¿De qué no es capaz Taylor Swift? En los últimos dos años, las hazañas de esta estrella convertida en fenómeno han sido innumerables, y su cobertura en los medios de comunicación roza lo obsesivo: los periódicos contratan ahora reporteros expertos en Taylor y hay algunos que se dedican específicamente a seguirla en las ceremonias a las que asiste, hasta el punto de que la cantante ha tenido que encontrar formas de escapar a esta vigilancia constante.
El efecto Taylor Swift
Hay que decir que cada movimiento suyo puede tener repercusiones sin precedentes, hasta el punto de que ya se habla de un “efecto Taylor Swift”. Elegida Personalidad del Año por la revista Time en diciembre de 2023, es capaz de dinamizar la economía de las ciudades donde actúa (dando lugar a la “Taylornomics”), levantar a un sector en crisis, provocar apagones y terremotos, e incluso convencer a Fox News de la importancia de la huella de carbono. Pero ¿podría cambiar el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre?
Eso parecen temer los conservadores estadounidenses. Hace seis años, cuando la cantante se significó políticamente por primera vez en su carrera para apoyar al candidato demócrata a senador por Tennessee, la derecha estadounidense se burló de sus pretensiones y ridiculizó el peso electoral de sus fans. Mike Huckabee, exgobernador de Alaska y excandidato en las primarias republicanas de 2016, tuiteó: ”Claro que Taylor Swift tiene todo el derecho a hablar de política, pero su impacto en las elecciones será nulo a menos que demos el voto a las niñas de 13 años”.
Las niñas que tenían 13 años en 2018 tienen ahora 19, y por tanto están en edad de votar en Estados Unidos. Y no son las únicas que escuchan a Taylor Swift. Este año, los conservadores se están tomando en serio la amenaza, a juzgar por la maquinaria mediática puesta en marcha para desacreditar a la estrella, incluso antes de que anunciara un posible apoyo a la reelección de Joe Biden. Las teorías conspirativas proliferan en las redes sociales, y están tan bien retransmitidas por Fox News y Newsmax que un tercio de los conservadores las suscriben. Se dice que la cantante, que recibiría órdenes del “Estado profundo”, es una agente del Pentágono entrenada en técnicas de manipulación psicológica.
El excandidato a las primarias republicanas Vivek Ramaswamy llegó a sugerir que la pareja que forma con Travis Kelce habría sido creada de la nada para ganarse el voto de los aficionados al fútbol americano. Se suponía incluso que la estrella del pop declararía su apoyo a Biden durante la victoria –“amañada”, por supuesto– de los Kansas City Chiefs en la Super Bowl. Sin embargo, cuando el equipo de Kelce ganó el torneo el 11 de febrero la profecía no se cumplió.
Ese día, en un movimiento inusualmente comedido, Trump se desmarcó de los teóricos de la conspiración de su bando declarando que Taylor Swift debería darle a él su apoyo porque, sin él, la Ley de Modernización de la Música nunca se habría aprobado.
Es cierto que Trump firmó esta ley en 2018, que facilita a los artistas cosechar los ingresos generados por sus obras en las plataformas de streaming y descarga. También es cierto que fue aprobada con un amplio apoyo bipartidista en un país donde, no olvidemos, la separación de poderes sigue existiendo y donde el ejecutivo no puede arrogarse la acción del legislativo.
Sea como fuere, si decidiera pronunciarse sobre las elecciones, es improbable que la cantante, defensora de los derechos de las minorías sexuales y étnicas, y comprometida con el derecho al aborto, apoyase otra cosa que no fuese la candidatura Biden-Harris como hizo en 2020. La cuestión sigue siendo si, como cree la derecha estadounidense, podría darle la victoria a los demócratas.
Una influencia más cuantitativa que cualitativa
En primer lugar, ¿de qué tipo de influencia estamos hablando? El efecto de Taylor Swift en las elecciones podría ser cuantitativo o cualitativo, es decir, podría afectar a la participación o a la elección de los votantes.
