En el kibutz Naan, cerca de Tel Aviv, Yaakov Godo se para frente al ataúd de su hijo Tom, muerto en la ofensiva de los combatientes palestinos de Hamás en el sur de Israel. La camiseta del hombre de 72 años lleva una famosa consigna de paz en hebreo y árabe: “Mirando a la ocupación a los ojos”.
“Soy un activista de derechos humanos”, dice este jubilado que ayuda a los pacientes palestinos a acceder a la atención médica. “Lucho contra la ocupación”, agrega.
“Me encargo del paso de palestinos a Jordania o de Gaza a Israel, y no me detendré. Voy a seguir, apoyaré a los palestinos”, insiste mientras el cuerpo de su hijo era sepultado.
Un soldado israelí, desplegado en los cementerios, recuerda a los 200 dolientes lo que deben hacer en caso de un ataque con cohetes, un riesgo creciente en la última semana. “Tienes 90 segundos para correr y tirarte al piso”, les grita.
Incluso antes del fin del funeral, suena la sirena, obligando a la multitud a resguardarse con las manos en la cabeza. Luego se escucha un sonido agudo con la intercepción de los proyectiles, y los dolientes suspiran aliviados.
“Espantoso”
En esta comunidad agrícola al sur de Tel Aviv, los activistas por la paz entierran a su camarada con los sonidos y la furia de la guerra de fondo.
A lo largo de la ceremonia, aviones de combate israelíes atraviesan el cielo y el ruido de sus motores ahoga los cantos y oraciones.
“Lo que ocurre en Gaza es espantoso”, afirma Godo. “Le estoy pidiendo a nuestros pilotos lanzar al mar, y no sobre las personas, las bombas que les piden lanzar sobre el pueblo de Gaza”, declaró. “Ya basta”.
La familia Godo es parte de un grupo activista de izquierda, secular y propaz opuesto al primer ministro Benjamin Netanyahu. Son minoría en Israel, pero históricamente están bien representados en los kibutz.
Tom Godo, de 52 años, un ingeniero amante del teatro, decidió mudarse este año a Kissufim, en el desierto de Néguev, cerca de la Franja de Gaza. Pensaba comenzar “un nuevo capítulo” en su vida, acorde con sus convicciones políticas.
El 7 de octubre, cientos de combatientes de Hamás penetraron la frontera fortificada y lanzaron una andanada de cohetes sobre Israel. Más de 1.300 israelíes, en su mayoría civiles, murieron en la calle, en sus casas y en un festival musical.
“Te amo”
En Kissufim, la pesadilla de la familia Godo duró 25 horas. Tom Godo usó su cuerpo para bloquear la puerta del refugio que lo separaba a él, su esposa y sus tres hijas de los atacantes armados de Hamás en el exterior.
La puerta de la habitación fortificada se puede abrir desde afuera. Tom pasó todo el día y la noche del sábado asegurando la puerta, pese a las granadas y disparos afuera. A la mañana siguiente, “dos balas atravesaron el blindaje de la puerta y penetraron su cuerpo”, contó su padre.
“Cayó y murió casi al instante. Su esposa, desesperada, abrió la ventana del refugio y dejó salir a sus hijas sin saber lo que había allí. Ella saltó por la ventana y salvó sus vidas”, agregó.
Dos de las niñas, Tsuf, de cuatro años, y Geffen, de seis, estaban “absolutamente traumatizadas”, dijo su abuelo y no asistieron al funeral. La hija mayor de la pareja, Romy, de 11, insistió en ir. Vestida con una sudadera a pesar del calor, la niña miraba la tierra roja que cubría el ataúd de su padre.
Limor, la viuda de Tom Godo, vistiendo pantalones vaqueros y sandalias, tomó brevemente el micrófono. “Los últimos momentos en el refugio, tuve tiempo de decirte que yo sé que siempre harías lo posible, que nunca te rendirías”, dijo con la voz entrecortada.
“Y ahora me comprometo frente a ti a llevarme lo que me diste, nuestra vida, nuestras tres bellas hijas, y juntar uno a uno todos los pedazos de nuestra vida rota. Te amo”.
Con información de AFP*