Un segundo plan Marshall. Para algunos, el programa de rescate que debate en estos momentos la Unión Europea para salvar al continente tiene las dimensiones del proyecto de reconstrucción llevado a cabo al final de la Segunda Guerra Mundial en un continente en ruinas. Luego de tres meses de la propagación feroz del virus en esta región, con cerca de 180.000 muertos y una economía asfixiada, la Comisión Europea presentó su método para salvarse del naufragio. Este incluye la propuesta solidaria y revolucionaria de Alemania y Francia de crear una deuda común. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anunció esta semana que invertirán 750.000 millones de euros para reconstruir la economía del continente, monto que se suma a los 540.000 millones con los que ya se había comprometido.
Esos 750.000 millones suplementarios provendrán, por primera vez en la historia, de un préstamo conjunto. 500.000 millones serán integrados al presupuesto de la organización y repartidos como subsidios a los países o sectores que lo necesiten, sin reembolso. Para obtener ese dinero, las naciones deberán presentar un plan de inversión y de reformas que respete la ambición ecológica del continente. Los observadores ven en este dispositivo un paso histórico a una mejor integración europea. “Debemos ser prudentes, pues la propuesta deberá ser discutida y aprobada; pero se trata de un instrumento ambicioso que podría contribuir a la federalización de Europa. Aunque haya sido presentado como una herramienta única para responder a la crisis que vivimos, lo más seguro es que, si funciona, sea utilizada de nuevo”, explica a SEMANA María Mercedes Guinea, experta de las instituciones europeas de la Universidad Complutense de Madrid.
Este plan beneficiaría sobre todo a España e Italia, las principales víctimas del coronavirus, cuyas economías dependen en buena parte del turismo, sector impactado profundamente. La Comisión Europea prevé reembolsar esos 500.000 millones de euros a partir de 2028, sin embargo, aún no ha definido cómo. Quizás será necesario aumentar la contribución de los países a la Unión, reducir los gastos cuando la crisis termine o crear impuestos sobre el sector digital. Los 250.000 millones restantes serán préstamos no integrados al presupuesto comunitario y los estados deberán reembolsarlos. Este plan beneficiaría sobre todo a España e Italia, las principales víctimas del coronavirus, cuyas economías dependen en buena parte del turismo, sector impactado profundamente. El mecanismo de rescate evitaría que los estados se fragilicen aún más al aumentar sus exorbitantes deudas nacionales.
El proyecto radical de la Comisión retoma la audaz e histórica propuesta de la llamada pareja franco-alemana. El presidente Emmanuel Macron y la canciller Angela Merkel habían sorprendido el 18 de mayo al sugerir 500.000 millones de euros de préstamos en los mercados de parte de la Unión Europea. La canciller alemana tradicionalmente se había opuesto a este tipo de mecanismos de solidaridad, incluso al comienzo de la crisis del coronavirus. Pero ahora marcó una inflexión tajante en la política de su nación y se alineó con la visión del eurófilo Macron, quien está convencido de que solo unido el continente podrá enfrentar a las potencias estadounidense, china y rusa. “Alemania entiende perfectamente la situación que vivimos. Nuestro mercado se está fragmentando. Si un país cae, arrastra a los otros, pues tenemos interrelaciones indisolubles. La disminución de la demanda de un lado reducirá las exportaciones alemanas, por ejemplo”, explicó Guinea. ¿Dos Europas? Alemania cambió radicalmente de posición, pero no el resto de los estados opuestos a ese tipo de iniciativas solidarias. Antes de la presentación, Suecia, Países Bajos, Dinamarca y Austria, llamados por unos los ‘países frugales’ y por otros los ‘países avaros’, habían formulado una contrapropuesta en la que sugieren crear un fondo europeo, aunque condicionado a que las naciones beneficiadas lo devuelvan.
Esos dos campos encarnan dos visiones de Europa. La Francia de Macron y, recientemente, la Alemania de Merkel consideran que solo la solidaridad en el continente salvará la economía. Además, dejar en las ruinas a los países más afectados sería debilitar a la Unión Europea como proyecto político, ya que la ausencia de ayuda mutua podría dar más legitimidad a los partidos populistas. Así sucedió con las crisis entre 2008 y 2012, luego de las cuales los movimientos extremistas empezaron a ganar terreno gracias a un discurso contra la austeridad fría de la organización transnacional. Del otro lado, los ‘frugales’ defienden una perspectiva contable de la construcción europea, sin tomar en consideración un eventual refuerzo de los mecanismos políticos o de solidaridad en el continente. Estas naciones, encabezadas sobre todo por los Países Bajos y su ministro de Finanzas, Wopke Hoekstra, ven a la Unión Europea como un mercado en el que deben obtener ganancias, no como un proyecto político.
El ministro de finanzas de los Países Bajos, Wopke Hoekstra, es el principal representante de los llamados ‘países avaros’, que ven a la Unión Europea como un mercado en el que deben obtener ganancias, no como un proyecto político. Esta visión no es nueva. La primera ministra británica Margaret Thatcher resumió esta postura en 1979 cuando pronunció su famosa frase “I want my money back” (“quiero que me devuelvan mi dinero”) a la salida de una cumbre europea. Estos estados tienen una característica común: forman parte de lo que se conoce como contribuyentes netos. Es decir, invierten en el presupuesto de la Unión Europea más de lo que reciben como beneficio.
Con esa postura, aplicar el plan de la Comisión Europea no será fácil. Primero deberá aprobarlo unánimemente el Consejo Europeo que reúne a los jefes de Estado; luego, la mayoría del Parlamento Europeo, y al final, los congresos de todos los países. Se cree que los ‘frugales’ intentarán negociar un compromiso menos generoso, mientras que los que están en una crisis profunda aspirarán a consolidar las ayudas. Para los pesimistas, la propuesta puede abrir nuevas grietas que pongan en peligro la supervivencia del proyecto europeo. No obstante, a pesar del camino lleno de obstáculos, este plan crea grandes esperanzas en los eurófilos. Muchos evocan hoy las similitudes con el proyecto de Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, que instauró una deuda federal. Esta permitió consolidar el federalismo norteamericano. ¿Un sueño para Europa? Por ahora, el continente deberá concentrarse en salir de la pesadilla de la crisis pospandemia.