En términos cuantitativos, va por buen camino: el pasado mes de septiembre, durante el Día Nacional del Registro de Votantes (una jornada nacional para promover el registro de votantes, en la que han participado numerosos famosos desde su creación en 2012), la web Vote.org registró una actividad récord tras una publicación en Instagram de la cantante animando a registrarse: 35 000 registros más que en 2022, un aumento del 25 % e incluso del 115 % si nos limitamos a los jóvenes de 18 años.
Hay que entender que en Estados Unidos hay que registrarse para cada elección (excepto en Dakota del Norte). La presidenta de Vote.org escribió en la red social X (antes Twitter) que el 80 % de los inscritos acuden después a las urnas, por lo que estas cifras deberían reflejarse en la participación en noviembre.
Cualitativamente, es probable que el aumento de la participación swiftie recompense sobre todo a los demócratas: esa es la afiliación partidista declarada por el 55 % de los seguidores en una encuesta de marzo de 2023. No es demasiado sorprendente: la mayoría de los swifties son jóvenes (la mitad son millennials y solo el 10 % son miembros de la generación X), un electorado que tiende a votar a la izquierda; pero también porque las posturas de la cantante son claras para sus oyentes desde 2018.
Sin embargo, una encuesta realizada casi un año después, en febrero de 2024, por el mismo instituto declaraba que el 64 % de los swifties tenía intención de votar a Biden. Esto sugiere que la cantante puede haberse ganado a parte del 45 % restante de fans que estaban divididos en 2023.
Como la campaña aún no ha terminado, es posible que esta cifra aumente, ya que la conversión de los oyentes no demócratas se ve facilitada por el alto nivel de apego parasocial de los fans de Taylor Swift, en quien suelen tener una confianza infalible.
Sin embargo, aunque Taylor Swift consiga movilizar a sus fans demócratas o dirigir a nuevos votantes hacia Biden, sólo tendrá impacto en el resultado final si esto se produce en los estados indecisos.
Las elecciones presidenciales estadounidenses son en realidad la suma de 50 elecciones, una por estado. En cada una de ellas, el candidato que obtiene la mayoría simple de los votos gana todos los electores del estado (el sistema winner-take-all). Un aumento numérico de votos para Biden no tendría ningún impacto si se concentrara en estados ya tradicionalmente demócratas, como California o Nueva York.
Falta de estudios fiables
Sin embargo, se han realizado pocos estudios fiables sobre la distribución geográfica de los swifties. Un estudio de julio de 2023 analizó todos los tuits geoetiquetados que contenían un mensaje positivo sobre Taylor Swift durante un período de 30 días. Sus limitados resultados identificaron los estados en los que se encontraban la mayoría de los swifties activos en X. Sin embargo, entre los 10 primeros sólo figuraba uno de los seis estados indecisos que probablemente determinarán las elecciones: Michigan.
Aun así, nada descarta que los swifties menos activos en las redes sociales se movilicen en otros estados en los que los resultados serían ajustados, como ocurrió en 2020 en Arizona y Georgia, donde Biden obtuvo apenas 10.000 votos más que Trump.
Aunque la influencia cuantitativa de Taylor Swift en las elecciones estadounidenses parece ya innegable, habrá que esperar a los resultados de estudios más precisos, y quizá incluso a las propias elecciones, para saber si puede influir en el resultado de las votaciones.
Sin embargo, su participación en la campaña habrá tenido un impacto en las preocupaciones del Congreso: la ofensiva conservadora contra Swift ha dado lugar a la circulación de imágenes pornográficas de la estrella generadas por inteligencia artificial (deepfakes) en la red X. Por ello, un grupo bipartidista de diputados estadounidenses ha presentado un proyecto de ley para criminalizar estas prácticas en todo el país, una iniciativa copiada a nivel estatal, incluido Missouri, donde el título de la ley será “Taylor Swift Act”. Después de todo, las elecciones presidenciales de 2024 pueden ser la “versión de Taylor”.
Por: Elsa Grassy
Maîtresse de conférences en études états-uniennes, Université de Strasbourg
Este artículo fue publicado originalmente en francés en The Conversation