En las estaciones porteñas solo se consigue gasolina extra, que vale 40 por ciento más que en Estados Unidos. Lo más preocupante es la calefacción, pues se acerca el invierno y la mayoría de los hogares de provincia no tienen conexión de gas natural. Por eso la decisión del gobierno de Cristina Fernández de nacionalizar el 51 por ciento de las acciones de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), de manos de la española Repsol, resultó muy popular entre los argentinos, como correspondía a una medida con tintes tan populistas, que fue anunciada con invocaciones a Evita Perón.Para ellos fue la consecuencia de la crisis energética que atraviesa el país desde que el presidente Carlos Menem privatizó YPF en 1992 y se la entregó a la empresa ibérica en 1999. En 2011 Argentina pasó a ser importador neto de combustible y gastó en ello 9.000 millones de dólares, casi su saldo comercial total. El gobierno español reaccionó con fuerza ante la amenaza, en medio de la crisis económica que atraviesa. Y el tema adquirió notas nacionalistas a ambos lados del Atlántico. Así como en Argentina hasta la oposición derechista respaldó con matices a su presidenta, en España el socialista PSOE cerró filas a favor del gobierno de Mariano Rajoy. Y mientras los países suramericanos respaldaron mayoritariamente a Buenos Aires, sobre esta llovieron truenos de otras latitudes. La comisaria de Justicia de la Unión Europa (UE), Viviane Reading, dijo que "cuando alguien ataca a España está atacando a la UE" e insistió que "no vamos a dejar a España sola y vamos a ayudar a que encuentre una solución basándonos en el derecho internacional". El Fondo Monetario Internacional deploró que Argentina sea "imprevisible" y subrayó que "las intervenciones a discreción del gobierno no ayudan a la inversión ni al crecimiento". Robert Zoellick, presidente saliente del Banco Mundial, dijo que "es un error y un síntoma que tenemos que vigilar" y rechazó el hecho de que los países "respondan con populismo y proteccionismo". Y el Departamento de Estado de Estados Unidos dijo que están "muy preocupados" y que "este tipo de acciones pueden afectar de forma adversa el clima de inversión para los negocios estadounidenses, para otros negocios y para las compañías de otros países".La presidenta Fernández argumenta que con la llegada de Repsol la producción comenzó a decaer. En 1999 YPF representaba el 42 por ciento de la petrolera y el 35 por ciento de la gasífera. En 2011, producía apenas un tercio del petróleo y menos de un cuarto del gas. Y las reservas de YPF se redujeron a la mitad en diez años, mientras la demanda de energía creció un 38 por ciento por el acelerado crecimiento económico.Pero la posición de la presidenta no es del todo clara. Nueve de los 13 años de Repsol en Argentina fueron bajo los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Néstor, como gobernador de Santa Cruz, y Cristina, entonces senadora provincial, aplaudieron la privatización. En 1999, Kirchner, incluso, le vendió a Repsol acciones que poseía la provincia de Santa Cruz. Además en 2007, el Grupo Petersen, de la familia banquera Eskenazi, amiga de los Kirchner, adquirió 25 por ciento de las acciones de YPF. Los Eskenazi no pusieron ni un peso y se comprometieron a pagar los préstamos para comprarla… con las utilidades de la empresa. Así, Kirchner aceptó que YPF girara el 90 por ciento de sus ganancias, algo único en el mundo, pues las multinacionales apenas reparten el 3 o 4 por ciento. En total, YPF distribuyó 15.728 millones de dólares de dividendos, casi la misma cifra que repartió Repsol a nivel global. Según Cristina, por eso la empresa descuidó la inversión para aumentar la producción, pero no menciona que tenía que repartir dividendos precisamente para que la familia Eskenazi pagara sus acciones. Todo indica que Repsol pensaba que mientras tuviera en su junta a esos aliados, estarían a salvo de cualquier intervención. No contaba con que los Eskenazi eran amigos de Néstor, pero no tanto de Cristina, que no dudó en nacionalizar a pesar de que podría llevar a la acaudalada familia a una quiebra inminente. Ante tal descapitalización, la empresa se endeudó a tal punto que su pasivo es de 9.000 millones de dólares, casi tanto como su valor, y dejó de invertir. Por eso, de los 120 pozos que se perforaban por año antes de la llegada de Repsol, el año pasado se perforaron 30. Habiendo agotado el periodo de ganancias fáciles, y ante la perspectiva de tener que invertir, Repsol venía reduciendo su parte en YPF (pasó de casi un 100 por ciento inicial al 56 por ciento) e incluso estaba en conversaciones con la empresa china Sinopec.Cristina Fernández tampoco explicó por qué ni ella ni su marido nunca usaron la 'acción de oro', que les permitía controlar decisiones estratégicas de la empresa en ciertas circunstancias y por qué el director que debía representar los intereses del Estado suscribió siempre los balances de la empresa. Muchos comentaristas coinciden en que la presidenta tiene razón al afirmar que Argentina es uno de los pocos países que no controla un sector tan estratégico como su petróleo. Las compañías estatales manejan 90 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y 70 por ciento de la producción. Prácticamente ningún país privatizó la totalidad y los que lo hicieron, como Rusia, recuperaron el control.Pero las consecuencias para Argentina pueden ser peligrosas. Para empezar, los descubrimientos de Vaca Muerta, en la Patagonia, guardan hidrocarburos en forma de esquisto (shale gas) extraíble con un proceso complejo. Mientras que el producto convencional viene de una roca madre donde se forma el crudo en millones de años y migra hasta llegar a trampas geológicas, el petróleo y gas no convencionales "son la roca madre en sí, todavía no empezó la migración, faltan millones de años, pero están las moléculas. Hay que romper la roca, pulverizarla con agua a alta presión y productos químicos para extraer el petróleo y el gas", a lo que se resisten por los defensores del medio ambiente, explica Víctor Bronstein, director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad.Se trata de un recurso potencial que requiere de inversiones costosas. En Estados Unidos, el shale gas ya es el 40 por ciento de la producción, pero todavía no se sabe cuánto se puede conseguir en Vaca Muerta. Estados Unidos tiene la tecnología para explotar estos pozos y la nueva YPF "va a tener que asociarse con empresas que tengan la tecnología y la capacidad de inversión como la Exxon", dice Bronstein. Nadie asegura que, en un ambiente al menos percibido como de inseguridad jurídica, empresas inviertan los 25.000 millones de dólares necesarios para poner a andar Vaca Muerta.Además, España es el mayor inversionista extranjero en Argentina con intereses en bancos, industrias y telecomunicaciones que podrían abandonar el país. Y la Unión Europea, que ya anuncia sanciones arancelarias, es uno de los principales mercados para las exportaciones argentinas. Muchos empresarios están preocupados porque se cierren estas puertas.Desde ya se prevén represalias. Muchos economistas han advertido que el país no recibirá inversiones. "A la YPF estatal le será casi imposible acceder al mercado de capitales hasta que no resuelva con Repsol el pago de una indemnización", dice el economista Fausto Spotorno.Pero Bronstein cree que "las petroleras se mueven con una lógica distinta a la del sector financiero, están acostumbradas a situaciones de riesgo. Si no, no se entiende que estén en Nigeria o Angola". De hecho, la nueva YPF ya inició negociaciones con la Total francesa, Petrobras, la Exxon y la Sinopec china.En cualquier caso, y a pesar de que sus motivaciones son válidas, al decidir expropiar a la brava, Cristina Fernández de Kirchner se ha jugado una apuesta riesgosa que pone en peligro el ambiente de negocios en su país y, para muchos, incluso en la región. Y no ayuda que Argentina es uno de los países más demandados por incumplir sus obligaciones financieras internacionales. Como dijo The Economist, el populismo latinoamericano tiene una nueva campeona. Y para su país, eso es un desastre.