“Volveremos”, insistieron los últimos manifestantes mientras recogían sus carpas, sombrillas y máscaras del centro financiero de Hong Kong. Durante 79 días pelearon a capa y espada contra el gobierno chino. La Revuelta de los Paraguas de 2014 no logró casi ninguna de sus reclamaciones, pero sí despertó la conciencia política y el miedo profundo de los ciudadanos de Hong Kong a perder su libertad y democracia. Ambos sentimientos están más que presentes en las protestas que iniciaron el 9 de junio del año pasado y que no parecen tener pronto final.
En efecto, volvieron. Más organizados, más determinados y visibles. Siete meses de protestas, titánicos enfrentamientos con la Policía, recesión económica y persecusión, no los ha aplacado un ápice. Al contrario, los manifestantes se crecen con cada ataque de gas.
Así lo demostraron los enfrentamientos entre la fuerza pública y los estudiantes en la Universidad Politécnica de Hong Kong a finales de noviembre. Miles de personas quedaron encerradas por la Policía en el campus universitario durante doce días. Cientos resultaron heridos, muchos otros salieron con problemas respiratorios y a un puñado más los detuvieron en medio de la violencia. Los pocos que lograron escapar del cerco, lo hicieron de las formas más insólitas: descolgándose por cuerdas desde las ventanas o caminando entre las alcantarillas. Al final, casi mil jóvenes terminaron rindiéndose ante la Policía. Para muchos, esta ha sido la mayor derrota del movimiento hasta ahora. Sin embargo, esa es una conclusión superficial. El 24 de noviembre, a solo pocos días de lo sucedido, 70 por ciento del electorado acudió a las urnas para las elecciones municipales. Todos sabían que en la práctica su voto demostraría si estaban o no a favor de los manifestantes. El resultado fue claro. Por primera vez en su historia, los hongkoneses eligieron a 392 concejales prodemocráticos frente a los 60 de los partidos prochina continental. Por supuesto, ese fue un aliciente para seguir marchando y un espaldarazo a los estudiantes.
Lo que empezó con un río de gente gritando “¡No a la ley de extradición; un país, dos sistemas; renuncie, Carrie Lam!” a mediados de año, terminó en un clamor sin precedentes a favor de la democracia y en contra de la intervención de Beijing en la isla. De lo contrario, los ciudadanos habrían quedado satisfechos cuando la jefa del Ejecutivo de Hong Kong, Carrie Lam, retiró el proyecto de ley que permitiría extraditar a los delincuentes a China antes de ser condenados. Pero no fue así. Los ciudadanos siguieron respondiendo con furia, porque para ellos lo de la ley fue una excusa para permitir que China intervenga más en los asuntos de la ciudad, y la anexe política y económicamente a las leyes de su país. Si bien Hong Kong nunca fue plenamente democrática, es inevitable pensar que en los últimos años las presiones del Gobierno central, en manos de XI Jinping, desdibujaron muchas de las libertades que la isla poseía. El Partido Comunista tiene un historial “oscuro” en derechos humanos y debido proceso. De hecho, varios de los manifestantes recordaron los secuestros, torturas y exilios a los que el régimen sometió a cientos de activistas durante los últimos años. Entre ellos, a cinco reconocidos libreros críticos de la Revolución china.
Por si fuera poco, la filtración de cuatrocientas tres páginas de documentos legales que confirmó que China adelanta la mayor encarcelación masiva de una minoría étnica religiosa desde la Segunda Guerra Mundial, agregó leña al fuego. Michel C. Davis, aclamado profesor de derecho de la Universidad de Hong Kong, le dijo a SEMANA en su momento: “Desde Mao, el Partido Comunista chino ha tenido una visión expansionista. China insiste en que apoya la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero argumenta que ‘no siempre pueden aplicarse’. La realidad es que a Xi Jinping le importa poco lo que piense la comunidad internacional y hará hasta lo imposible para que nada se interponga en su sueño de hacer de China un imperio. No está interesado en los derechos de las minorías y mucho menos en la libertad religiosa o en la democracia”. Y aún así uno de cada siete hongkoneses, según cifras oficiales, peleará por su autonomía hasta las últimas consecuencias, aunque sin duda no sea una disputa fácil de ganar. El trato que el Gobierno chino hizo con los británicos, cuando estos devolvieron la colonia en 1997, establecía que el Partido Comunista garantizaría la fórmula de “Un país, dos sistemas” al menos hasta 2047. Pero desde que Xi llegó al poder en 2012, todo cambió. Poco a poco ha socavado la libertad de prensa, la independencia del Poder Judicial, la libertad de reunión, entre otros. Para muchos analistas, después de Mao Zedong, Xi es el presidente más autoritario que ha tenido el país.
Hoy es difícil creer que China respetará el acuerdo. Ya lo ha demostrado, con sus órdenes a las autoridades de Hong Kong. “Hagan lo que tengan que hacer”, dicen desde el centro del partido. Incluso si Beijing cediera, por alguna extraña razón del juego de ajedrez geopolítico, es fácil pronosticar una guerra civil en 2047. Independientemente de los tratos coloniales del pasado, los hongkoneses no renunciarán a lo que han ganado. Ni ahora ni entonces se vislumbra una luz al final del túnel. De ahí el espiral de violencia. 6.000 manifestantes, 15 por ciento de ellos menores de 18 años, detenidos. 1.550 heridos, 16.000 rondas de gas lacrimógeno, 10.000 balas de plástico y 2.000 bolas de caucho, dejan ver la escalada del conflicto. También del lado de los civiles ha crecido la xenofobia. Hace solo un par de semanas, a varios turistas chinos los atacaron en uno de los principales centros comerciales de Hong Kong, bajo la consigna: “Si tan bien viven en China, vayan a comprar allá”. El punto de quiebre ya llegó.
