que en la plaza Smolensk (sede de la Cancillería soviética trabaja a todo vapor. Su impresionante ritmo de trabajo (quizás sea esa la clave de su energía) y su meticulosidad, son el terror de sus colaboradores inmediatos. Henry Kissinger en sus memorias dice que "presentársele a él sin conocer los más pequeños detalles de un dossier equivale a suicidarse".Austero, discreto, poco propenso a asistir a fiestas (se afirma que recibe sólo dos o tres diplomáticos en su casa por año) Andrei Gromyko, el del eterno sombrero negro y semblante de tristeza infinita, era el interlocutor más conocido de Washington, Paris y Tokio .Ahora ascendido a cargo de jefe de Estado de la Unión Soviética por los 1.500 diputados del Soviet Supremo, una promoción más simbólica que real, el legendario funcionario no volverá a los ajetreos de antaño, cuando abordaba imperturbable los más candentes problemas del equilibrio mundial. Lo que ahora le espera son asuntos protocolarios, como recibir a los mandatarios extranjeros o realizar viajes oficiales al exterior. Pero algunos señalan que él conservará su influencia en el diseño de la política externa de su país, y que el cambio en la cartera de Relaciones Exteriores busca hacer la transición a tiempo, de una generación de líderes a otra, mientras los de la "vieja guardia" están aún en capacidad de darle a los "jóvenes" algunos consejos.