“La primera vez que fui al Maidán me acojoné”. Katia Sol, fotógrafa de 25 años, jamás había visto un monumento de más de 70 metros de altura, de mármol y ribetes dorados, como el que vio levantado en toda la mitad de la plaza de la Independencia de Kiev. Una columna de la victoria, como la de Berlín, que culmina con la figura de Nike –diosa de la victoria para los griegos–, pero, a diferencia, la que apunta al cielo kievita es la de Berehynia, espíritu femenino que simboliza la Madre Tierra en la mitología eslava.
Era verano de 2013, Katia llegó para hacer prácticas de periodismo y se enamoró de la ciudad. Entre otras, por su color. “Kiev era verde, muy verde”, recuerda. “Pensé que sería gris y sin gracia como todas las ciudades de mi país, Bielorrusia”. Gris, sin embargo, fue el tono que adquirió el Maidán desde la madrugada del jueves cuando empezaron a surcar aviones rusos encima de la estatua de Berehynia.
La imagen que desde entonces se difunde de la capital ucraniana es de terror, diferente a la de la ciudad con “alma artística”, como Katia la describe. “Músicos, pintores, escritores, arquitectos…, la gente más talentosa entre nuestros países vive allá”, dice en diálogo con SEMANA.
Sus habitantes la llaman la Ciudad de los Castaños, por el castaño de Indias, robusto árbol que abunda a lo largo del río Dniéper, que divide su área en dos. Por las calles y senderos de la ribera, se acomodan decenas de pintores con lienzos y pinceles. En verano, son frecuentes los conciertos al aire libre en el casco antiguo de la ciudad, cuya arquitectura se asemeja más a la de París o Madrid que a la de Moscú o San Petersburgo. “La gente es muy amable, cercana y divertida”, afirma Katia al señalar que nunca ha oído noticias de riñas ni borrachos.
El invierno es “terrible”, aunque ideal para practicar deportes en la nieve. “Sales a la calle y a los cinco minutos no sientes las piernas”, admite la fotógrafa. La primavera es muy esperada, los castaños florecen e impregnan toda la ciudad con su fragancia. “De los aromas más agradables que he respirado”, dice Katia. Pero este año, cuando la estación está cercana en el calendario, la primavera parece la prolongación del invierno, y lo que se olfatea ahora es drama y ansiedad.
“La guerra comenzó”
Desde 2014, cuando Rusia anexó Crimea a su territorio, Elizaveta Nesterova, 19 años y diseñadora de movimiento, era consciente de que en algún momento soplarían vientos de guerra en Kiev. Nunca imaginó pasar horas tan angustiosas como las que ha vivido desde la madrugada del jueves, según le relató a SEMANA, vía Telegram.
Anna, su madre, la despertó a las 5:00 a. m.: “La guerra ha comenzado”. El presidente ruso, Vladímir Putin, había ordenado una “operación militar especial” para “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania, que para el jefe del Kremlin es una “constante amenaza”.
Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, tuvo que salir a la televisión de su país, la misma que había conquistado desde 2015, pero como actor, comediante y guionista, con la serie de sátira Servidor del pueblo, en la que precisamente interpretaba al presidente de la nación.
A diferencia de aquella ficción, esta vez Zelenski habló en ruso para dirigirse directamente a los habitantes del país vecino: “Sé que vuestro Gobierno os dice que somos nazis. ¿Pero cómo va a ser nazi un país que sacrificó 8 millones de vidas para vencer al nazismo? Mi propio abuelo sirvió en la infantería del Ejército Rojo hasta Berlín”, dijo en su discurso, que culminó con la promesa de no abandonar a su pueblo, pronunciada en ucraniano. El silencio de la ciudad se oía hasta que fue interrumpido por el primer estruendo de las sirenas, que ya se ha repetido hasta ocho veces al cierre de esta edición.
