Los gobiernos de Israel e Irán, dos de los mayores adversarios de Oriente Medio, atraviesan por un periodo turbulento. Las coyunturas por las que pasan sus gobernantes, Benjamín Netanyahu y Hasán Rohaní, son complejas y han acaparado toda la atención de sus países, que podrían verse confrontados a un cambio de gobierno a corto plazo. Pero también, podrían tener graves consecuencias por fuera de sus fronteras, pues esas crisis de gobierno suceden en un momento en que sus ejércitos están en pie de guerra. De hecho, todo apunta a que durante el fin de semana ambos cruzaron la línea roja de un conflicto marcado por el odio, las declaraciones apocalípticas y decenas de encontronazos diplomáticos, pero pocos enfrentamientos directos.Todo comenzó el sábado, cuando un dron iraní proveniente de Siria entró a los Altos del Golán, la estratégica franja montañosa que Israel ocupa desde hace 50 años. En cuestión de minutos, un helicóptero israelí abatió el aparato y una flotilla de aviones F-16 bombardeó varias instalaciones sirias e iraníes. Las fuerzas sirio-iraníes respondieron con varios misiles antiaéreos y abatieron una de esas aeronaves. Desde 1982, la Fuerza Aérea israelí no perdía un cazabombardero en un combate.Le sugerimos: Turquía intensifica su ofensiva en Siria y los civiles son los más afectadosHerido en su orgullo, Tel Aviv desplazó a la zona varias lanzaderas de misiles y también destruyó cinco baterías antiaéreas sirias y un centro de comunicaciones iraní. Y aunque esa tensa jornada se saldó sin más enfrentamientos, con el paso de los días trascendió que Netanyahu estuvo a punto de activar una ofensiva mayor. Sin embargo, cambió de parecer tras recibir una llamada del presidente ruso, Vladimir Putin (verdadero árbitro de la zona en la era de Donald Trump), en la que le advirtió sobre las consecuencias de esa decisión.En efecto, Israel evitó a última hora entrar a la guerra más larga y sucia de los últimos tiempos. Sin embargo, las alarmas quedaron encendidas, pues como dijo a SEMANA Joel Migdal, profesor de Historia de la Universidad de Washington y autor del libro Shifting Sands, “esta es la primera vez que tropas de Irán e Israel se enfrentan en un campo de batalla. Y todo está dado para una nueva intensificación militar”.Todo lo anterior puede parecer paradójico si se tiene presente que entre 2016 y 2017 la guerra de Oriente Medio pareció aclararse con la serie de derrotas que Estado Islámico encajó en Siria e Irak. De hecho, estas llevaron a la desaparición del califato que fundó entre esos dos países y redujo al mínimo su pie de fuerza. No obstante, ahí radica parte la explicación de la situación entre Irán e Israel.A finales de 2015, la intervención de Moscú y de Teherán cambió radicalmente el curso del conflicto a favor del dictador Bashar al Asad. De hecho, gracias a la aviación rusa y a las milicias chiitas financiadas por Teherán (como Hizbulá), las fuerzas leales a Damasco retomaron el control de la franja occidental del país, que se extiende desde las costa mediterránea al norte hasta la frontera sur con Israel en los Altos del Golán.Le recomendamos: Crece la tensión entre Estados Unidos y Turquía por SiriaEso le permitió a Al Asad mantenerse en el poder y alejar de la capital a las fuerzas rebeldes que querían sacarlo. Sin embargo, la verdadera victoria fue para Rusia e Irán, que además de controlar al régimen de Damasco cosecharon otros triunfos mayores. Por un lado, esta situación le permitió a Putin anotarse un éxito político en su país y un gran triunfo estratégico al conservar e incluso expandir el puerto militar de Tartus, la única base naval rusa en aguas del Mediterráneo.Por el otro, le permitió a Teherán alcanzar dos grandes objetivos. En primer lugar, expandir aún más su influencia geopolítica por todo Oriente Medio, pues además de controlar a Al Asad el régimen de los ayatolás ya es el poder detrás del trono en Líbano, Irak y Yemen. Y en segundo, meter sus tropas en las fronteras de Israel, el enemigo “sionista” al que ha jurado una y otra vez “borrar del mapa”. En efecto, el principal temor de Tel Aviv es que Irán –y sus aliados como Hizbulá– continúen su expansión en la zona.Durante años, Israel ha evitado que las amenazas iraníes se hagan efectivas gracias a su supremacía militar y sobre todo al respaldo de Washington, que durante décadas apoyó prácticamente todas sus políticas. En principio esa política ha continuado con Donald Trump, que reconoció a Jerusalén como la capital de Israel e hizo todo lo posible para acabar con un proceso de paz que al gobierno de Netanyahu no le interesa.Puede leer: El país que prohibió que se enseñe inglés a los niños en las escuelasSin embargo, cada vez es más claro que los objetivos de la Casa Blanca en la guerra de Siria se limitan a derrotar a Estado Islámico y poco más. En ese sentido, varios medios israelíes expresaron su desconcierto por el hecho de que, en las actuales condiciones, el secretario de Estado, Rex Tillerson, no haya incluido a su país en su próxima gira por Oriente Medio. Como escribió el lunes en un artículo de opinión de The New York Times el analista israelí Ronen Bergman, “la conducta de Estados Unidos ante la presencia de Rusia e Irán está fomentando la rabia y la frustración hacia Washington de las comunidades militares y de inteligencia de Israel”.En buena medida, la guerra que se está gestando entre Israel e Irán se debe a que todos los enemigos de Estado Islámico lograron afianzar sus posiciones en Oriente Medio y sienten que aún hay mucho por ganar con la fragilidad extrema de Al Asad. En efecto, el posconflicto de Siria es el de un Estado fallido. “Como Somalia, Siria va a tener un administración que emitirá pasaportes, mandará atletas a los Olímpicos y a los Mundiales e incluso tendrá un representante en Naciones Unidas. Lo ‘único’ que no podrá hacer es gobernar”, dijo en diálogo con esta revista James Galvin, autor del libro The New Middle East: What Everyone Needs to Know.En efecto, tras la derrota de Estado Islámico varios conflictos se están traslapando en territorio sirio, pues también Turquía, los kurdos, Arabia Saudita y los países del golfo están pescando en río revuelto mediante alianzas que a veces no son muy claras ni muy firmes. Una situación mala que puede empeorar.