¿Si Jesucristo viviera hoy, se vacunaría? Con esa pregunta llegó al despacho del papa Francisco, justo el día de su cumpleaños, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer.

El 17 de diciembre de 2020, el día en que el pontífice cumplía 84 años, a la Casa Santa Marta acudió el jesuita español genuinamente preocupado. Su tarea nunca ha sido fácil, consiste en custodiar la correcta doctrina de la Iglesia católica, la cual, en medio de la pandemia, estaba entre la espada y la pared, entre la fe y la ciencia, entre vacunarse o no.

El papa Francisco afirma que los católicos deberían vacunarse. En Israel, Gobierno y rabinos han logrado que los ultraortodoxos accedan a vacunarse. El religioso Franklin Graham respalda la vacunación comparándola con la parábola del buen samaritano.

El teólogo de 67 años estaba agobiado. A su oficina no dejaban de llegar correos de católicos pidiendo que el papa se pronunciara sobre las vacunas desarrolladas usando células de fetos abortados, pero, sobre todo, ansiosos por saber si vacunarse era considerado un acto de poca fe. Tras una distante felicitación por su cumpleaños, que por protocolo covid no incluyó besar su anillo, el cardenal presentó al papa un documento que contestaba las preguntas de los feligreses y que requería la firma y bendición del pontífice.

En cuanto al uso de vacunas desarrolladas con células de fetos abortados, contestaron que su uso es moral, pues son fetos cuyas células fueron parte de su investigación, mas no de su producción. En cuanto a la pregunta de si Jesucristo se vacunaría, se podría interpretar como un “sí”. Dice que se debe hacer para proteger a los más débiles y más expuestos, como lo haría Jesucristo. La nota del Vaticano aclara que “la moralidad de la vacunación depende no solo del deber de proteger la propia salud, sino también del deber de perseguir el bien común”.

El papa firmó el documento y continuó su agenda cumpleañera, que incluyó almorzar con los demás residentes de la Casa Santa Marta, como lo hace todos los días. Pero el tema de Dios y la vacuna no murió ahí.Cuando primero se supo que algunas de las vacunas fueron desarrolladas con tejidos celulares de fetos abortados en la década de los sesenta, la Conferencia de Obispos Católicos en Estados Unidos se pronunció a favor de las vacunas de Pfizer y Moderna, pero en contra de la de Johnson & Johnson por su uso de fetos. En esa nación de 331 millones de habitantes, 23 por ciento son católicos y ante el peor contagio en el mundo, con 31 millones de personas enfermas, los líderes católicos tuvieron que recular y aplicar las instrucciones del papa.

Sin embargo, su recomendación no bastó y 22 por ciento de esa población no se inoculará por considerarlo en contra de su fe, que considera pecado el aborto.“Ya tenemos la vacuna. Su nombre es Jesús, el hijo de Dios”; frases como esa, que pronunció el pastor protestante John Hagee en Estados Unidos, se han convertido en un obstáculo real y peligroso en ese país en el que el problema de mayor envergadura son los protestantes, entre ellos los evangélicos, que se han opuesto a la vacuna. Su aprehensión, además de ser por las células de fetos, es también por la desconfianza en la ciencia y en las instituciones políticas, y por creer muchos en teorías conspirativas y en que solo la religión puede salvarlos. El 42 por ciento de los estadounidenses pertenece a esa rama del cristianismo y de acuerdo con el Centro de Investigaciones Pew, 45 por ciento de ellos, aproximadamente 63 millones de personas, no se piensa vacunar por un tema religioso, lo cual complicaría la llegada de esa nación a la anhelada inmunidad de rebaño, que requeriría de 230 millones de personas vacunadas.

Se calcula que en el mundo hay 1.000 millones de protestantes, incluyendo a los evangélicos, es por eso que las autoridades de la salud en varios países, en especial Estados Unidos y otros africanos, se han visto en la necesidad de pedirles a sus líderes que, desde sus templos, apoyen las campañas de vacunación. El más reciente religioso en sumarse a ese esfuerzo fue Franklin Graham, hijo del famoso evangelista Billy Graham, quien dijo que Jesús se vacunaría y lo sustentó con pasajes de la Biblia. La justificación está –según el pastor, al que siguen casi diez millones de personas en Facebook– en la parábola del buen samaritano, que cuenta la historia de un hombre robado, golpeado e ignorado, quien fue recogido por un buen samaritano que lo sanó y dice la Biblia: “Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó”. De acuerdo con Graham, el vino y el aceite equivalen hoy a la vacuna y añade, “eso es lo que Jesús habría querido, que salváramos vidas”.Pero no es solo un tema cristiano, la comunidad religiosa que más tensiones ha generado durante la pandemia es la de judíos ortodoxos, en su mayoría en Israel, Estados Unidos y Europa, que no creen en el distanciamiento social ni confían en la vacuna.

En Israel, por ejemplo, uno de cada 100 adultos mayores de 60 años de la comunidad ortodoxa falleció por covid antes de que aceptaran las medidas de confinamiento y la vacuna. Solo tras una petición explícita del Gobierno a los rabinos y líderes comunitarios se permitió lanzar campañas de inoculación en los barrios ultraortodoxos. Para convencer a la comunidad se creó, entre otras cosas, una campaña que consistía en presentar la inyección como una ofrenda a Dios para que eleve al cielo las almas de las víctimas de coronavirus.Tanto para judíos como para musulmanes, un rumor de que en la producción de la vacuna usan partes del cerdo logró hacer mella en sus campañas de inoculación, por ser ese un alimento prohibido para ellos.

Es sabido que algunas gelatinas usadas en la industria farmacéutica contienen cerdo, de ahí el temor. Los laboratorios rápidamente aclararon la confusión y los religiosos –también por petición de las autoridades de la salud en varios países– explicaron que de todas maneras, al ser sometidas las moléculas del cerdo a una transformación química tan severa, dejan de ser prohibidas.

Una de las máximas autoridades en temas de salud pública en Estados Unidos es el doctor Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud, un científico que se define como un cristiano evangélico de mucha fe. Para él, no hay conflicto entre la religión y la ciencia; “Son perspectivas que se complementan: la ciencia responde la pregunta de ¿cómo? y la religión la de ¿por qué?”. Collins no se atreve a contestar si cree que Jesús se vacunaría, de lo que sí está seguro es que la inyección habría sido la respuesta a sus oraciones.