Las manifestaciones prorrusas en Crimea reemplazaron esta semana a los violentos disturbios de signo contrario que habían monopolizado en Kiev la atención mundial. Los habitantes de la península del mar Negro, mayoritariamente de origen ruso, parecieron confirmar con su entusiasmo lo que muchos en Occidente comienzan a reconocer: que el presidente Vladimir Putin les va ganando la partida a sus adversarios y que podría sacar un premio mayor: recuperar un recurso de enorme importancia estratégica para el imperio que quiere reconstituir. Y es que los habitantes recibieron con alborozo a las tropas rusas que, sin insignias y bajo la apariencia de fuerzas de autodefensa, controlan de hecho su territorio, el mismo que los rusos consideran suyo pues solo en 1954 el entonces secretario general del Partido Comunista de la URSS, Nikita Jruschov, se lo transfirió a Ucrania en un acto que hoy Moscú considera ilegal.  El jueves pasado, la suerte de la península parecía echada, pues el gobierno de la República Autónoma de Crimea, una dependencia administrativa de Ucrania, anunció que adelantaría para el 16 de marzo un referéndum de independencia que incluiría la unificación con la Madre Rusia. “Es ahora o nunca”, afirmó el vice primer ministro Andrei Kozenko, consciente de que el triunfo corresponderá con seguridad a los partidarios de regresar al regazo de Moscú.   La noticia tomó por sorpresa a los líderes de Occidente. “Un referéndum en Crimea violaría el derecho internacional”, dijo en Washington el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. “No debe haber ningún intento de redibujar las fronteras en Europa”, advirtió el secretario general de la Otan, el danés Anders Fogh Rasmussen. Y los analistas consultados por esta revista están de acuerdo. “La invasión de Ucrania por Rusia es una agresión. No se pueden reconocer los resultados de un referéndum que se desarrolló en una región ocupada por fuerzas militares”, le dijo a SEMANA G. Daniel Caron, especialista asociado al instituto HEI de la Universidad Laval en Quebec, Canadá, y exembajador de ese país en Ucrania. Sin embargo, la Unión Europea se limitó a expresar su enérgico rechazo y a anunciar acciones contra Rusia, sin que al cierre de esta edición se hubiera mencionado más que la suspensión de algunas negociaciones ya en curso. Estados Unidos anunció que cancelaría la visa a los responsables de las acciones rusas en Ucrania, mientras hacía carrera la idea de que una serie de sanciones económicas podrían hacer recapacitar a Putin. Pero para que funcionen deben ser enérgicas y, sobre todo, unánimes. Como dijo a SEMANA Nicolás de Pedro, investigador principal del Centro de Investigación y Documentación de Barcelona, “no parecemos ir por la senda de unas sanciones que puedan hacer reaccionar a Rusia, pues el entusiasmo es escaso y no hay voz común. Mientras que los países del Báltico y Polonia buscan un enfrentamiento más duro, España y otros países con buenas relaciones con Rusia tienen una actitud diferente”. “La relación de Europa con Rusia es de interdependencia y romper relaciones sería como dispararse un tiro en el pie”, agregó. De hecho, las economías de la región están tan interconectadas, que medidas de ese tipo afectarían prácticamente a todos. (ver recuadro).  Con el telón de fondo de las infructuosas conversaciones entre los ministros de relaciones exteriores Sergey Lavrov y John Kerry, los analistas se inclinaban cada vez más a pensar que nada de lo que haga Occidente sacará a los rusos de Crimea. Y que a estas alturas, será un éxito que no amplíe sus aspiraciones al este de Ucrania. Porque, además, “aunque un bloqueo económico sería muy costoso para Rusia y sobre todo para sus aspiraciones de jugar un papel central en el ámbito internacional, ese país tiene socios como China, que le permitirían aliviar las sanciones”, le dijo a SEMANA Guillaume Devin, especialista en Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos de París. Para algunos analistas, el referendo previsto para el próximo domingo va a confirmar la realidad de la ocupación rusa. Según dijo a SEMANA el profesor Marvin Kalb de la Universidad de Harvard, “hay que contar con tres hechos: primero, Crimea será parte de Rusia. Segundo, se dará un regreso a un estado de ánimo geopolítico propio de la Guerra Fría. Y tercero, la aventura de Crimea representa una nueva forma de nacionalismo ruso, que se mantendrá mientras Putin esté en el poder”. Un ejemplo muy mencionado es el del caso de Georgia, que en 2008 perdió, tras una guerra con Rusia, a las regiones de Abjasia y Osetia del Sur. En esa época los países occidentales impusieron sanciones, Rusia se comprometió a retirar sus tropas, pero el tiempo pasó y hoy por hoy esos territorios siguen bajo control de Moscú.  