Los migrantes esperaron por horas a que alguien llegara a ayudarlos. En medio del mar, hacinados en el destartalado bote del traficante que los abandonó a su suerte, los venidos de Libia vieron cómo el sueño de llegar a la isla de Malta en Europa se desvanecía en el calor intenso de la espera. Sin embargo, cuando parecía inevitable morir hastiados por la sal, el buque petrolero Elhiblu 1 de banderas turcas apareció a lo lejos, mientras el capitán advertía por los altoparlantes que no tuvieran miedo. ¡La ayuda había llegado! Las 19 mujeres, los 12 niños y el resto de hombres abrían sus brazos con alegría para que el capitán no los perdiera de vista. Le puede interesar: Los muertos de la brujería en Tanzania Adentro los trataron con la gentileza que olvidaron en los últimos años de torturas, explotaciones y hambre en los campos de detención para migrantes del país africano. Esos campos que en Libia tienen más aspecto de cárceles que de refugios humanitarios, según Amnistía Internacional. La tripulación los recibió con cobijas y comida, y les prometió acercarlos a las costas de Malta. Hasta ahí todo iba bien. Pero al caer la tarde del miércoles, cinco de ellos percibieron que el buque en realidad no continuó nunca su rumbo a Malta, como les habían dicho que sería, sino que giró durante horas para devolverlos al infierno del que, según ellos, tuvieron que escapar. Las Fuerzas Armadas libias estaban informadas y los esperaban en Trípoli para condenarlos a los “campos del terror”. Con lo que no contaban era con que los migrantes no estaban dispuestos a regresar. ¿Regresar a dónde, a la guerra de sus países de origen? Así que, más pronto que tarde, los cinco les contaron a los demás lo que estaba sucediendo. Entre todos planearon el motín. Tomarse el barco y presionar al capitán “traidor” a navegar rumbo a Europa era el próximo paso. Y así lo hicieron. El desespero se fue tomando el barco y de la pasada gentileza no quedaron más que los gritos, los llantos y las amenazas. El capitán estaba cercado. Por primera vez Europa era una posibilidad real. Solo 30 millas naúticas los separaban de Malta, ese destino esquivo pero presuntamente lleno de futuro, según les dijeron los traficantes a los que, en promedio, tuvieron que pagar cerca de 2.000 euros para que los llevaran de Libia al viejo continente. Por supuesto, ese dinero no suponía que los abandonarían a medio camino y que, en caso de llegar, serían probablemente devueltos debido al endurecimiento de las leyes migratorias europeas, en especial las italianas y las maltesas. Aún así se sentían cerca y podían saborear una nueva vida. Pero el capitán, una vez más, se las arregló para contactar por radio a la marina del país. “Perdí el control del navío. Un grupo de migrantes tomó el poder”, murmuró por la vocina. Unos segundos más que suficientes para que, a solo 30 millas, helicópteros, lanchas, cuerpos especiales de la policía y migración rodearan el buque y efectuaran una retoma militar. No, los migrantes ya no tenían el poder. Le sugerimos: Los migrantes venezolanos tienen la palabra Llegaron a Malta pero para ser procesados por secuestro. Ese futuro prometido se topó con una realidad más agreste que la de sus propias violencias: la realidad de la Europa cerrada sobre sí misma. La realidad de la Europa xenofóbica y temerosa de los migrantes africanos. La realidad de una Europa que ya no cumple con su pacto de Ginebra y que se hace la de la vista gorda cuando le llegan manotadas de migrantes reclamándole asilo y recordándole que es por ella que muchos de sus países siguen en guerra. La realidad de esa Europa que ha financiado regímenes terroristas y dictatoriales en África, Asia y América Latina causando el exilio de millones de personas. Personas a las que ahora les da la espalda. El viaje prometido a Europa la mayoría de las veces termina en el infierno. Según datos de Médicos sin Fronteras, una de cada 17 personas fallece intentando llegar a Europa. “El mar es el mayor filtro migratorio, no la policía”, afirman los líderes de derechos humanos. Incluso así, 12.000 personas llegaron al continente este año por las distintas rutas que ofrece el Mediterráneo. Aunque los 108 “rescatados” del buque Elhiblu 1 no fueron víctimas de ese mar voraz, sí lo fueron de los intentos desesperados de Italia y Malta de ahogarlos en su burocracia legal. De hecho, el primer ministro italiano, Matteo Salvini, insistió en que fueran tratados como “peligrosos piratas y delincuentes” y no como migrantes. A lo que agregó que, después del secuestro, perdían toda la “solidaridad” de Europa. ONGs, como la alemana Sea Eye, no tardaron en criticar al mandatario y decir que el hecho fue producto “del temor de volver a perder la dignidad en esos campos de tortura”. Michel Bachelet, alta comisionada para la paz de la ONU, juzgó asimismo a estos países de cometer uno de los peores crímenes de lesa humanidad de las últimas décadas. Pues la razón por la que a los migrantes los recogió un barco petrolero comercial en medio del mar y no una organización gubernamental o una fundación, es porque la Unión Europea canceló los permisos de varias de estas ONGs para navegar y llevar a los refugiados a tierra. La operación Sofía, que se encargaba de rescatar a los náufragos, llegó a su fin hace un par de semanas. Parte de Europa, deliberadamente, deja morir a los migrantes. Bachelet lamentó la decisión de suspender las operaciones de rescate y enfatizó en que los gobiernos están “criminalizando la solidaridad humana”. Si a estas 108 personas las hubiera rescatado un equipo preparado para estas situaciones, tal vez nada de eso hubiera sucedido. Le recomendamos: Morir anónimamente en medio del mar así fue la tragedia de un grupo de migrantes en Capurganá Chocó Lo que es cierto es que a varias de ellas las regresaron a Libia, sin cuestionar bajo qué condiciones quedarían en ese país o si les respetarían sus derechos. Mientras que los cinco líderes del secuestro están en manos de la policía maltesa y serán juzgados como “piratas”, para cumplir el deseo de su vecino italiano, gobernado por un ultraderechista. Los demás -niños, ancianos, mujeres- se encuentran en una suerte de limbo jurídico en el que Europa se tira la pelota, como si estuviera en llamas, para ver quién se hace cargo. Así pues, los náufragos del Mediterráneo son ahora piratas, según las leyes occidentales, y no migrantes.