El Vaticano enseñó las meditaciones del papa Francisco para el viacrucis en el Coliseo, que están inspiradas en el Año de la Oración, convocado por el pontífice en preparación para el Jubileo de 2025; en estas aprovechó para resaltar y reflexionar sobre uno de los problemas que aquejan el mundo en los últimos tiempos: la guerra y la violencia contra las mujeres.
El papa introdujo el viacrucis subrayando que la oración caracterizó cada uno de los días de Jesús con matices diferentes: conversación con Dios, lucha y petición, “aleja de mí este cáliz”, “entrega confiada y don, “Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Ante el miedo a la muerte y la “angustia bajo el peso de nuestros pecados”, aquella oración se hizo más intensa y “la violencia del dolor” se convirtió en “ofrenda de amor” por la humanidad.
Reconocer la grandeza de las mujeres
En la octava estación, resaltó Vatican News: “Cuando Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén y para Francisco, es la ocasión de exhortar ‘a reconocer la grandeza de las mujeres, las que en Pascua te fueron fieles y no te abandonaron, las que aún hoy siguen siendo descartadas, sufriendo ultrajes y violencia’”.
Asimismo, Francisco reflexionó y dijo: “Si lloramos ante la locura de la guerra, ante los rostros de los niños que ya no saben sonreír, ante sus madres que los ven desnutridos y hambrientos, sin tener siquiera más lágrimas que derramar”.
En la novena estación, la invitación del papa es a ver a Dios hecho hombre “en el sufrimiento”, “en quien está despojado de dignidad, en los cristos humillados por la prepotencia y la injusticia, por las ganancias injustas obtenidas a costa de los demás y ante la indiferencia general”.
Para la décima estación, Jesús enseña que se puede encontrar “el valor de elegir el perdón que libera el corazón y relanza la vida”.
En el momento más oscuro y extremo, Jesús grita su abandono en la onceava estación, ¿cuál es la lección que hay que atesorar? “En las tormentas de la vida: en vez de callar y aguantar, clamar”, sugiere Francisco. En la duodécima estación se detiene en el ladrón que se confía a Cristo, quien a su vez le promete el Paraíso, haciendo así de “la cruz emblema del tormento, en ícono del amor”, transformando “la oscuridad en luz, la separación en comunión, el dolor en danza e incluso el sepulcro”.
Francisco reflexionó sobre que María, en sus brazos, acoge a Jesús muerto en la decimotercera estación; al final del viacrucis nos ayuda a decir ‘sí' a Dios, ella que fue “fuerte en la fe” cree “que el dolor, atravesado por el amor, da frutos de salvación; que el sufrimiento con Dios no tiene la última palabra”.
Y finalmente, José de Arimatea, custodiando el cuerpo de Jesús para darle digna sepultura en la decimocuarta estación, “nos muestra que todo don hecho a Dios recibe una recompensa mayor, que el amor no queda sin respuesta, sino que da nuevos comienzos”, que dar es recibir, “porque la vida se encuentra cuando se pierde y se posee cuando se da”.
Así fue la meditación del papa Francisco para el viacrucis
En la primera estación, para hacer reflexionar, está el silencio de Jesús ante el “falso proceso” que le condena, un silencio fecundo que “es oración, es mansedumbre, es perdón, es la vía para redimir el mal”, explicó Francisco.
La cruz con la que carga Cristo en la segunda estación, en cambio, “recuerda experiencias que todos vivimos: penas, dolor, decepciones, heridas, fracasos, cruces que también nosotros llevamos”.
Sin embargo, Jesús cae en la tercera estación, “pero tiene fuerzas para levantarse de nuevo; el resorte que le empuja hacia adelante es el amor”, subrayó el papa, “porque el que ama no se queda derrumbado, sino que vuelve a empezar”.
Después de la Eucaristía, Cristo regala a “María el último don antes de morir”, escribió el papa meditando sobre la cuarta estación; Jesús, camino del Calvario y su madre: un encuentro que evoca cuidado y ternura, y que nos impulsa a dirigirnos a ella, a María, madre que Dios da a todos los hombres, para poder “custodiar la gracia”, “recordar el perdón y las maravillas de Dios”.
En cambio, el Cirineo que ayuda a Jesús a llevar la cruz en la quinta estación hace reflexionar sobre la presunción de hacerlo solo “ante los desafíos de la vida”. “¡Qué difícil nos resulta pedir ayuda, ya sea por miedo a dar la impresión de que no estamos a la altura de las circunstancias”.
Un gesto de consuelo, el de la Verónica, en la sexta estación que pasa a la historia y “que nos sitúa ante Cristo”, “Amor no amado” que, aún hoy, busca “entre la multitud, corazones sensibles a su sufrimiento y a su dolor, verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad”.
Jesús cae por segunda vez en la séptima estación, “y volvemos a vernos en él cuando aplastados por las cosas, asediados por la vida, incomprendidos por los demás, comprimidos en las garras de la ansiedad y asaltados por la melancolía, pensamos que no podemos volver a levantarnos”.