Aunque nada indica que Putin esté dispuesto a dar su brazo a torcer en Crimea, algunos analistas suponen que solo una fórmula diplomática  podría llevarlo a devolver las cosas a su estado anterior: que un nuevo gobierno ucraniano asegure que ese país no quedará bajo la órbita occidental. Pero esa es la baza que sus adversarios no quieren soltar. De modo que, por ahora, el ajedrez continúa.  Obama bajo la lupa El presidente norteamericano ha soportado una lluvia de críticas de los republicanos, que lo culpan de la arrogancia de Putin. Pero no tienen razón. Barack Obama no ha dormido bien las últimas diez noches. Desde el 28 de febrero, cuando hombres armados, con el respaldo de Rusia, se tomaron la sede del parlamento de Crimea en Simferopol, al presidente le han llovido críticas del Partido Republicano por la forma como ha enfrentado la crisis.    ¿Tendrán razón? Obama, en vez de meterse en otra guerra, envió a su secretario de Estado, John Kerry,  a Kiev, donde dijo que la injerencia rusa es “inaceptable”, luego a París para hablar con el canciller ruso Sergey Lavrov y propiciar un diálogo entre Kiev y Moscú. Anunció 1.000 millones de dólares de ayuda a Ucrania y respaldó de viva voz los 15.000 millones que la Unión Europea le ofrecieron a Kiev. El jueves, Obama, cinco días después de haber hablado por teléfono hora y media con Putin, firmó una orden ejecutiva para quitarles la visa y congelarles las cuentas bancarias a altos funcionarios rusos y ucranianos (sin Putin). Dijo que el referendo sobre el futuro de Crimea debe contar con la aprobación del gobierno de Ucrania.   Sectores moderados han valorado positivamente a Obama. Para The New York Times, el presidente ha transitado “el camino correcto”: “El liderazgo y la credibilidad en una crisis se traducen en reacciones frías y racionales y no en cruces de sables y rayas rojas que el contrincante pueda cruzar impunemente”. Eric Farnsworth, vicepresidente del prestigioso think tank Council of the Americas, le dijo a SEMANA: “La verdad es que las opciones para Europa y Estados Unidos en Ucrania son limitadas. El presidente Obama no tiene todas las herramientas a su disposición, incluyendo el uso de la fuerza”. Y hay un factor adicional que podría explicar la reacción cautelosa de la Casa Blanca. La dio Kathryn Stoner, experta en asuntos rusos de la Universidad de Stanford. “Rusia no entiende qué hacen en Ucrania la Unión Europea y Estados Unidos. Es como si el presidente Putin fuera a México y le dijera al gobierno que lo respalda en las diferencias que tienen los mexicanos con Washington”.    La ONU al margen El máximo organismo multilateral parece impotente para enfrentar crisis como la de Ucrania con Rusia. En la crisis de Ucrania las Naciones Unidas han jugado un papel secundario. Además de sus dificultades de financiación y del descrédito que sufrió tras la invasión de Estados Unidos a Irak –emprendida ilegalmente– el tema de Ucrania tiene un elemento adicional que limita enormemente su margen de maniobra. Rusia es junto a China, Estados Unidos, Francia y Reino Unido uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, lo que le da el derecho de vetar cualquier decisión, un privilegio que se les atribuyó a los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. “Entre la estrategia de no intervención de Obama y un Consejo de Seguridad obligado a jugar el papel de testigo pasivo, Vladimir Putin sabía que no estaba asumiendo muchos riesgos”, le dijo a SEMANA la periodista Alexandra Geneste, corresponsal en Naciones Unidas del diario Le Monde. En gran medida, esa organización es víctima de su anacronismo y esta crisis aporta nuevos argumentos a quienes quieren una reforma del Consejo de Seguridad, que piden que el derecho a veto no aplique para las graves violaciones de los derechos humanos.  El efecto cascada Nadie se salvaría de las consecuencias económicas de la crisis Los efectos económicos del conflicto no son menores. Los vínculos financieros y comerciales de Ucrania y Rusia con la zona euro son muy fuertes y si la situación se descontrola tendría también repercusiones sobre la economía mundial.  