El 6 de febrero ocurrió una situación que conmocionó al planeta entero. Se trató nada más y nada menos que del terremoto que estremeció a Turquía, Siria y países aledaños. SEMANA contactó a una mujer colombiana que presenció en vivo los hechos y que se encuentra resguardada. Su nombre es Evelyn Mejía Valencia, docente de español que sintió cómo el caos la rodeaba en cuestión de segundos.
Durante la madrugada del 6 de febrero, ocurrió un sismo de magnitud de 7,8. El epicentro fue en la provincia turca de Gaziantep. Según la información proporcionada por el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), fue uno de los más fuertes registrados allí en más de un siglo. El siniestro se presentó sobre las 4:17 de la mañana, a unos 24 kilómetros de profundidad.
Además de Turquía, el sismo se sintió en Siria, Líbano y países aledaños. Las imágenes que han circulado por todo el mundo han sido desalentadoras. Lo que una vez fueron edificios donde habitaron familias, hoy son la muestra de los estragos de la catástrofe. Prácticamente el aire dejó de existir, cayó bajo el humo negro y gris que rodea la vereda.
Los vídeos que circulan parecen sacados de novelas de terror. El sonido de la sirena de emergencia parece un llamado terrorífico. Además, en cuestión de segundos, edificaciones imponentes quedaron en el olvido, consumidas por el sismo y derribadas. Los lugares que fueron un hogar, quedaron en pedazos de ladrillos, concreto y vidrio rodeados de polvo.
La imagen más desgarradora ha sido el rostro de las víctimas. Miles de personas quedaron debajo de montañas de escombros. Durante horas e incluso días no vieron la luz del día ni tampoco pudieron moverse. El equipo de socorristas ha logrado llegar a los lugares más profundos de la catástrofe, siendo una esperanza para quienes perdieron lo que construyeron.
Sin embargo, el panorama ha sido desalentador. Se han reportado más de once mil fallecidos en los países afectados. El planeta se ha unido en una sola voz, enviando recursos y talento humano para apoyar la situación. Además, han abierto todos los canales disponibles para conocer el paradero de sus ciudadanos en los territorios.
Entre el sinfín de extranjeros, aparece Evelyn Mejía Valencia, una colombiana que ha visto con sus propios ojos los estragos de una catástrofe, la cual aún parece mentira, pero está siendo una terrible realidad.
Mejía ha vivido en la ciudad de Adana hace más de 21 años. Allí tuvo la posibilidad de formar una familia con su esposo turco. Con el paso de los años, el destino le dio la oportunidad de ser madre de dos hijos. En dos décadas, ella nunca había presenciado un siniestro de este calibre.
En primer lugar, indicó que lo sintieron en la madrugada y fue demasiado fuerte. Acto seguido, al ver el panorama por la ventana, junto con su esposo vieron como dos edificios a pocos metros de su hogar se derrumbaron en un abrir y cerrar de ojos. Aquellas eran viviendas de quienes eran sus vecinos.
Recién despiertos por el sonido de los estruendos, junto con el movimiento del suelo, Mejía se llenó de una mezcla de sensaciones. La confusión, miedo, desesperación y pánico nublaron su mente. Con todas sus fuerzas, junto con su familia, salieron del edificio. Sin embargo, esta fue una de las peores experiencias que ha vivido.
Según lo relata, “fue horrible. Tuvimos dificultades para caminar. Vimos como caían escombros, las paredes se derrumbaban, los gritos de la gente. El apartamento se demolía”, recordó. Horas después, al mediodía mientras se encontraba segura, ocurrió otro sismo, siendo una réplica del primero. “El segundo terremoto también fue horrible”.
En este momento, ella junto con sus familiares y otros ciudadanos se encuentran resguardados en un colegio, el cual fue adecuado para recibir a los damnificados. Allí, según como lo relata, cuentan con comida y los recursos necesarios para afrontar el día a día. Sin embargo, no hay baños, lo que ha significado un reto, dado que ella frecuenta bañarse diariamente.
A modo de reflexión, Mejía no puede expresar lo que ha estado experimentando en estos días. “Tengo sentimientos muy encontrados. De alegría por estar vivos y de tristeza por tener amigos y conocidos afectados y fallecidos. Ver las familias que han muerto ha sido horrible”. Antes de la catástrofe, ella se había desempeñado como docente de español.
Entre las noticias e informaciones de las autoridades, la colombiana ha conocido que personas a las que les ha dictado clase, perdieron la vida. “He perdido alumnos con sus familias”. Sin embargo, ella agradece que ningún familiar suyo se ha visto afectado, pero le duele saber que hay alumnos que no volverán.
Como tal, su domicilio no se vio destruido, pero los edificios de alrededor sí quedaron colapsados. Ella ha sentido una inmensa confusión, más en una experiencia nunca antes vista –y que nadie quisiera vivir–, debido a que siente que puede volver a su casa, pero el hecho de acercarse le trae a la memoria las oscuras y tétricas imágenes del suceso.
“Yo ya quiero ir a mi casa, pero cuando me acerco sé que puede volver a pasar y me da miedo”. El pensamiento que ronda por su cabeza es la incertidumbre y el temor de saber que en cualquier momento puede perderlo todo. Ella ha visto cómo en segundos, la vida de cientos de personas se acabaron y no quisiera ser una de esas personas.