La invasión rusa de Ucrania iniciada en febrero está produciendo unas sacudidas en el entorno de seguridad europeo, cuyo alcance total solo se vislumbrará cuando la niebla de la guerra se haya disipado. Lo que ya se sabe es que la guerra ha hecho anidar entre los europeos una sensación de inseguridad compartida.
La solicitud de acceso a la Otan avanzada por Suecia y Finlandia es una manifestación de la inquietud con que dos naciones nórdicas geográficamente próximas a Rusia contemplan la guerra. La preocupación de estos dos países por el comportamiento ruso no es nueva, pero renace ahora con fuerza para operar un cambio histórico en unas culturas estratégicas basadas en la neutralidad, llevándolos a llamar a la puerta de una organización en cuya periferia han permanecido durante décadas. Siempre cerca, pero rechazando cruzar el umbral de la plena participación.
El estado de postración en que quedó Rusia tras la caída del comunismo difuminó el imperativo de neutralidad a ultranza. Ambos países iniciaron una aproximación a occidente, integrándose en 1995 en la Unión Europea y asumiendo la cláusula de defensa mutua del Tratado de Lisboa, redactada con la suficiente ambigüedad como para salvaguardar su neutralidad. Se produjo también un acercamiento a la Otan, materializado con el ingreso de los dos países en el programa Partnership for Peace (PFP) y con el inicio de una larga andadura de leal participación en operaciones multinacionales de la Alianza.
Los finlandeses ya manifestaron su rechazo a la Otan
La cooperación de estos países con la Otan ha crecido desde entonces y hoy convergen con ella más que algunos aliados. Nunca habían dado el paso de vincularse jurídicamente al Tratado de Washington. Porque aunque vincularse les habría situado bajo el paraguas protector de la Alianza, también les habría obligado a implicarse fuera de sus fronteras en la defensa de otros, algo no bien recibido por sus ciudadanos. Una encuesta sobre defensa comisionada por el ministerio finlandés del ramo publicada en 2007 mostró que casi el 70 % de los finlandeses rechazaba entonces la integración en la Otan.
El entorno de seguridad ha cambiado. La presión de Putin ha obrado el milagro de revertir décadas de neutralidad. El ingreso no será inmediato, pues precisa la aquiescencia de todos los aliados sin excepción. A pesar de que los dos países cumplen sobradamente los requisitos de índole política que demanda la Otan a cualquier candidato, un acceso rápido parece descartado a la vista de la actitud de Turquía.
La reacción de Rusia ha evidenciado su contrariedad. El viceministro Ryabkov ha calificado la decisión de “grave error”, augurando “consecuencias de largo alcance”. Putin ha matizado esta valoración diciendo que Rusia no tiene problema con el acceso, pero añadiendo que no tolerará la expansión de la infraestructura de la Alianza a territorio sueco o finlandés.
Con los nuevos aliados, la Otan se reforzará significativamente, pues sus fuerzas armadas, aunque relativamente reducidas, están equipadas con material sofisticado y excelentemente entrenadas. Su entrada en la Alianza debe ser saludada como beneficiosa para todos. Contribuye, además, a fortalecer el pilar europeo, pues ambos son miembros de la Unión Europea y produce el salutífero efecto de forzar a sus ciudadanos a ser más solidarios con las preocupaciones de seguridad ajenas.
El hecho, sin embargo, se produce en un momento tenso. Al menos a corto plazo, el ingreso de Suecia y Finlandia en la Otan aumentará la fricción con Rusia. La Alianza asume un problema que podría haberse evitado si la decisión se hubiera tomado en un periodo de distensión. Oportunidades ha habido. La idea puede también introducir en la Otan la semilla de la discordia. Sin rechazarla tajantemente, Turquía ha manifestado sus reservas a la entrada, argumentándolas con la actitud de estos países hacia los refugiados kurdos del PKK.
El período de distensión que vive Turquía con Rusia desde la guerra de Siria, reforzado por el giro de política exterior introducido por Erdogan, ha podido también jugar un papel en la postura turca. Aunque finalmente acepte el acceso de los dos países, ha quedado perfectamente claro qué piensa de sus dos nuevos aliados. La entrada de Finlandia y Suecia desplaza el centro de gravedad de la Alianza sensiblemente al norte. Siendo lógico el énfasis que la Otan pone en el este de Europa, no debe ir en detrimento de la atención debida a otros problemas de seguridad, ni apuntalar la sensación de que el este y el sur no reciben en la Otan el mismo nivel de atención.
Dos democracias preocupadas por una amenaza
Acoger a dos democracias preocupadas por una amenaza real es, además de una cuestión de solidaridad, un deber moral, incluso si estas han declinado durante décadas compartir la carga que implica mutualizar la seguridad en una Alianza. Suecia y Finlandia deben ser aceptadas con los brazos abiertos, pero también con la plena consciencia de las implicaciones que tiene, para la seguridad continental, recibirlos en un momento en el que Rusia libra una guerra contra Ucrania y contra un Occidente encarnado por la Otan y por Estados Unidos, a los ojos de Putin.
La ampliación no debe servir para reducir la sensibilidad aliada hacia retos de seguridad diferentes al que plantea Rusia, ni hacia problemas como el de la no inclusión de Ceuta y Melilla en el espacio geográfico definido por el Artículo 6 del Tratado de Washington. El resultado de la incorporación de Suecia y Finlandia a la Otan debe ser más seguridad para todos; no menos.
Por: Salvador Sánchez Tapia
Profesor de Análisis de Conflictos y Seguridad Internacional, Universidad de Navarra
Artículo publicado originalmente en The Conversation
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