Al declarar una movilización parcial y amenazar con el uso de “muchas armas rusas” en respuesta al supuesto chantaje nuclear occidental, el presidente de Rusia Vladimir Putin ha subido la apuesta una vez más en su guerra contra Ucrania. De hecho, Putin ha llegado a decir: “Cuando la integridad territorial de nuestro país se vea amenazada, utilizaremos todos los medios a nuestro alcance para defender a Rusia y a nuestro pueblo; esto no es un farol”.
Esta última escalada se produce tras el anuncio el 20 de septiembre de la celebración de referendos en los territorios que Rusia ocupa actualmente en Ucrania. Representa el último intento del presidente ruso de encontrar la salida de una situación cada vez más grave en Ucrania.
Putin se dirigió al pueblo ruso en un discurso televisado a las 9:00 a. m., hora de Moscú, insistiendo en que la movilización militar parcial de sus dos millones de reservistas era para defender a Rusia y sus territorios. Declaró que Occidente no quería la paz en Ucrania y añadió que Washington, Londres y Bruselas estaban presionando a Kiev para que “transfiriera las operaciones militares a nuestro territorio” con un “saqueo completo de nuestro país” como objetivo.
Una vieja táctica
El plan de Rusia de anexionarse territorios en el este de Ucrania mediante “referendos” sigue una vieja táctica ya probada, pero también constituye un nuevo peldaño en la escalada de una guerra que no ha ido a favor de Putin durante la mayor parte de los últimos siete meses.
En marzo de 2014, Putin se anexionó Crimea tras un referéndum apresurado después de que Rusia ocupara la península. Y en febrero de 2022 –días antes de enviar al ejército ruso a Ucrania– reconoció la independencia de las llamadas repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, desplegando “fuerzas de mantenimiento de la paz” en estos territorios ocupados por Rusia y sus apoderados locales desde 2014. Putin utilizó estos territorios como plataformas de lanzamiento para su guerra ilegal contra Ucrania apenas dos días después.
Como resultado de esta agresión, Rusia conquistó alrededor del 20 % del territorio de Ucrania, principalmente en el este. En las últimas semanas, Moscú ha vuelto a perder algunas de estas zonas, pero sigue controlando unos 90 000 kilómetros cuadrados, sobre todo en la zona del Donbás y en el sureste de Ucrania. Las autoridades instaladas de facto por el Kremlin –que abarcan amplias zonas de las regiones de Donetsk, Luhansk, Zaporiya y Jersón– han “pedido” a Moscú que celebre referendos sobre su adhesión a la Federación Rusa.
Los referendos tendrán lugar probablemente entre el 23 y el 27 de septiembre, y se espera que el Parlamento ruso ratifique rápidamente cualquier decisión de anexión y que Putin la firme poco después. Un proceso similar ocurrió en Crimea en 2014.
Una escalada diferente
En 2014, Ucrania no opuso mucha resistencia en Crimea, y su operación antiterrorista se detuvo rápidamente cuando Rusia envió tropas y recursos a Donbas para respaldar a sus representantes locales. Tras ocho meses de intensos combates, el resultado fue la última entrega de los malogrados acuerdos de paz de Minsk en febrero de 2015, que crearon un inestable alto el fuego durante siete años incrustado en un proceso de diálogo disfuncional que no consiguió alcanzar un acuerdo.
Ahora no hay perspectivas de que Kiev y sus socios occidentales vayan a aceptar un acuerdo similar que simplemente le da tiempo a Moscú para reagruparse y planear su próximo movimiento. Líderes ucranianos y occidentales ya lo han declarado, incluidos el presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Olaf Scholz.
Pero es poco probable que esto detenga a Rusia. Putin necesita una “excusa” no tanto para progresar en Ucrania como dentro de la propia Rusia. Desde la perspectiva rusa, incorporar el territorio ucraniano a Rusia convertiría las operaciones militares ucranianas para liberar estas zonas en un acto de agresión contra Rusia.
Esto daría a Putin un pretexto para llamar a una movilización general y potencialmente incluso declarar la ley marcial en Rusia. En este contexto, la aprobación por la cámara baja del parlamento ruso del endurecimiento de las penas para una serie de delitos cometidos durante los periodos de movilización militar apunta en una dirección ominosa.
El anuncio de los referendos y todo lo que implican también plantea un desafío directo a Occidente, retando a los responsables políticos de la Otan y la UE a seguir apoyando a una Ucrania que ahora Rusia considera agresora. Esto aumentaría significativamente el riesgo de una confrontación directa entre Rusia y Occidente y volvería a plantear la posibilidad de que Rusia recurra a las armas nucleares.
Esto era algo que ya se había planteado en julio, cuando Ucrania empezó a hacer progresos en su contraofensiva en el sur, pero parecía ser otra de las líneas rojas irrelevantes de Rusia.
El factor chino
Putin se reunió con el presidente de China, Xi Jinping, el 15 de septiembre, aprovechando la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shangai en Samarcanda (Uzbekistán). Justo antes, Xi también había visitado Kazajstán y había expresado su claro apoyo a la soberanía e integridad territorial de ese país. Fue una clara señal a Putin para que se mantuviera fuera de Asia Central y presagió la posterior y humillante concesión para Putin al tener que admitir que China estaba preocupada por la “operación militar especial” de Rusia en Ucrania.
Que China siga evitando pronunciarse claramente contra la agresión rusa puede haber creado la impresión en Moscú de que el deseo de estabilidad de Pekín que Xi expresó en Samarcanda se refería principalmente a un rápido final de la guerra, y no necesariamente al camino hacia ella.
La idea de que China está empujando a Rusia no solo fuera de Asia Central, sino también hacia una postura más agresiva en sus fronteras occidentales es otra de las interpretaciones erróneas que el Kremlin hace del gigante asiático. Pero es muy peligrosa, teniendo en cuenta la aplicabilidad del libro de tácticas de Rusia a los “asuntos pendientes” en la región separatista prorrusa de Transnistria en Moldavia y el hecho de que Rusia también reconoció, en 2008, la independencia de las dos regiones separatistas de Georgia: Abjasia y Osetia del Sur.
En su reciente mensaje al líder de Osetia del Sur, Alan Gagloev, Putin subrayó “la alianza y la integración” como principios de su relación y el compromiso de Rusia de garantizar la “seguridad nacional” de Osetia del Sur.
¿La última batalla de Putin?
La pregunta que surge de todo esto es: ¿hasta dónde puede y quiere llegar Putin? Ya ha jugado la mayoría de sus cartas y sigue sin ganar. El chantaje energético contra Occidente no ha roto el frente unido de los miembros de la Otan y la UE y sus aliados.
Los partidarios de Putin son pocos y tienen dudosas compañías: gobiernos como Irán y Siria, Corea del Norte y Myanmar. Puede que China compre petróleo y gas ruso, pero Xi aún no se ha puesto abiertamente del lado de Putin en lo que respecta a Ucrania y es poco probable que lo haga, especialmente si se avecina una nueva escalada como resultado de los referendos previstos en los territorios ocupados.
Sobre todo, Putin no está ganando sobre el terreno en Ucrania. Su último intento desesperado de elevar las apuestas es la señal más clara de ello, pero también un indicio de lo peligrosa que puede llegar a ser esta situación ya catastrófica.
Por Stefan Wolff
Professor of International Security, University of Birmingham
Tatyana Malyarenko
Professor of International Relations, National University Odesa Law Academy
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation