Por estos días en que la monarquía británica hace noticia con la coronación de Carlos III, vuelven a surgir los cuestionamientos sobre la permanencia de una institución anacrónica por la que deben pagar los contribuyentes. Sin embargo, el río de gente que se vio frente al Palacio de Buckingham para aclamar al monarca coronado, deja clara cuán contradictoria sigue siendo la opinión al respecto.
“Por qué tiene todavía Gran Bretaña una monarquía, si nadie votó por ella y la mitad de los mayores de 50 años creen que no debería existir”, fue la pregunta que quiso responder The New York Times, en un interesante artículo sobre este cuestionamiento que los diarios británicos no se atreven a hacer.
Al respecto, el historiador británico Alastair Bellany, de la Rutgers University, opinó: “Una de las razones por las que la institución persiste es que no tenemos muy a menudo una conversación al respecto. Creo que deberíamos. Me parece que un país serio tiene que mirarse en el espejo. Es una suposición floja creer que la monarquía es nuestro mensaje, para el país y para el mundo, de que eso es lo que somos”.
Lo dice porque no son pocos en el país que responden en la calle que el trono es lo que los hace británicos. De ahí, continuó el artículo, que para muchos súbditos de Carlos III sea difícil desvincular a la monarquía del sentido general de sí mismos.
Así se lo corroboró al diario Penny Convers una maestra inglesa de 64 años: “(La monarquía) es, sencillamente, parte de nuestra vida. La mayoría solo vemos a la familia real cuando aparece en televisión, pero ellos son parte de estilo británico”.
No lo cree así Jude O’Farrell, un gerente de bar de 24 años, que orgullosamente declaró cómo su padre cantaba God Save the Queen (Dios salve a la reina), la satírica canción del grupo Sex Pistols, que dice: “Ella no es un ser humano”, refiriéndose a Isabel II. “La monarquía no tiene nada que ver con mi vida”, declaró el joven.
Más allá de canciones burlonas, en los últimos años han arreciado los grupos republicanos haciéndose notar en las grandes fechas de la monarquía, como se vio en la coronación, en medio de la cual expusieron pancartas “Not my King” (No es mi rey), al paso de la carroza de Carlos III.
Cada vez más, también, se asocia a la Corona con los desmanes del colonialismo, o se le acusa de racista, clasista y fuera de contacto con el mundo. Pero nada de eso parece ser suficiente para lanzar un movimiento político que la derribe de una vez por todas.
“Ni los dos mayores partidos, conocidos como “el gobierno de su majestad”, ni la “leal oposición a su majestad” (como se les conoce a los detractores del trono), apoyan terminar con el sistema”, anotó el periódico.
Para Brooke Newman, hay que comprender las razones emocionales que hay detrás de todo esto: “El pueblo siente un intenso orgullo por tener una familia histórica con una cadena de sucesión que no se ha roto por siglos”.
Otro experto, Craig Prescott, especialista en derecho constitucional británico, de la Bangor University de Gales, recuerda que uno de los mayores deberes de la monarquía es permanecer más allá de la política y eso juega en su favor a los ojos del público. “Incluso, en tiempos de crisis en todos los ámbitos como el presente, la monarquía pude flotar por encima de la refriega y proporcionar una especie de andamiaje que mantiene integrado el sistema”, señaló.
Así mismo, dijo que, de este modo, la monarquía crea un espacio que separa al Estado (el rey es el jefe del Estado, y el primer ministro es el jefe del Gobierno) del día a día de los políticos. Esto significa que sin importar cuán feroz y desagradable sea la política, esa no es cuestión del Estado, sino del Gobierno”.
Las encuestas, frecuentemente, muestran que los jóvenes son los menos apegados a la idea de seguir teniendo reyes, lo cual hace creer que cuando ellos crezcan emprenderán el camino de la abolición. Pero eso tampoco significa mayor cosa para los expertos. Según Tracy Borman, autora del libro Crown & Sceptre, una historia del trono británico, esa ha sido una constante en el devenir de las islas: “A través de la historia, el interés por la Corona ha sido una cuestión generacional, por la cual la gente joven se muestra menos interesada que los mayores. Luego, cuando crecen, empiezan a prestarle más atención. Es cíclico”.