“Tenemos toda tu información. Estás registrado como demócrata. Votarás por Trump el día de las elecciones o iremos por ti”. El intimidante mensaje llegó al correo de miles de personas en Florida registradas como demócratas. Y agrega: “Sabremos por cuál candidato votaste. Yo en tu lugar me tomaría esto seriamente”. Las autoridades atribuyen la amenaza a los Proud Boys, el grupo extremista de derecha que se hizo popular cuando Donald Trump se negó a rechazarlos en su primer debate presidencial. “Stand back and stand by”, les dijo el magnate aquel día, ante la mirada atónita de millones de estadounidenses que no podían creer que su presidente respaldara a una organización que, para las autoridades estadounidenses, roza el terrorismo. A puertas de las elecciones, la espera por los resultados ha pasado de la incertidumbre al terror.
Desde que Trump se negó a asegurar que reconocerá los resultados de los comicios del 3 de noviembre, una sombra de duda abruma al país. Con ideas infundadas, ha convencido al sector más fanático de su electorado de que el voto por correo, masificado debido a la pandemia, no es más que una excusa para que los demócratas desplieguen un fraude sin precedentes. Entre los seguidores que han creído sus palabras sobresalen los supremacistas blancos, que no esconden su racismo y están armados y alineados con creencias propias del fascista más recalcitrante. La actitud del mandatario los ha llevado a dar un paso adelante, convencidos de que sus actos violentos quedarán impunes con el respaldo del presidente. Esperan que el 3 de noviembre Trump sea reelegido; pero si esto no sucede, muchos temen que Estados Unidos quede a merced de los violentos.
Los Proud Boys son apenas un colectivo entre centenares de supremacistas que aterrorizan a esa nación. En Pensilvania, Arizona y Alaska los votantes demócratas también han recibido mensajes intimidatorios, y el FBI los señala de estar detrás de los ataques racistas de los últimos meses. Tras el asesinato de George Floyd en Mineápolis, miles de personas se movilizaron para reclamar justicia y protestar contra la violencia policial. Los grupos supremacistas, alentados por el llamado de Trump para contrarrestar lo que él consideraba “protestas anárquicas”, intimidaron a los manifestantes. Caravanas de vehículos con supremacistas blancos han coincidido con las movilizaciones pacíficas. En Kenosha, luego de las protestas por los ataques de un policía al afroamericano James Blake, un adolescente llamado Kyle Rittenhouse disparó a los manifestantes. El joven era seguidor de Trump, asistía a sus mítines y estaba asociado con colectividades supremacistas.
La última amenaza vino por cuenta de 13 miembros de estas milicias que pretendían secuestrar a Gretchen Whitmer, la gobernadora de Míchigan. Según las autoridades, el plan era “instigar una guerra civil”, un temor que acecha desde que Trump se niega a aceptar los resultados. En este caso, el grupo perpetrador es conocido como Wolverine Watchmen, cuyos miembros ya enfrentaban cargos estatales. Las autoridades sospechan que intentaron identificar las direcciones de las casas de los agentes del orden; planeaban atacar el edificio del capitolio en Lansing y secuestrar a funcionarios del Gobierno, incluida Whitmer. Un informante confidencial del FBI asistió a una reunión en junio en la que el grupo “habló de crear una sociedad que siguiera la Declaración de Derechos de Estados Unidos y donde pudieran ser autosuficientes”. El infiltrado fue clave para neutralizar el plan, pero las autoridades temen que el 3 de noviembre no puedan contener las arremetidas ante una derrota de Trump en las urnas.
