El presidente ruso, Vladímir Putin, le mostró sus dientes al mundo. Como un perro rabioso que no se sabe si muerde o solo ladra, el mandatario envió tropas a la frontera con Ucrania a sabiendas del significado que eso tendría para la comunidad internacional. Con el pretexto de que se trataba de un ejercicio militar, desplegó, por lo menos, 100.000 soldados, aviones, tanques de guerra, barcos, artillería y defensa antiaérea a una de las zonas más conflictivas del planeta, una cicatriz abierta por la que se podría desangrar la estabilidad mundial.

La presencia militar en la frontera con Ucrania parecía ser parte de una serie de eventos coreografiados para respaldar con hechos las palabras de Putin durante su discurso anual a la nación. “Que nadie tenga la idea de traspasar la línea roja con Rusia”, dijo, con el tono autoritario con que lleva gobernado a su país más de 20 años, “y nosotros decidiremos por dónde pasa esa línea”. Acto seguido, ordenó retirar las tropas de la frontera y se replegó como diciendo “quedan advertidos”.

Ante la pregunta de ¿a quién lanzó Putin esa advertencia? –teniendo en cuenta que son varios sus frentes y conflictos–, la respuesta es: a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la Otan. Ucrania es un país con un grave conflicto interno. En el este de esa nación, rebeldes prorrusos se apoderaron desde 2014 de dos zonas que declararon independientes de Kiev. Se trata de las “repúblicas populares de Donetsk y Lugansk”.

El Gobierno de Volodímir Zelenski no reconoce su independencia ni la de Crimea, anexada por Rusia –tampoco lo hace la comunidad internacional–, y en la batalla por recuperar ese terreno han muerto 13.000 personas, 25.000 han resultado heridas, 4 millones se desplazaron, y 3,5 millones necesitan ayuda humanitaria.

Rusia ordenó el repliegue de tropas en la frontera con Ucrania | Foto: AFP

Moscú, además de apoyar a los rebeldes, dice tener que velar por el medio millón de personas en esa zona que tienen pasaporte ruso y que considera su responsabilidad. El tema espinoso es la Otan.

El mandatario ucraniano se quiere unir a la alianza y a la Unión Europea, lo que para Putin significa tener a su archienemigo estacionado en su frontera, y le permitiría a Ucrania contar con el apoyo militar de los países miembro. Fue justamente un ejercicio militar conjunto entre el ejército ucraniano y la Otan, que contemplaba como escenario hipotético una invasión rusa, lo que desató la ira de Putin, y llegó hasta la frontera para mostrar sus dientes de perro asustado.

Si bien Putin controló la situación en la línea divisoria y ordenó cuando quiso el retorno de los militares a sus bases, no logró contener la situación en Moscú y San Petersburgo durante su discurso anual. Las estrategias militares y diplomáticas del exagente de la KGB no le bastaron para lidiar con quien se ha convertido en mucho más que una piedra en su zapato: Alexéi Navalni.

El encarcelado opositor lleva tres semanas en huelga de hambre en un campo de trabajo forzoso, y la fuerza que le falta a su cuerpo la tienen sus simpatizantes, que no dejan a Putin en paz. El día del discurso sobre el estado de la nación, el miércoles de esta semana, la policía arrestó a casi 1.800 personas que protestaban para exigir la liberación de Navalni. La salud del opositor va de mal en peor, y, si se muere, la comunidad internacional acusaría a Putin por mantenerlo encarcelado.

Navalni, que señala al presidente de corrupto y dictatorial, está encarcelado desde febrero poco después de llegar de Alemania, donde se recuperaba tras ser envenenado, presuntamente, por órdenes del Kremlin. Se lo acusa de malversación de fondos y de no haberse presentado ante las autoridades judiciales mientras estaba en estado de coma en Berlín. Para nadie es un secreto que la intención del Gobierno es mantenerlo callado, lo cual no lograrán mientras los simpatizantes de Navalni, la mayoría jóvenes que se organizan en la web, mantengan la presión.

Alexei Navalni (Photo by Kirill KUDRYAVTSEV / AFP) | Foto: AFP or licensors

Putin tiene la peculiar característica de no nombrar a sus enemigos. Durante su discurso, no mencionó el nombre de Navalni y mucho menos el de Joe Biden, pero fue claro el mensaje que envió al presidente de Estados Unidos.

“En algunos países han adoptado la obscena costumbre de acusar a Rusia por cualquier cosa”, y añadió que sancionar a su Gobierno es una especie de “nuevo deporte” para algunos de sus adversarios. En días recientes, Washington ordenó duras sanciones económicas contra Rusia, y expulsó a diez diplomáticos como represalia por la injerencia de Moscú en las elecciones en ese país, y el ciberataque del que fue víctima el año pasado y que infiltró sus agencias de inteligencia.

Pero los problemas diplomáticos de Putin no terminan con la Otan o Estados Unidos. La República Checa expulsó a 18 diplomáticos rusos, que considera espías relacionados con la explosión de un depósito de municiones que dejó dos muertos en 2014. Mientras la comunidad internacional, en especial la Unión Europea, organiza cumbres para tratar la posible amenaza rusa en la frontera y la salud de Navalni, Putin tiene su propia lista de quejas. De acuerdo con el mandatario, en Bielorrusia, país aliado y vecino suyo, se desmanteló un intento de golpe de Estado y de asesinato del presidente, Alexandr Lukashenko.

El bielorruso asegura que el golpe fue planeado por Estados Unidos, y que detuvieron a dos estadounidenses sospechosos de intentar ejecutarlo. “No queremos quemar puentes, pero, si alguien percibe nuestras buenas intenciones como apatía o debilidad y pretende quemar esos puentes, entonces debe saber que la respuesta de Rusia será asimétrica, rápida y dura”; de esa manera concluyó su discurso anual.

Vladímir Putin es un hombre que mide sus palabras. Por eso, una respuesta suya hace unos años durante una rueda de prensa en Kaliningrado resultó inolvidable. El periodista le preguntó qué cambiaría de la historia rusa, y él contestó sin dudar: “El colapso de la Unión Soviética”. Hoy, cuando las grandes potencias mundiales son Estados Unidos y China, Putin pretende revertir la historia y devolverle a Rusia su anterior preponderancia. ¿Extrañará la tensión y las intrigas de la Guerra Fría? Las últimas semanas dan la sensación de que en efecto añora el poder que alguna vez tuvo su nación, y, aunque no podrá recuperarlo, sí logró convertirse en una preocupación para Estados Unidos y sus aliados europeos.