Quedará en la historia que, en la noche del 9 de enero de 2020, un público acostumbrado a silencios y respetos reverenciales se dejó contagiar por el ‘Pickó Brevis’ de Francisco Lequerica y acompañó con las palmas cuando la Orquesta de Cámara de Colombia y su director Federico Hoyos lo invitaron a hacerlo. Esto mientras uno de los integrantes de dicho ensamble pasó al frente y bailó la pieza inspirada en champetas fundamentales. Antes de entregarse a la obra, Hoyos la ofreció como un homenaje a la ciudad, a su gente. Y qué homenaje fue. Genuino, un puente que todo lo unió. 

Aunque no fue lo único que sucedió, sí fue lo más memorable. Y no es poca cosa. El concierto abrió con una asombrosa interpretación a cuatro manos de dos marchas de Schubert, por parte de Andrea Lucchesini y de Valentina Pagni. Ambos italianos dieron paso a los vieneses del Auner String Quartett, quienes entregaron a Mozart y abrieron el camino para que los sonidos de compositores colombianos cerraran la noche por todo lo alto. Así como lo plantea desde su misma misión la Orquesta de Cámara de Colombia, lo cumplió. Interpretó primero la Suite de danzas andinas de Mauricio Lozano (Danza, Guasáp, Lunática y Diabluras), y luego se entregó al ‘Pickó Brevis‘.  Cartagena Festival de Música: el color local aprovecha sus espacios La “champeta sinfónica” es un intento de eliminar las barreras que dividen a las ‘Dos Cartagenas’  Horas antes de un concierto que aún da de qué hablar, ARCADIA habló con Francisco Lequerica. El artista cartagenero, compositor del ‘Pickó Brevis’, explicó en detalle su obra y no se guardó ninguna opinión, por fuerte que fuera. ¿Qué lo llevó a la música? No provengo de una familia musical, pero por casualidad un piano llegó a mi casa cuando tenía tres años, y a partir de ese momento no he sabido vivir sin la música. Mis padres querían que fuese piloto y, hasta el sol de hoy, me fascina la aviación, pero mi pasión por la música siempre fue más fuerte que cualquier otra. A los seis años, saliendo de un cine en el que daban Amadeus le dije a mi padre que quería ser compositor: se rió y me dijo que me moriría de hambre, y no se equivocó, pero tampoco lo cambiaría por nada del mundo.  ¿Qué es el Pickó Brevis? Pickó Brevis hace parte del género “champeta sinfónica” que consagré con el Pickó Sinfónico en 2018. Pickó Brevis es la primera champeta únicamente instrumental, una rapsodia híbrida entre una forma-sonata clásica y la estructura de la champeta. Se basa en tres éxitos de este género local que hoy son melodías icónicas para los cartageneros: La Suegra voladora (El Sayayín), La Ruleta (El Jhonky), Busco a alguien (El Afinaíto).  La champeta sinfónica, parte de un proceso de descolonización estética, se caracteriza por la inclusión de técnicas contemporáneas de instrumentación en contextos ajenos al posmodernismo, así como por la adopción de una técnica derivada del cantus firmus (que bauticé cantus fim’me). Esta guarda solamente partes de la línea melódica original y sustituye el acompañamiento por procesos armónicos y contrapuntísticos, sometidos a un desarrollo formal. No se trata de un “arreglo” sino de una recomposición de material endémico del Caribe colombiano, de acuerdo a preceptos académicos de organización sonora, desarrollo formal y motívico y jerarquías estructurales que no pertenecen al mundo de la música popular.  El primer Pickó, para orquesta sinfónica y solistas, tenía percusión y voz –dos elementos fundamentales en el género de la champeta– mientras el Pickó Brevis está escrito para orquesta de cuerdas, y es la primera champeta sinfónica puramente instrumental. La ausencia de percusión permite ordenar el material rítmico con mayor riqueza, diversidad y coherencia formal.  ¿Cuánto tuvo que estudiar, tocar y vivir para concebirla? La “champeta sinfónica” es la respuesta de un compositor que cruza la cuarentena a una vida creativa dividida entre la escuela y la calle: mi música ha necesitado tanto de un mundo como del otro para encontrar su voz propia, pero no pertenezco ni al empirismo ni a la academia. Estudiar quince años en conservatorios de Norteamérica y Europa me dio un bagaje técnico sólido, pero no me permitió encontrar mi voz.  Fue como músico freelance, exiliado en Canadá especialmente, que estuve expuesto a la música del mundo, y me di cuenta de que la academia nos aleja del público, de que el posmodernismo académico no es más que una extensión estética del neoliberalismo salvaje, y que obviar el hecho de que la música es una sólo me alienaría más como creador. Todo esto me llevó a tomar conciencia como compositor cartagenero y apostar por un sentido de pertenencia, lo cual me ha valido ser marginalizado tanto por la academia como por el público.  La “champeta sinfónica” es el reflejo de esa experiencia, un intento de eliminar las barreras que dividen a las “Dos Cartagenas” desde la inclusión estética, más una maniobra que una obra. En cierto momento, comenté que escribirlo fue como hacer grafitis con pintura al óleo.  Cartagena Festival de Música: una isla en el turbulento presente ¿Qué representa que suene hoy en este marco? Es un acto simbólico de descolonización. El Festival, que a menudo se representa a sí mismo como portador de ese legado del Viejo Mundo, acaba encarnándolo en la realidad, al menos en la percepción del Cartagenero del común. La champeta ha sido un género marginado, como lo fueron la cumbia o el mapalé, pero es representativo de una Cartagena invisible. Este es, desde luego, un acto de visibilización de todos esos paradigmas que permanecen a la sombra de una ciudad predominantemente turística, pero que pocos conocen. Para la champeta, declarada patrimonio inmaterial, que está en crecimiento y en plena –y peligrosísima– mercantilización, el trasplante a lo sinfónico ha de ser benéfico, necesario para no “vender” el género y poder anclarlo en una eficiencia técnica que realmente le sirva como herramienta de construcción y de salud social. Que suene esa obra es, quizás, señal de que hoy existe un renacer artístico en la cultura de Cartagena, que no tardará en florecer, diversificarse, y dar frutos que sean útiles –esta vez sí– para todos. En un país desigual mucho se le critica al festival. ¿Qué le abona? ¿Qué falta? Los compositores estamos incluidos en el Festival solamente gracias a la loable intercesión del maestro Federico Hoyos, un músico incomparable y de gran valía para los creadores. El Festival, que no remunera las composiciones, persiste en adoptar una actitud netamente elitista con Cartagena, y ha usado un tono de distancia e indiferencia con los compositores vivos. En su programa de mano, no soy cartagenero sino “de origen colombo-canadiense”, y la champeta sinfónica parece –al leerlo– hasta fruto y obra de otros creadores, en un acto de diluir lo que es significativo en esta edición, y de tergiversar la verdad hasta despojarla de contenido. Ni siquiera por conveniencia, por “lavarse la cara” de tan duras acusaciones, su directora ha accedido a mencionar los estrenos de dos compositores cartageneros como evento importante. En todo, se comportan como una monstruosa multinacional que llega, coloniza espacios, ignora el talento local, y no deja proceso de impacto alguno en el Distrito. Para empezar, el Festival debería dejar procesos sinfónicos permanentes y abrir espacios permanentes para los compositores.

Federico Hoyos, director de la Orquesta de Cámara de Colombia, aprovechó la posibilidad de cerrar la noche exaltando los sonidos colombianos. Lo hizo por todo lo alto. Fotos: Diego Vega.