La reciente publicación del cartel de Semana Santa de Sevilla 2024, una obra del artista Salustiano García, ha levantado polémica ante una representación de Jesús de Nazaret tras la resurrección.
La discusión gira en torno a la feminización de la figura, así como a la supuesta sexualización del trabajo. El óleo sobre lienzo de estilo realista muestra, centrada, la figura de Jesús limpio, desnudo con el paño de pureza, o perizonium, y con las tres potencias (los tres rayos de luz que tiene sobre la cabeza) sobre un fondo monocromático rojo. Las únicas marcas de martirio visibles son una pequeña reminiscencia en el costado tras la lanza y la llaga en su mano izquierda.
Dos maneras antitéticas de representación
Las representaciones de Jesucristo a lo largo de la historia del arte, tanto en las bellas artes como en la literatura, se dividen en dos extremos y categorías estéticas distintas: una que se distancia de la idea de belleza platónica (conocida como el Christus infirmus, indecorus) y otra que se acerca a ella (conocida como Christus formosus, speciosus).
Aquellas que siguen la primera opción muestran a un Cristo más terrenal y desprovisto de riquezas, destacando el sufrimiento de su martirio durante la Pasión, lo cual resalta su virilidad y masculinidad. Por otro lado, las representaciones que optan por un Cristo idealizado muestran un aspecto juvenil y adolescente, en línea con el ideal griego de belleza del atleta y el efebo, una belleza apolínea que se caracteriza por la belleza estética, la armonía y la proporción corporal.
Esta segunda corriente, que dota a la figura de una apariencia europea, es la más extendida globalmente por motivos de colonización a través de la evangelización, ya que si se atiende a los rasgos fisonómicos típicos de Oriente medio, es probable que la apariencia se aleje de este canon.
En poemas como “The Dream of the Rood” (“El sueño de la cruz”), de autoría desconocida, Jesucristo es retratado como un guerrero heroico y la palabra escrita es suficiente para retratar y proyectar los valores de la figura.
No obstante, en el arte visual surge una necesidad de reflejar la valentía, la bondad y la divinidad a través de rasgos físicos. Así, se sirve del estándar corporal del arte grecorromano para dotar a la figura de Jesús de un aura de heroísmo, valentía y bondad, en oposición con la figura del demonio. Ambas representaciones son resultado de la necesidad de clasificación en base a la apariencia física de una persona y la tradicional relación bondad/belleza y maldad/fealdad.
La fusión de los géneros
La representación artística de Jesús también ha implicado la unificación de la dualidad biológica de los sexos. Pero desde ciertas disciplinas científicas, como la teratología, esto se relaciona con lo monstruoso, ya que en un mismo cuerpo se fusionan dos estados que en principio son contradictorios.
La figura de Jesús está estrechamente ligada al estado intermedio y su correspondiente fusión –tierra/cielo, divinidad/humanidad, mujer/hombre, Padre/Hijo–. Esto se ha reflejado en la historia del arte a través de diversas obras. Por ejemplo, la Trinidad trifacial, de autoría anónima, encarna las tres figuras del milagro cristiano –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, mientras que Salvator Mundi (1500), de Leonardo Da Vinci, presenta una ambigüedad de género en un Jesús de carácter andrógino, donde la barba viril se combina con un pecho sugerentemente femenino.
De manera similar, Cabeza de Cristo (1940), de Warner Sallman, presenta facciones tradicionalmente femeninas, con ojos marcados y pómulos rosados. Este proceso incluso llega a la androginia, ya que se representa la integración de los sexos en Jesús. Como afirma el historiador francés Alberto Malet en Personne et Amour dans la Théologie trinitaire de Saint Thomas d’Aquin (1956), “Cristo había unificado completamente los sexos en su propia naturaleza, pues al resucitar no era ni macho ni hembra, aunque había nacido y muerto con sexo masculino”.
Jesús se hace carne
El realismo presente en la obra de Salustiano genera una serie de efectos en su recepción. La tradición de la cartelería de Semana Santa se ha centrado principalmente en obras que, o bien de manera pictórica dejan patente que se trata de un retrato, o bien presentan la escultura fotografiada en el contexto de la calle y entronizada, donde se refuerza el carácter inanimado de Jesús.
No obstante, Salustiano elimina el contexto y cualquier indicio de barniz que pudiera evidenciar la naturaleza inerte de un Jesús esculpido o retratado. Con ello logra superar lo que se conoce como el “valle inquietante” –esa sensación de extrañeza e incomodidad que provocan los muñecos, los maniquíes o cualquier escultura hiperrealista–.
La visión de Jesús según Salustiano es la del Dios cristiano como una persona de carne y hueso que incluso se toca el pecho. La mano de Dios, que tradicionalmente se encuentra en posición ascendente, tal y como lo representara Rafael en Cristo bendiciendo (1505-1506), ahora reposa sobre su propio torso y señala la herida para enfatizar su carnalidad, su presencia en la tierra.
Por: Laura Blázquez Cruz
Investigadora en el departamento de Filología Inglesa, Universidad de Jaén
Artículo publicado originalmente en The Conversation