Lo único que podría apaciguar un poco las cosas, es que el impacto económico sea tan grande que las bolsas internacionales, los inversionistas y turistas dejen de llegar a la isla. Xi sabe que Hong Kong le trae enormes beneficios económicos al país y no quiere ahuyentar a los empresarios con excesiva mano dura. Sin embargo, para organizaciones de derechos humanos la visión imperial de Beijing está por encima de cualquier preocupación económica. “El Partido no permitirá sublevaciones influidas por poderes extranjeros dentro del país”, dijo Xi en una de sus últimas declaraciones públicas de fin de año. _____________________________________________________________________________________________________________________ "El problema de China con Hong Kong es ideológico, no económico": Lina Luna.
SEMANA: ¿Cree que Xi Jinping respetará la semiautonomía de Hong Kong hasta 2047? Xi Jinping ha respetado los acuerdos establecidos en la declaración Sino Británica firmada en 1984 y no tiene razones para dejar de hacerlo. A pesar de llevar más de seis meses de protestas, el Gobierno Central ha apoyado al ejecutivo de Hong Kong pero no ha interferido en el control de las mismas ni en la autonomía de Hong Kong como tal. En ese sentido, no creo que China tenga intenciones de dejar de respetar estas condiciones antes de que se cumpla el tiempo establecido en los acuerdos. LINA LUNA: ¿Pero los hongkoneses aceptarán la decisión sin resistencia, incluso si Beijing espera hasta 2047? Esta decisión fue tomada en 1984 y aplicada en 1997, de manera que no hay una decisión que aceptar. Lo que buscan los manifestantes son 5 demandas específicas: Primero, la eliminación total de la ley de extradición. Este es la única demanda que ha sido atendida. La segunda es que se establezca una comisión para investigar la violencia policial durante las protestas. La tercera es que se deje de clasificar a los protestantes como vándalos, pues la condena por vandalismo es de hasta 7 años de cárcel. La cuarta es amnistía para todos los protestantes que han sido encarcelados hasta ahora. La quinta, es la demanda más compleja y la razón por la cual las protestas se encuentran en un sin salida: doble sufragio universal, tanto para el legislativo como para el ejecutivo. Este ha sido el gran tema de discusión desde 1997, pues en Hong Kong la mitad del cuerpo legislativo se elije por voto popular y la otra mitad llega por funcionalidad, o meritocracia.
SEMANA: ¿Qué gana la china continental sometiendo a Hong Kong a sus leyes y gobierno? No podría eso espantar a los mercados e inversionistas? L.L.: Hong Kong ha sido desde siempre parte de China. Como consecuencia de las guerras del opio realizadas por Inglaterra. Durante este tiempo en Hong Kong hubo libre comercio pero nunca democracia, pues regían las leyes aplicables a todas las colonias del Imperio Británico. La solución para la transición presentada por Deng Xiaoping, cuando llegó el momento de la devolución de Hong Kong, fue la fórmula denominada “un país, dos sistemas”, donde se mantiene el libre comercio y se establecen el sistema democrático y las condiciones como región administrativa especial. Durante estos 22 años Hong Kong ha experimentado un crecimiento y estabilidad económicas sin igual, hasta ahora. Ser parte de China no ha representado un problema para ese desarrollo, todo lo contrario, la estabilidad económica de Hong Kong depende en gran medida de la China continental. SEMANA: ¿Hay alguna salida al conflicto? L.L.: Hay aspectos de las demandas que pueden ser negociados, aún así, en la medida que escala la violencia y se profundiza la recesión económica, la salida se vuelve cada vez más difícil de vislumbrar. Dentro de Hong Kong hay divisiones entre los manifestantes. Las recientes elecciones mostraron un incremento de la tendencia pro democracia, que ya es un paso para introducir ciertos temas en el debate legislativo. Aun así, es difícil que el gobierno central ceda a la presión.
SEMANA: ¿Es optimista frente al futuro de Hong Kong y las demás regiones semiautónomas de China? L.L.: Por el momento China sólo tiene dos Regiones Administrativas Especiales: Hong Kong y Macao. Las dos han disfrutado de un crecimiento económico, estabilidad y mejora de las condiciones de vida inigualables. De manera que China, con el caso de Hong Kong, no está enfrentando un problema relacionado con el modelo económico, está enfrentando un choque entre ideologías o sistemas de valores. Hay optimismo en la medida que China ha mostrado siempre una buena capacidad de adaptación para sortear los problemas, y este tipo de retos ideológicos son, por decirlo de alguna manera, los retos pendientes y predecibles. La solución que de China a esta situación será determinante, no sólo para la consolidación del modelo de un país dos sistemas a largo plazo, sino también para vislumbrar la idea China del futuro de su sociedad ante las demandas de las nuevas generaciones.