El alboroto que armó el inquilino de la Casa Blanca por la rueda de prensa conjunta que dio en Helsinki con su colega ruso Vladimir Putin y por la forma como dio reversa al aterrizar horas después en Washington constituyen un nuevo capítulo en la escalada escandalosa de Trump, con un ingrediente adicional: el rechazo, por primera vez desde que asumió el poder hace un año y cinco meses, de buena parte de la colectividad política que lo apoya, el Partido Republicano, que hasta ahora le había guardado la espalda.La cita en el palacio presidencial de Finlandia de Trump con Putin tuvo lugar el lunes 16 de julio. El mandatario gringo venía de un viaje convulso por el Viejo Continente. Había estado primero en una cumbre en Bruselas con sus aliados de la Otan, donde les cantó la tabla y les pidió que elevaran el gasto militar porque de lo contrario él tomaría su propio camino. Luego había hecho escala en Londres, donde no tuvo inconveniente en sugerir que la primera ministra británica, Theresa May, lo está haciendo mal y donde se le fueron las luces en el protocolo al reunirse con la reina Isabel. Putin, por su parte, venía muy orondo de Moscú, donde la víspera se había jugado la final del Mundial de fútbol que Francia le ganó a la selección croata.Puede leer: Según Putin hay sectores de EE.UU. que quieren dañar su relación con TrumpEl encuentro en Helsinki empezó tarde, y Trump actuó frente a Putin como suele hacerlo con los líderes más autoritarios o con impresentables dictadores como el norcoreano Kin Jong-un: con amabilidad extrema, estrechando fuertemente la mano al saludar y picándole el ojo en un gesto cómplice al interlocutor. Pero lo grave no fue eso. Lo grave se vivió, por una parte, cuando afirmó que le creía al presidente ruso que le había dicho que no tenía nada que ver en el resultado de las elecciones presidenciales gringas de 2016, y, por otra, cuando criticó a los investigadores estadounidenses de esa supuesta trama, cuyo resultado ha dividido, según Trump, a los norteamericanos.la pregunta ahora es si todo esto va a desembocar en un mal resultado para Trump en las elecciones legislativas de noviembre, en las que serán escogidos los 435 representantes a la Cámara y 33 de los 100 senadoresQuién dijo miedo. No se había ido siquiera a dormir el presidente en Helsinki cuando Washington se había convertido en una caldera al rojo vivo. Tom Friedman, célebre columnista de The New York Times, escribía que Estados Unidos empezaba a sufrir un grave problema y que lo dicho por Trump, al distanciarse del FBI y acercarse a Putin, constituía “una traición a los ciudadanos de Estados Unidos”. John Brennan, exdirector de la CIA, escribía en Twitter que Trump había hecho “comentarios imbéciles” en Helsinki y que empezaba a incurrir en traición a la patria. The New York Times y The Washington Post editorializaron en igual sentido.Lo novedoso, sin embargo, no estuvo en las páginas de los grandes periódicos ni en distintas columnas de opinión. Estuvo en las críticas de los republicanos, es decir, en las filas del partido del presidente. John McCain, ex candidato presidencial, senador por Arizona, que sufre un cáncer terminal en el cerebro y que no es muy afecto a Trump, describió lo de Helsinki como “una de las páginas más desgraciadas en la historia de la Presidencia de Estados Unidos”. Newt Gingrich, expresidente del Congreso y ex precandidato presidencial, indicó que Trump “cometió un error de tal magnitud que debe ser corregido inmediatamente”. Y Paul Ryan, el actual presidente del Congreso, expresó que “Estados Unidos y Rusia no son moralmente equivalentes” y que Trump “debería apreciar que Rusia no es una potencia amiga”.Le sugerimos: Con un globo, los ingleses se burlan de la llegada de TrumpNada más aterrizar Trump de regreso en la base aérea de Andrews, se había desatado una tormenta en su contra. Muchos opinadores barajaban la posibilidad de