De acuerdo con el Departamento de Seguridad Interior (DHS), los supremacistas blancos plantean importantes amenazas terroristas internas en Estados Unidos. El secretario interino de Seguridad Interior, Chad Wolf, dijo: desde septiembre de 2019 “comenzamos a ver una nueva y alarmante tendencia a la explotación de las protestas legales, causando violencia, muerte y destrucción en las comunidades estadounidenses”. Wolf citó heridas a 300 agentes de la ley durante las protestas, ataques que representan “una significativa amenaza a la patria al socavar la seguridad pública y la de los oficiales”, así como los valores y el estilo de vida. Trump ha señalado a los grupos “anarquistas radicales de izquierda” como una importante amenaza para el país, pero apenas se ha referido a los supremacistas. El magnate ha hecho de los ultraizquierdistas una parte clave de su discurso de campaña, al tiempo que evita cualquier conversación sobre extremistas de derecha, incluidos neonazis y supremacistas blancos, relacionados con varias muertes de agentes del orden. El informe asoció múltiples ataques masivos y muertes con extremistas de derecha; incluso el asesinato de tres policías se ha relacionado con extremistas nacionalistas.
La amenaza está latente. El documento advierte que algunos extremistas “podrían apuntar a eventos de las campañas, las elecciones en sí, los resultados electorales o el periodo poselectoral”, y añade que “dichos actores podrían movilizarse rápidamente para amenazar o participar en actos de violencia".
Según los expertos, la reticencia de Trump para aceptar los resultados se debe al complicado panorama que ve para mantenerse en la Casa Blanca. Como le dijo a SEMANA Gary Jacobson, profesor de Ciencia Política de la Universidad de California (San Diego), los supremacistas blancos tienen “un apoyo popular muy pequeño, pero a fin de cuentas son una amenaza. Trump sabe que lo apoyan, y por eso no dice nada malo de un grupo que lo apoya, no importa qué tan desquiciados o desagradables sean. Mientras lo apoyen está todo bien”.
Tras la presión popular, el magnate parece haber dado un paso atrás, aunque sea estratégico. El mandatario, criticado luego de su lamentable intervención en el primer debate, tuvo que retractarse de su apoyo a los Proud Boys. Días después condenó a “todos los supremacistas blancos; lo he dicho muchas veces, y déjeme ser claro de nuevo: condeno al KKK, condeno a todos los supremacistas blancos, condeno a los Proud Boys”, dijo Trump a Fox News.
En todo caso, el presidente ha conseguido sembrar el caos. En septiembre le pidió a sus seguidores: “Vayan al centro de votación y miren con cuidado porque esto es lo que sucederá”, refiriéndose al supuesto fraude electoral. El problema estriba en que en aquellos estados que permiten el porte de armas en espacios públicos es difícil evitar que milicias o militantes armados se reúnan frente a los colegios electorales, aun cuando no hagan amenazas directas. Pero su presencia, más que probable, podría ser una herramienta de intimidación. Y, según un estudio del Pew Research Center, desde que comenzó la pandemia la venta de armas en Estados Unidos creció un 50 por ciento.
Los supremacistas podrían encontrar una respuesta violenta. El FBI está preocupado por el riesgo de enfrentamientos entre milicias de extrema derecha y activistas “antifascistas” antes de las elecciones. Para muchos, el brote de violencia parece inminente.
Mientras tanto, varias coaliciones buscan garantizar que no haya levantamientos. Sean Eldridge, excandidato demócrata al Congreso en Nueva York, lidera una de las coaliciones de ‘Protejan los resultados’, el movimiento que pretende asegurar seguridad en los comicios. “Preocuparse por si un presidente en ejercicio aceptará el veredicto de las urnas y garantizará una transición pacífica del poder –dice Eldridge– es algo nunca visto en la historia política estadounidense”. El líder agrega: “Nunca me imaginé que tendría que hacer un trabajo de este tipo. Pero debemos tomarle la palabra a Trump cuando dice que podría no aceptar los resultados”.
Ahora más que nunca la amenaza de un conflicto civil interno en Estados Unidos parece más probable. Tras cuatro años socavando la legitimidad de las instituciones norteamericanas, desatar un revuelo sin precedentes por los resultados sería un epílogo acorde con sus antecedentes.