El campamento para refugiados de Calais (norte de Francia), conocido como “La Jungla”, puede ser la personificación misma del drama migratorio que sacude Europa: las condiciones de vida más que precarias, la desolación y la indigencia, el éxodo constante; pero también los anhelos de una vida mejor, la solidaridad humana; todo configura un pequeño universo en el que conviven el drama y la tragedia, la miseria y la esperanza. La “Jungla” es apenas un paso para los inmigrantes, un hogar temporal para aquellos que quieren pasar el canal de La Mancha y llegar a Inglaterra. Sin embargo, con el tiempo se ha vuelto una pequeña aldea con restaurantes, iglesias, mezquitas, peluquerías, almacenes, una librería y hasta una estación de radio, pues las dificultades para llegar a Inglaterra la han convertido en un campo de refugiados permanente. Calais, ciudad enclavada en el punto más estrecho del canal de La Mancha, comparte sus paisajes portuarios con el complejo de miserables campamentos improvisados de “La Jungla”, que alternan con un vecindario de containers nuevos y adecuados para recibir a unas 1.500 personas en condiciones más aceptables que las insalubres y deplorables zonas de la “Jungla”, en las que no hay agua, electricidad o sanitarios. Las cifras hablan de más de 4.500 refugiados, provenientes de unas 15 nacionalidades distintas, más que todo del norte y nororiente de África, a los que se suman inmigrantes que llegan del medio oriente, escapando del conflicto que azota países como Siria o Afganistán.