Hace algunos años, países de esta parte del mundo, específicamente sus representantes y en general la población, alardeaban sobre la riqueza de la biodiversidad de su territorio. Así como la fuerza del discurso político ha perdido contundencia, al no ser soportado con acciones congruentes, también la ha perdido en el diálogo común. Antes era “lo de mostrar”, ahora, a pesar de que ha crecido la conciencia ambiental, el activismo, la reivindicación como causa política o como objeto de estudio parece que el tema no es prioridad en las agendas de país. En los últimos días en Colombia surgió una polémica a raíz de la expedición de la resolución 350 de 2019 que buscaba regular la pesca de tiburones y con ello el comercio de sus aletas desde 2020. Esta generó tanta confusión como indignación. A pesar de que la presión de la opinión llevó al gobierno a hacer aclaraciones en la norma, quedó en el aire la pregunta de si la regulación buscaba luchar contra la venta de aletas en el mercado negro o incentivar esa práctica. Detrás de la desazón que causó la noticia surge la inquietud de si se está haciendo lo suficiente por el cuidado de los animales. Esta es la radiografía mundial de la situación: La biodiversidad, entendida como la diversidad de la vida que comprende a las especies y a su variedad genética, a los ecosistemas y a sus procesos, está en riesgo global. Según la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES), organización auspiciada por la ONU, a mayo al menos un millón de especies entre animales y vegetales está amenazada o en peligro de extinción.
Asimismo, según la última actualización de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), para la medición de la vida en la tierra, publicada en agosto, de las 105.732 especies que han evaluado este año, 28.338 están amenazadas, casi el 27% del total de especies valoradas.
El número de especies de animales desaparecidos se cuentan por cientos y por miles, tanto por la acción directa, por la caza, o de forma indirecta – por la intervención de los hábitats-, desde la civilización. El panorama ha empeorado con el tiempo por la acción del hombre, su relación con el medio y con las demás especies con las que cohabita.
Un recuento con algunos casos paradigmáticos de animales extintos, debe incluir por ejemplo a los mamuts, al tigre de Bali, o al tigre de Tasmania, al pájaro dodo, al bucardo, a la quagga, al pájaro elefante, a las moas, al sapo dorado, al pato poc, al guacamayo macao glauco, entre muchas otras clases de leopardos, tigres, leones, tortugas, rinocerontes, peces, pájaros, serpientes, mariposas, osos, marsupiales, canguros, ciervos, ostras, leones, asnos, bisones, y un largo etc. Por el lado de las plantas el problema no es menor, un estudio de la revista Nature Ecology Evolution de este año mostró que el número de especies vegetales desaparecidas -571- en los últimos 250 años, es muy superior a lo estimado por la UICN. En muchos de estos casos se ha documentado su relación con la acción humana. Preocupa principalmente la desaparición de especies de árboles, en zonas sobreexplotadas –para uso de madera- y taladas para la conversión de bosques para la agricultura.
El año pasado la revista Proceedings of the National Academy of Sciences llevo a cabo un censo de toda la biomasa en la Tierra que demostró que a pesar de equivaler a una ínfima parte -0.01%- de la totalidad de seres vivientes, compuesta en su mayoría por plantas 82%, seguido por bacterias con el 13% y por el resto de criaturas incluidos hongos, insectos, animales y peces 5%, la humanidad tiene un impacto desproporcionado en la vida planetaria. Según la publicación en los últimos 10.000 años se han perdido de forma irremediable el 83% de los mamíferos salvajes, el 80% de los animales marinos, incluido un 15% de peces y el 50% de las plantas. En paralelo la cantidad de especies criadas para consumo se ha masificado. El 70% de todas las aves son de corral y sólo el 30% son silvestres, de los mamíferos hasta un 60% del total son animales de granja, un 36% corresponde a los humanos y sólo un 4% a los animales salvajes. Lo anterior ocurre en aproximadamente el 86% de terreno continental, 1% en los océanos y el 13% en las bacterias sobre la superficie terrestre.
La sobrepesca, la caza y la pérdida de hábitats se ubican entre las principales razones de estas pérdidas. Todo parece indicar que la demanda para el sostenimiento de la especie humana se da a costa de sobreexplotación de la vida silvestre y la erradicación de buena parte de la vida salvaje. Más y mejor evidencia científica apunta a que los humanos estamos cambiando patrones de la biodiversidad. Los científicos se atreven a catalogar el inicio oficial del antropoceno, cuyo vestigio insigne para la posteridad será el hueso de pollo y es probable que esta era coincida con un eventual periodo de extinción masiva.
El llamado a la acción para enfrentar esta problemática va de parte de los expertos a los estados, las empresas y la sociedad civil. Grethel Aguilar directora de la UICN, recalca la importancia de detener la sobreexplotación de la naturaleza y de defender a las comunidades y medios de vida de sostenibles. Vea aquí una galería con los casos ejemplares de lugares en el mundo con regulación favorable a los animales.