La Cumbre de las Américas terminó con una parca declaración del presidente Juan Manuel Santos. Aunque afirmó sentirse satisfecho por la calidad de los debates, los resultados concretos fueron pocos. En las cumbres no pasa nada. Sin embargo, esta VI edición en la ciudad de Cartagena prometía ser distinta. La expectativa sobre avances concretos en temas álgidos como las Malvinas, la presencia de Cuba y la lucha contra las drogas había contagiado a asistentes, periodistas y diplomáticos. Sin embargo, como era de esperarse, no pasó mayor cosa. En su intervención final, Juan Manuel Santos explicó que habían optado por poner los temas difíciles sobre la mesa y hablar con franqueza sobre acuerdos y desacuerdos, en vez de elaborar una declaración final insulsa y gaseosa, como las de siempre. Entonces eso fue lo que pasó. Hablaron, dialogaron, se escucharon, pero no llegaron a muchos consensos. En cuanto a Cuba, dijo Santos que la mayoría de países apoyaba la presencia de la isla en futuras cumbres, pero no paso de ahí. En el tema de las Malvinas, la mayoría de países también apoya una resolución pacífica al conflicto, pero no mucho más. En cuanto a las drogas, los mandatarios decidieron darle un mandato a la OEA para estudiar los resultados de la lucha contra las drogas y explorar otras opciones. Santos resaltó también tres comunicados que resultaron aprobados de manera unánime sobre Rio +20, crimen trasnacional y foro de competitividad. Y se declaró satisfecho en su propósito de convertir a Colombia en un país bisagra entre norte y sur, en vez de un país sándwich, incómodo entre dos ideologías. Tal vez la lección para Colombia y América Latina es la de no armar tanta expectativa alrededor de temas calientes. Porque sin duda el ambiente es de mucho tilín, tilín y pocas paletas.