Cuando bajaron temprano a comprar pan se toparon con dos cuerpos maniatados sin cabeza. Luis, estremecido, en un reflejo le tapó los ojos a su nieto. Los sicarios del narcotráfico en Ecuador habían dejado un mensaje macabro.
Junto a las escaleras que llevan al Cerro Las Cabras, quedaron los cadáveres que esa mañana de mayo sorprendieron a los habitantes de esta populosa y empobrecida zona del municipio de Durán, próximo a Guayaquil. “Le tapé los ojos a mi nieto, subí, cerré las ventanas y no supe más”, recuerda Luis Sarmiento, un antiguo obrero de 78 años y quien hace 16 vive en esta colina.
Como si fuera una hiedra, el narcotráfico trepó hasta allá para montar su “escuela de sicarios”, que desde temprana edad sirven a las bandas que venden drogas al por menor, señaló un exjefe de la policía bajo reserva. Las pandillas reclutan a niños desde los 10 años para la venta de droga. “Primero venden y después les dan un arma y se convierten en sicarios”, complementó el coronel de la policía Jorge Hadathy.
En uno de los escondites de Los Lagartos, una de las pandillas de Durán, fuera del Cerro, autoridades encontraron peluches de cocodrilos. La policía cree que las bandas, para atraer a los niños, a quienes luego le dan armas, les reparten juguetes alusivos a la organización. La mayoría de los 230 detenidos en Durán entre enero y abril de 2022 tenía entre 17 y 18 años, según el coronel. “Y tienen cuatro o cinco muertes encima”, añadió el comandante del distrito policial.
El Cerro Las Cabras es el punto más violento de Durán donde, en febrero, también fueron encontrados dos cuerpos tiroteados que pendían de un puente peatonal. Desde octubre de 2021 han aparecido cinco cadáveres mutilados, más los dos decapitados, en ajustes de cuentas al estilo cruel de las mafias mexicanas.
Los asesinatos están relacionados con las riñas entre bandas del microtráfico, que puede mover unos 1,8 millones de dólares al mes solo en Durán, según cifras oficiales. En la falda del cerro, unos 30 policías inspeccionan vehículos en busca de drogas o armas. Barrio adentro, efectivos a caballo requisan a un hombre de gorra.
Los vecinos siguen de reojo los operativos, sin salir de sus casas o entablar conversación, en la ley del silencio propia de las mafias. En su más reciente incursión en el Cerro Las Cabras, la policía recibió el apoyo de los militares movilizados bajo el estado de excepción que decretó el gobierno para enfrentar a las mafias en tres provincias, incluida Guayas, donde está Durán.
“Las bandas nos juegan al gato y al ratón”, comentó el sargento Washington Reyes. Incluso usan “campaneros”, niños a quienes dan radios “del porte de un encendedor” para que los alerten de los operativos. Esto es un “supermercado de la droga”, señaló el coronel Hadathy. “Las familias viven de la venta o reciben dinero de las mafias, y el resto calla por miedo”, agregó.
Los adolescentes son presa fácil de los narcos, dice Alexandra Saavedra, líder comunitaria en Durán. “Si no tienen lugares para hacer deporte, viven en un lugar deprimido, seguro se hacen de una banda. A veces el lobo no es malo porque quiere, sino que no tiene opciones”, comentó.
Con información de AFP