Van 15 días desde que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, lanzó su ofensiva sobre Ucrania. Cientos de civiles y militares muertos, infraestructura destruida y una grave crisis migratoria son el panorama actual en el este de Europa.
La guerra se encuentra, en términos generales, estancada. Un gran convoy está detenido y se ha dispersado a las afueras de Kiev, y, hasta el cierre de esta edición, Putin no ha podido capturar completamente ciudades estratégicas, como Odesa, Mikoláiv o Mariúpol.
Zonas sitiadas, bombardeos indiscriminados y el uso de armas termobáricas se han convertido en las estrategias centrales del presidente ruso, que a estas alturas de la invasión parece desesperado ante la imposibilidad de realizar sus conquistas.
Durante su avance, Putin atacó centrales nucleares, infraestructuras con un gran valor histórico y, recientemente, edificios en los que se encuentran civiles y niños. Estas agresiones presentan un panorama preocupante para el Gobierno ucraniano y la comunidad internacional, que empiezan a advertir una ofensiva cada vez más atroz.
Como parte de su nueva estrategia, Putin lanzó un ataque sobre un hospital pediátrico ubicado en Mariúpol, una de las ciudades donde se han desarrollado algunos de los combates más cruentos.
Esta población, estratégicamente importante por sus puertos y por ser un centro gigantesco de producción de acero, se ha convertido en uno de los focos de la ofensiva de Putin. Ha sido objeto de bombardeos indiscriminados, cortes de agua y luz, y de una embestida generalizada de las tropas rusas, dispuestas a conquistarla sin importar los costos. Mariúpol ha sido señalada por Putin, además, como el fortín del batallón neonazi de Azov, por lo que ha hecho de la ciudad el centro principal de su campaña de “desnazificación de Ucrania”.
El bombardeo al hospital, según informaron las autoridades locales, dejó una “destrucción colosal”, tres personas muertas y 17 heridas, entre ellas una mujer embarazada.
El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, afirmó, asimismo, que niños y civiles quedaron enterrados bajo los escombros. “¿Iban las mujeres embarazadas a disparar? ¿Fue esta la desnazificación del hospital? Lo acontecido en Mariúpol va más allá de las atrocidades”, aseveró el mandatario en una declaración televisada.
En el noroeste del país, específicamente en Sumy, el panorama no es más alentador. El último bombardeo ruso dejó una cifra de más de 20 civiles muertos, entre los que se contaron dos menores de edad. Las viviendas ubicadas en el centro de la ciudad quedaron prácticamente destruidas.
Con el ataque a zonas residenciales y el uso de armas cada vez más destructivas, las acciones rusas en Ucrania empiezan a rozar con violaciones directas al derecho internacional durante una guerra.
La nueva estrategia de Putin en Ucrania ha dejado ver la cara más atroz del mandatario y sacó a relucir su nueva estrategia: destruir la moral y agotar a los habitantes, que hoy defienden su territorio de un enemigo cada vez más hostil.
La campaña de “liberación” lanzada allí, que tenía como objetivo “desnazificar” el país, obtuvo el efecto contrario: se han revivido los fantasmas de un pasado europeo que se creía completamente enterrado. Las víctimas civiles en Ucrania viven ahora bajo un miedo generalizado. Putin, con sus manos cada vez más manchadas, ha traído el terror de vuelta a Europa.
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