que las declaraciones del presidente pudieran ser interpretadas como traición y, por tanto, como una causal para un impeachment (juicio político). Y la ciudadanía parecía no estar de acuerdo con que Rusia es una gran amiga de Washington. Un sondeo de NBC News con más de 5.000 encuestados dejaba claro que solo el 5 por ciento de los estadounidenses ven a Rusia como “un gran aliado” y un 23 por ciento la ven como “amigable”, mientras que para un 43 por ciento es “inamistosa” y para un 25 por ciento es directamente “un país enemigo”.Para apagar el incendio y controlar los daños, Trump se reunió de inmediato con el secretario de Estado, Mike Pompeo, y con el jefe de gabinete de la Casa Blanca, el general John Kelly. También con el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, y con el vicepresidente Mike Pence. De ahí salió un papel que leyó el martes delante de varios periodistas y antes de una reunión del gabinete. El texto señalaba que él había repasado sus declaraciones y que, la verdad, no había querido decir lo que dijo en Helsinki, sino todo lo contrario. “No debí haber dicho que no veo motivo por el cual Rusia habría podido influir en las elecciones de 2016”, señaló. Y añadió: “He debido decir que no veo motivo por el cual Rusia no habría podido influir en las elecciones”. En inglés, la cosa era entre la palabra “would” y la palabra “wouldn’t”.Increíble. A nadie le cabe en la cabeza que un presidente de Estados Unidos pueda equivocarse de esa manera ante el presidente de la potencia con la que su propio país estuvo a punto de enfrentarse en una guerra nuclear hace 55 años. Pero de Trump se puede esperar incluso eso. Como señaló en un comentario este miércoles en The Washington Post el columnista conservador George Will, “la precisión en el lenguaje no es parte del repertorio de Trump; él habla inglés como si fuera su segunda lengua, aprendida de alguien que la aprendió a su vez la semana pasada”. Por si fuera poco, 24 horas más tarde Trump dijo que no había posibilidad de que Rusia interviniera en futuras elecciones gringas, y poco después un portavoz del gobierno de Washington dijo otra vez lo contrario.
De la reunión que Trump sostuvo el martes con Mike Pompeo (foto) y otros de sus colaboradores, salió un papel que leyó ante periodistas en el cual se retractaba de sus declaraciones. Todo un circo.La pregunta ahora es si Trump hace todo esto por provocar. O si tiene problemas de concentración. O si, como sugieren ya medios de comunicación en Estados Unidos, Putin le conoce un secreto y le tiene algún guardado. Y la pregunta es, también, si todo esto, aparte de haber generado un malestar en los líderes republicanos, va a desembocar en un mal resultado para Trump en las elecciones legislativas de noviembre, en las que serán escogidos los 435 representantes a la Cámara y 33 de los 100 senadores. Es una cita clave porque ambas corporaciones cuentan hoy con el control republicano, pero algunas encuestas sugieren que la oposición demócrata puede recuperar la Cámara, entidad que, en caso de un impeachment, debe acusar al presidente ante el Senado.Le recomendamos: ¿Se le puede creer a Trump cuando dice que en Helsinki no quiso decir lo que dijo?La respuesta, no obstante, es que eso es improbable. Lo explica así para SEMANA Juan Carlos Hidalgo, investigador del Cato Institute, un think tank conservador de Washington. “Si hay algo que ha demostrado el presidente, es el divorcio entre los líderes republicanos en el Congreso, por una parte, y la base del partido, por otra. Tras lo de Helsinki, los dirigentes partidistas se distanciaron de él, pero muchos votantes rasos creen todavía que el presidente tiene razón en lo que dijo y que hay una conspiración contra la Casa Blanca”. ¿Qué sucederá? No se sabe. Pero si Hidalgo está en lo cierto y Trump sigue adelante sin despeinarse, lo más probable es que se lance a la reelección y que lo logre.