López Obrador no solo es el primer presidente de izquierda en la historia de México, sino también el de mayor aceptación de América, según casi todas las encuestas. Hasta hace poco, ocho de cada diez mexicanos aprobaban su gestión.

Ese número se redujo a seis de cada diez después del fallido intento de captura del hijo del Chapo, Ovidio Guzmán, en Culiacán. Sin embargo, Amlo todavía goza del cariño de los votantes. En gran medida, porque prometió acabar con la corrupción y realizó actos simbólicos que la gente aplaudió. Se bajó el salario 40 por ciento, les quitó las pensiones honorarias a los expresidentes, dejó de utilizar el avión presidencial y convirtió el palacio en un museo.

Amlo destapó la olla podrida del negocio del robo de gasolina. Sufre las consecuencias de ese escándalo. Insistió en que esas decisiones le ahorrarían al Estado 35.934 millones de dólares, que podría usar en políticas sociales, seguridad e infraestructura. Algo que ya empezó a hacer, al destinar 13.000 millones en gasto social para 2020. Sus opositores afirman que esas reformas son paños de agua tibia. Por ejemplo, problemas como que la economía no crecerá este año, de acuerdo con el FMI. O que 2019 será el más violento, al superar el récord de 33.743 asesinatos en 2018. Tampoco podrá hacerse el de la vista gorda ante los feminicidios, que aumentaron 9 por ciento durante su mandato, según Amnistía Internacional.

Con todo y críticas, tiene aciertos innegables. El más sonado, la estrategia contra el robo de combustible de la empresa pública de petróleos Pemex, que hacía perder 56.000 barriles al día al Estado. Después de que Amlo cortó el suministro, redujo los robos a 8.000 barriles diarios. Para muchos analistas esa medida costó demasiado, pues generó desabastecimiento. De hecho, Forbes asegura que la producción cayó a su peor nivel en 40 años. En cualquier caso, no se puede negar que solo el presidente Amlo se decidió a destapar la red de más de 100 gasolineras que compraban diésel bajo cuerda y revelar los nombres de los directivos de Pemex que cooperaban con los ‘huachicoleros’ (ladrones del combustible).

La operación para atrapar al hijo del Chapo fracasó. El cartel de Sinaloa demostró su fuerza frente al Estado.  También creó una comisión de la verdad para resolver el caso de los estudiantes desaparecidos en 2014 en Ayotzinapa. Un tema fundamental en México, ya que los familiares insisten en que la Policía, apoyada por el entonces presidente Enrique Peña Nieto, desapareció a los menores. Hasta ahora, la comisión adelanta investigaciones que podrían incriminar a la cúpula del anterior Gobierno.

Asimismo, López Obrador obtuvo su popularidad gracias a dos proyectos más: la construcción del Tren Maya, que atravesará cinco estados del sur, y la idea de duplicar el salario mínimo a quienes viven en la frontera con Estados Unidos. Bloomberg calificó esa jugada como “astuta” para desincentivar la migración ilegal y evitar tensiones con Donald Trump. Sin embargo, al vecino norteamericano parece importarle poco que Amlo sea sumiso frente a su errática política exterior, pues sigue atacando al país y dilatando la firma de acuerdos comerciales.

Amlo le siguió el juego migratorio a Donald Trump y ahora enfrenta una de las peores crisis en los últimos años.  Para la vicepresidenta del World Futures Studies, Guillermina Baena, aún es pronto para saber qué resultados traerán las políticas de Amlo. No obstante, insiste en que hay que ser precavidos con el efecto espejo del resto de la región y con retar a la Casa Blanca: por ejemplo, el asilo de Evo Morales. “Persiste la preocupación de una guerra civil por la terquedad histórica del Estado mexicano de mantener indemnes a los militares que han cometido crímenes. El discurso contra la corrupción de Amlo tampoco ha tocado a los cabecillas, lo que ha sido una decepción”.

Está por verse si Amlo podrá conciliar ese discurso con los hechos. Los próximos años determinarán si el dinero que otorgó en pensiones, en salario mínimo, en salud y en proyectos sociales será tan positivo para la población como para no terminar de hundir la economía o de acrecentar la enorme violencia.