Tras un año de guerra, Rusia sigue inmersa en la segunda invasión del territorio internacionalmente reconocido de su país vecino, que ha resultado ser mucho más sangrienta y devastadora que la primera debido a la incomparablemente mayor resistencia de Ucrania.
La dimensión internacional de la guerra se ha visto dramáticamente acentuada por la reciente visita del presidente estadounidense Joe Biden a un país donde no hay concentración de tropas estadounidenses. Los países de la OTAN están aumentando su apoyo a Ucrania a pesar de todas las especulaciones sobre el cansancio que estarían sintiendo.
Y Pekín acaba de presentar un plan de paz, debidamente consultado previamente con Moscú, ya que supuestamente están vinculados por “una amistad sin límites”. El su reciente discurso, Vladimir Putin no ofreció ninguna perspectiva de paz, sino que culpó a Occidente del conflicto: “Ellos [Occidente] empezaron la guerra. Y nosotros hemos usado y seguimos usando la fuerza para detenerla”.
Para ayudar a comprender cómo ha llegado el mundo a esta peligrosa coyuntura –y para emitir un juicio lo más justo posible al respecto– debemos considerar primero la perspectiva histórica. Existen básicamente dos descripciones contradictorias de la cadena de acontecimientos que condujeron a la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022.
Visión desde el Kremlin
Una descripción –la llamaremos la versión prorrusa– presenta esta invasión como la reacción de Moscú ante tres décadas de invasión occidental liderada por Estados Unidos de su antigua esfera de dominación, como parte de un impulso estadounidense hacia la hegemonía global.
Las dos grandes rondas de la ampliación de la OTAN hacia el este fueron percibidas por Rusia como gestos hostiles y provocadores. Tanto más cuanto que la propia Rusia nunca fue invitada a unirse a la alianza cuya razón de ser ha sido precisamente contrarrestarla tras la segunda guerra mundial. Polonia, Hungría y la República Checa fueron admitidas como Estados miembros de la OTAN en 1999 con el telón de fondo de la primera guerra dirigida por Estados Unidos desde el final de la guerra fría, para la que eludió al Consejo de Seguridad de la ONU, violando así el derecho internacional: la guerra de Kosovo.
Otros seis Estados anteriormente dominados por Rusia se integraron en la OTAN en 2004 (junto con un séptimo que pertenecía a la antigua Yugoslavia). Entre ellos se encontraban tres antiguas repúblicas soviéticas: los tres Estados bálticos: Letonia, Lituania y Estonia. El telón de fondo en esta ocasión fue la invasión de Irak dirigida por Estados Unidos que había comenzado el año anterior, eludiendo una vez más al Consejo de Seguridad de la ONU y constituyendo otra violación del derecho internacional dirigida por Washington.
El año anterior, George W. Bush eliminó unilateralmente el tratado sobre misiles antibalísticos para disgusto de Moscú. Por eso, cuando en la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en 2008 insistió en prometer la adhesión de Georgia y Ucrania, Vladimir Putin se sintió impulsado a actuar antes de que Rusia se encontrara compartiendo una larga frontera en el Atlántico Norte con una alianza hostil.
Los acontecimientos de Georgia en 2008 y de Ucrania en 2014 fueron consecuencia de ello. Putin acabó ordenando la invasión de Ucrania en un intento (fallido) de lograr un “cambio de régimen” en ese país, como Estados Unidos había intentado y fracasado en Irak.
La versión de la OTAN
La descripción opuesta –la llamaremos la versión de la OTAN– presenta la invasión rusa de Ucrania como hija de los delirios de grandeza de Putin y de su ambición de reconstituir el dominio imperial de la Rusia zarista y de la Unión Soviética.
Desde que se convirtió en presidente de Rusia a principios de siglo, Putin ha aumentado gradualmente la concentración de poder en sus manos y se ha vuelto cada vez más autoritario. Este proceso se aceleró tras su regreso a la presidencia en 2012, después del periodo de interinidad durante el cual fue sustituido formalmente en ese cargo por su doble Dmitri Medvédev, aunque siguió manejando los hilos desde el puesto de primer ministro.
Enfrentado a una oposición masiva a su regreso, Putin se sintió amenazado por la perspectiva de una “revolución de colores” patrocinada por Occidente contra su gobierno. Invadió y anexionó Crimea para reforzar su legitimidad, sabiendo lo popular que sería en Rusia esa anexión. Su éxito en este empeño y la relativa moderación de la reacción occidental –junto con el efecto de su prolongado autoaislamiento por miedo a contagiarse de COVID– le llevaron a prever un paso más para complacer al nacionalismo ruso sometiendo a Ucrania. Intentó conseguirlo invadiéndola y hasta ahora ha fracasado estrepitosamente debido a que la resistencia del país ha superado todas las expectativas.
Mantener la cabeza fría, porque si no…
¿Cuál de estas dos narrativas es la correcta? La respuesta objetiva a esta pregunta es: ambas. Las dos son ciertas y no hay contradicción entre ellas; de hecho, se complementan totalmente. Esto se debe a que el comportamiento de Washington posterior a la guerra fría proporcionó las condiciones perfectas para el crecimiento del revanchismo ruso que Putin logró encarnar.
¿Dónde nos deja el reconocimiento de los dos conjuntos de hechos anteriores con respecto a la guerra actual? No cabe duda de que la principal responsabilidad en la presente tragedia recae sobre Rusia. Su invasión de Ucrania no fue provocada y fue abiertamente premeditada. Suponiendo que Putin estaba convencido de que la mayoría de los ucranianos verían con buenos ojos su “operación especial”, debería haberla cancelado y retirado sus tropas en cuanto quedó claro que se había equivocado. En vez de eso, ha logrado que el ejército de su país se empantane en una larga guerra asesina y destructiva en el este de Ucrania.
Rusia debe retirar sus tropas a donde estaban antes del 24 de febrero de 2022. En cuanto a Crimea y las partes de Donbás controladas por las fuerzas anti-Kiev respaldadas por Rusia desde 2014, su estatus debe resolverse por medios pacíficos y democráticos compatibles con la Carta de la ONU, junto con el despliegue de tropas de la ONU en los territorios en disputa.
El mundo no puede permitirse una nueva guerra mundial para restablecer la legalidad internacional. La nueva guerra fría, lanzada por Washington menos de una década después del final de la primera y ahora encarnada por la invasión asesina de Rusia en Ucrania y por el peligroso ruido de sables en torno a Taiwán, debe terminar antes de que conduzca al Armagedón.
Por: Gilbert Achcar
Professor of Development Studies and International Relations, SOAS, University of London
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation