Los talibanes ordenaron en uno de sus primeros edictos religiosos tras completar la semana pasada la reconquista de Afganistán, la suspensión de la educación conjunta para hombres y mujeres en las universidades e institutos de la provincia de Herat, en el oeste del país.
La decisión fue alcanzada después de una reunión de tres horas entre talibanes, educadores y responsables de las universidades privadas de la provincia, que acoge a unos 40.000 estudiantes y unas 2.000 instalaciones de educación superior.
Tras el encuentro, los talibanes declararon que no existía solución alternativa alguna ni justificación para proseguir con la educación mixta, por lo que era necesario poner fin a esa práctica, según informaron fuentes próximas a la reunión a Khaama Press.
Los responsables educativos de Herat intentaron argumentar que las universidades e institutos del Gobierno estaban capacitados para gestionar una educación separada solo en el aspecto teórico, porque les resultaba imposible construir clases separadas para hombres y mujeres.
El responsable principal de los talibanes en la reunión, el jefe del “Departamento de Educación” del Emirato Islámico de Afganistán, el mulá Farid, descartó cualquier opción y reiteró que la educación mixta debería terminar al tratarse de la raíz de los males de la sociedad, cita el medio.
El mulá Farid sugirió que los talibanes estarían dispuestos a admitir que las jóvenes reciban educación de “profesoras virtuosas” y de “varones ancianos”, pero no hizo mención alguna a los aspectos logísticos de la decisión. En respuesta, los profesores de Herat han avisado que este edicto privará a miles de mujeres de recibir una educación superior.
Millones de mujeres, en jaque
El regreso del régimen talibán a Afganistán es una pesadilla para millones de mujeres y pone en alerta al mundo entero. Muchos afganos, sobre todo en la capital, y las mujeres en particular, estaban acostumbradas a la libertad de la que han disfrutado durante los últimos 20 años y hoy temen este macabro paso atrás. Los talibanes impusieron una versión estricta del islam cuando gobernaron Afganistán de 1996 a 2001. La represión y la anulación de la mujer es el símbolo más triste de ese extremismo.
En esos tiempos, las mujeres no podían trabajar ni salir sin estar acompañadas por un hombre, y se prohibía a las jóvenes y a las niñas ir a la escuela. A los ladrones se les cortaban las manos, los asesinos eran ejecutados públicamente y los homosexuales eran liquidados. Aunque los talibanes tratan de mostrar hoy una imagen más moderada y han prometido que si vuelven al poder respetarían los derechos humanos, en especial los de las mujeres, es claro que esto no sucederá.
En las nuevas regiones conquistadas, los insurgentes ya han sido acusados de numerosas atrocidades: asesinatos de civiles, decapitaciones y secuestros de adolescentes para casarlas por la fuerza, entre otros.
Un informe de Amnistía Internacional, fechado al final del régimen en el año 2000, cuenta que “tradicionalmente, la vida de las mujeres afganas está controlada por los varones de la familia. Las nociones de honor y vergüenza, que sustentan las normas y prácticas culturales, hacen hincapié en la modestia y pureza femeninas. Durante las dos últimas décadas, pero especialmente entre 1992 y 1995, los guardias armados han utilizado estas normas como armas de guerra, perpetrando violaciones y agresiones sexuales contra mujeres como forma última de deshonrar a comunidades enteras y de reducir la capacidad de resistencia de la población frente a los avances militares”.
Por eso miles de familias huyen hoy del país con la esperanza de darles un mejor futuro a sus hijas y esposas.