Elizaveta salió a la calle a retirar dinero en efectivo. Las filas eran enormes en cajeros, supermercados y farmacias. Hizo fila por más de dos horas, pero el cajero solo aceptaba tarjetas del banco titular y despachaban hasta 3.000 grivnas (nombre de la moneda ucraniana) por usuario, monto equivalente a 100 dólares o 392.000 pesos colombianos. Dos jóvenes se ofrecieron a ayudarle y le retiraron apenas 2.000 grivnas. Mientras esperaba a que salieran del banco, “los aviones pasaban volando por encima de nuestras cabezas”.
Pronto, las avenidas se atascaron con miles de vehículos. Sus ocupantes buscaban salir de la ciudad y estaciones para abastecerse de gasolina. Los precios de los billetes de autobús se dispararon hasta 15 veces por encima de su valor habitual.
Al regresar, a diez minutos de su casa, Elizaveta vio la boca de la estación de metro Dorohozhychi convertida en embudo por el que se filtraban filas de personas con maletas, como si fueran a salir de paseo de fin de semana.
“¿Cómo estás?, ¿qué vas a hacer?”, le preguntó su hermana desde Alemania, a donde había llegado la semana pasada ante la inminencia de la guerra. En su condición de trabajadora independiente, Elizaveta canceló varios proyectos de edición de video por “ansiedad extrema”. Piensa retomarlos tan pronto cruce la frontera, en Polonia, donde estalló la Segunda Guerra Mundial, en 1939, cuando el ejército de Hitler invadió al país más católico del mundo.
Anna y Elizaveta pasaron el jueves en el sótano “con mucha ansiedad”, relata la diseñadora. “Escuchando explosiones y disparos esporádicos”. Aunque viven a 30 kilómetros del blanco de los bombardeos, ven los destellos de fuego de las bombas y escuchan el sonido de su posterior explosión. “A veces la casa tiembla”.
La tensión de las mujeres aumentó con las noticias falsas que llegaban a sus celulares. Circuló una foto del aeropuerto de Gostomel con una columna de humo, Elizaveta subió a comprobarlo desde su ventana, con vista a la torre de control, y no era cierto. “El cielo seguía azul claro”. Otra imagen daba cuenta de un edificio en Járkov, segunda ciudad de Ucrania, con el tricolor de la bandera rusa izada y la leyenda “Járkov es capturada”, cuando en realidad la foto era de 2014. Hasta ‘noticias’ de la presunta huida del presidente Zelenski con su familia fueron difundidas en las redes sociales.
Sin fuerzas en el cuerpo, durmieron apenas hora y media. “Prometían una terrible invasión entre las tres y cuatro de la mañana. ¿Quién iba a conciliar el sueño?”. Pasaron la noche sentadas, y se estremecieron ante el más simple susurro.
“Tengo miedo de que una bomba caiga, no sé si el sótano será suficiente o si alcanzaré a correr a un refugio”. Elizaveta tiene señaladas las estaciones de metro más próximas, la trinchera más segura. El sistema de Kiev es el más profundo del mundo, construido 105 metros por debajo de la tierra en las cuevas del monje Anthony, visitado con frecuencia por la aristocracia ucraniana en el segundo siglo de nuestra era. Desde el jueves, se instalaron familias enteras, niños que no saben cuándo volverán a clase, y bebés de brazos que quizás no recordarán la pesadilla.
“No sé cuánto tiempo durará, confiamos en nuestro ejército, pero sabes que Putin no se detendrá”, confiesa Elizaveta, mientras comparte un audio con el sonido de sirena, que tras una tarde de calma volvió a activarse hacia las 6:00 p. m. del viernes (10:00 a. m. en Colombia), anunciando otra horrible noche.
Katia, una de las amigas de Elizaveta que consiguió salir, sigue a la distancia las noticias que se originan desde Ucrania. “Es un país joven, próspero y con gran potencial. Extraño su gente, es unida, amable y patriótica. Darán la vida por su nación”, dice desde Madrid, donde espera la primavera, que esta vez no tendrá el olor de los castaños de Indias, el que más le recuerda los días de fiesta y arte en Kiev, donde las cosas ya pasaron de castaño oscuro, tras las primeras 48 horas de guerra en la región del Donbás.