La cita era el pasado viernes, 6 de octubre, en el desierto de Negev, una región apartada, ubicada al sur de Israel, muy cerca de la frontera con la Franja de Gaza. Antonio e Ivonne llevaban meses planeando su asistencia a uno de los festivales de música electrónica más famosos de esta región, el Tribe of Nova, que convocó a miles de jóvenes, israelíes en su mayoría.
Juntos, después de dejar a sus hijos al cuidado de la mamá de Antonio, emprendieron un recorrido de más de 170 kilómetros hacia la región ubicada en la frontera con Gaza, donde celebrarían su aniversario al ritmo de uno sus géneros musicales favorito, la música electrónica.
Y lo disfrutaron, como los dos jóvenes entusiastas que eran, hasta el día siguiente, cuando el cielo del desierto comenzó a iluminarse de repente con decenas de misiles provenientes del otro lado de la frontera, en Palestina. Eran poco más de las las seis de la mañana del 7 de octubre y el volumen de la música se silenció abruptamente ante el estruendo y los estallidos de las bombas que caían sin cesar por toda la zona.
Miles de jóvenes salieron en estampida. Algunos corrieron hacia el área de los parqueaderos, buscando llegar a sus carros para huir de las llamas caóticas. Pero buena parte fueron masacrados en el camino. La escena que el mundo conoció horas más tarde era dantesca: cuerpos de jóvenes mutilados y ensangrentados a lo largo de varios kilómetros y carros incinerados. En otros videos se evidencia que decenas más fueron arrastrados y golpeados por el brazo armado de Hamás. La consigna era una: ninguno de los asistentes podía salir con vida.
El planeta supo después el origen de tanto horror: el grupo terrorista Hamás había comenzado una inédita serie de ataques que ya completa una semana de muerte y de sangre y le ha costado la vida a más de mil personas. Solo en ese festival de música, el saldo fue de 260 víctimas.
Ivonne Rubio, en medio de su angustia, alcanzó a enviar un audio a su familia: “Papi, estamos en guerra”, se le escuchó decir, con la voz entrecortada, a través de un mensaje de audio de WhatsApp.
Antonio Macías hizo lo propio. Le avisó a su mamá que él y su novia estaban buscando a toda costa un búnker dónde resguardarse de las bombas. Llamaría de nuevo, dijo, cuando llegaran tiempos mejores. Pero nunca sucedió. La pareja duró varios días desaparecida. Y solo hasta el miércoles de esta semana, las autoridades confirmaron que los restos de una de las víctimas era el de Ivonne. Este viernes, la tragedia tocó también a las puertas de la familia de Antonio.
De acuerdo con el relato de allegados a la pareja, la historia de amor de Ivonne y Antonio comenzó hace cerca de tres años. Es que ambos creían en las segundas oportunidades: cada uno tenía un hijo, nacido en suelo de Israel, de relaciones anteriores. Ella, un niño de 4 años, Aviel. Él, una niña de 6, Manuela. Y se unieron con el sueño con conformar una familia en Oriente Medio.
Tenían razones de sobra para creer que podían lograrlo. Macías tenía un trabajo estable como dueño de un salón de belleza, de nombre Orel Eivgi, ubicado en la zona Ben Gurion Blvd 48, en la ciudad de Kfar Saba, Distrito Central del país, donde habían construido una vida tranquila y con arraigo, pues la familia de Antonio había migrado a Israel desde hacía unas tres décadas. Ivonne también buscaba salir adelante mientras estudiaba contaduría y trabajaba en su universidad.
En los últimos tres años, Antonio e Ivonne habían buscado refugio en las trincheras de su propia felicidad. Pero la guerra truncó esos planes. La muerte los sorprendió juntos en un hecho de sangre que millones en el mundo aún no dejan de llorar.