La principal alerta se siente en el mercado del gas. Un 30 por ciento del que consume Europa procede de Rusia y de él un 50 por ciento pasa por Ucrania. Alemania, Polonia, Austria, Francia e Italia son los destinatarios en un 80 por ciento, a través de Ucrania. Si Rusia corta el suministro, el precio del gas se dispararía.  La empresa energética rusa Gazprom anunció que dejará de vender gas a precio reducido a Ucrania. Además, se estima que la deuda de Kiev a Rusia por el gas asciende a unos 2.000 millones de dólares. Esto es una presión demasiado grande para Ucrania que necesita un apoyo financiero por 35.000 millones de dólares, y que busca un salvavidas del Fondo Monetario Internacional, a través de un programa de financiación rápida.  Un informe del banco Barclays señala que el verdadero problema de Ucrania no es tanto su deuda que equivale al 40 por ciento del PIB, sino su escasa liquidez que la puede asfixiar. Otra gran alarma es el petróleo. La mayor preocupación de los países desarrollados es la subida en los precios del crudo, que ya alcanzaron niveles máximos. Rusia es uno de los tres mayores productores del planeta.  El Deutsche Bank dice que los mayores efectos para la economía mundial se verían si Rusia vuelve a la recesión. Anota que incluso si la Unión Europea y Estados Unidos no sancionan a Rusia, el mayor aislamiento de este país y la caída en la inversión podría reducir el crecimiento y retrasar las reformas estructurales pendientes y afectar a su integración en el sistema económico mundial. Por otro lado, Rusia es un gran productor de paladio, níquel y aluminio, mientras que Ucrania es el tercer exportador mundial de maíz después de Estados Unidos y Brasil y el sexto mayor de trigo. Un deterioro del conflicto podría elevar los precios. Todos estos riesgos explican la volatilidad que se ha sentido en las principales bolsas del mundo que siguen el pulso a este conflicto, pues temen que la débil recuperación de la economía mundial se vaya al traste una vez más. Desde Rusia  Para los rusos, Occidente plantea un juego peligroso, mientras permite que Ucrania quede en manos de neonazis En Moscú las declaraciones occidentales suenan a pura hipocresía: el secretario de Estado John Kerry dijo que la incursión rusa a Crimea fue “un increíble acto de agresión”, y que, en el siglo XXI no se invaden países con “un pretexto totalmente inventado”.  Kerry, señalan los rusos, olvidaba las guerras con Irak, Afganistán y Libia.  La prensa occidental tampoco refleja la angustia provocada en Rusia por el acceso al nuevo gobierno de Kiev de los dirigentes de la organización de derecha nacionalista Svoboda, que con cinco ministerios, llamaron a luchar contra la alianza ‘ruso-judía’, y del militante Sector de Derecha, cuyo líder Dmitro Yarosh llamó al Emirato del Cáucaso, la organización que ha provocado los últimos atentados en Rusia, a “activar su lucha” contra Moscú. Nadie prestó atención, en diciembre, a los abrazos del senador republicano John McCain con Oleg Tiahnibok, el líder de Svoboda, y a las reuniones de Victoria Nuland, del Departamento de Estado, con ‘representantes’ de la oposición, entre los cuales estaba Tiahnibok. El apoyo popular a Putin es muy alto y la unanimidad de la elite política es total alrededor de la decisión de enviar fuerzas a Crimea, incluyendo al Partido Comunista y al Partido Liberal Democrático de Vladimir Zhirinovsky. La muy cuestionada decisión de la Rada ucraniana de prohibir el ruso como segunda lengua, propagada por la prensa oficial en Moscú, hace que la mayoría de la población considere al nuevo gobierno una amenaza para la amplia comunidad rusa en Ucrania.  Sin embargo, la posibilidad de una guerra con el país hermano ya ha generado reacciones negativas. Además, la incursión en Crimea ya ha tenido consecuencias, con una caída récord del rublo frente al dólar y al euro, y con un ‘lunes negro’ en la Bolsa, en el cual las acciones cayeron un 12 por ciento. En cuanto a la población, la mayoría está a favor de las decisiones del presidente. Lisandro Platzer, vicepresidente ejecutivo de la cadena de hoteles Korston, dijo a SEMANA desde Moscú que “comentan que Putin estuvo muy bien, porque gracias a lo que hizo, les dio a entender que hay que tener en cuenta a los rusos”, agrega.  Entre telones, existe una intensa discusión entre los representantes de la Unión Europea y Rusia, buscando una salida más de fondo a la crisis, que podría incluir la federalización de Ucrania tras la adopción de una nueva Constitución, para evitar el riesgo de división, pero para permitir, al mismo tiempo, que las regiones de mayoría rusa mantengan sus relaciones con el país vecino.