El nombre de nuestro país remonta a Roberto Alagna a sus años juveniles, a los inicios de una carrera como cantante de cabaret en París, cuando compartió los escenarios informales con algunos músicos colombianos a los que luego les perdió la pista. Una época de formación en la que “mi profesor cubano, Rafael Ruiz, me llenó de confianza y encendió en mi corazón la llama del canto”.Tendrán que pasar todavía varios años antes de obtener el triunfo en el Concurso Pavarotti de Filadelfia, de debutar con gran acogida en La traviata de Verdi, en el Festival de Glyndebourne; de sentirse aclamado en Romeo y Julieta de Gounod, en el Covent Garden de Londres; de recibir con orgullo la Legión de Honor del gobierno francés, de alcanzar fama y fortuna, de cosechar una multitud de admiradores y algunos detractores.Es el más famoso de los tenores franceses de la actualidad y su voz se destaca por igual en el repertorio lírico italiano, país de sus ancestros sicilianos, y en las óperas románticas de sus compatriotas Gounod, Bizet y Massenet. Su primera visita a Colombia sucederá cuatro años después de la cancelación del concierto que fue promocionado en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán y que dejó decepcionados a los melómanos que se habían apresurado a comprar las boletas.En esta ocasión, a manera de desquite, la presencia del cantante será múltiple, porque dará un recital el 8 de abril en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, al lado de la Filarmónica de Bogotá, con un programa de arias muy conocidas de Donizetti, Verdi, Leoncavallo, Puccini y Tchaikovsky. En la voz del propio tenor: “Un repertorio difícil, pero muy bello, que puede ser del gusto de un público amplio”. Y además, los amantes de la ópera también lo podrán ver en dos obras de Puccini, Madama Butterfly (2 de abril) y Manon Lescaut (9 de abril), gracias a las transmisiones que realiza Cine Colombia desde la Ópera Metropolitana de Nueva York (Met).El tenor llegará al país, precisamente, luego de haber asumido un riesgo importante en el Met donde, al límite del tiempo, aceptó remplazar en todas las funciones al popular Jonas Kaufmann, aquejado de una enfermedad, en el personaje de Des Grieux de la ópera Manon Lescaut de Puccini.“Tuve doce días para preparar el papel. El riesgo fue muy grande porque hay que trabajar contra el reloj. Cuatro días para memorizar la partitura. Dos horas de trabajo diario con un entrenador del Met, y diez horas al día de estudio y práctica por mi cuenta. El problema de trabajar con tanta información y bajo tanta presión es que uno no tiene tiempo suficiente de controlar la voz, la técnica; y con un papel tan difícil como Des Grieux uno se puede quebrar la voz”.Sin embargo, salió airoso de la hazaña, luego de la cual encaró el papel para el que había sido contratado originalmente: Pinkerton, en Madama Butterfly.Los riesgos han sido habituales en una carrera de más treinta años y más de sesenta papeles operáticos. Como en 1994, cuando aceptó cantar en La Scala de Milán el Rigoletto de Verdi, bajo la batuta de Riccardo Muti. El montaje no incluía las notas agudas ni las florituras vocales que la tradición de los intérpretes ha agregado a la partitura, y a las que el público está muy habituado. La reacción de la gente fue muy positiva, pero el tenor no duda de sus preferencias. “Esa fue una idea de Muti con la que al comienzo yo no estaba de acuerdo, pero me pareció interesante tener esa experiencia. Fue una bella representación, aunque es bueno decir que Rigoletto siempre es mejor con los agregados de la tradición, que son los que le dan vida a un arte como la ópera”.Pero si el público de La Scala aplaudió en 1994, en el 2006 chifló y abucheó cuando Alagna terminó de cantar el aria Celeste Aida, de la ópera de Verdi, y con ello le provocó el momento más traumático de su trayectoria. Ante las manifestaciones de rechazo de El Loggione (la localidad de precios bajos del teatro, donde se instalan los aficionados más temibles) Alagna reaccionó de manera inesperada. Decidió abandonar el escenario en plena función, por lo que debió entrar de urgencia el tenor suplente, que fue “arrojado” a las tablas en pantalones y camisa de entre casa para continuar la acción con una mezzosoprano no menos sorprendida, que por su atuendo suntuoso de tiempos de los faraones, contrastaba con el aspecto del recién llegado.Aunque ha sido invitado de nuevo a la institución milanesa en la que han silbado a tantas estrellas, Alagna no ha querido regresar porque el recuerdo de ese saboteo injustificado es algo “superior” a sus fuerzas.Junto a sus triunfos y penas en los escenarios operáticos, Roberto Alagna siempre ha reservado un lugar para la canción tradicional. “Del lado de mi papá todos cantaban canciones populares, y del lado de mi mamá todos cantaban ópera. Así que yo he estado un poco entre los dos mundos. Desde Caruso –e incluso antes que él– hasta Pavarotti, Domingo y Carreras, todos los tenores han amado las canciones populares. Cuando canto ese repertorio intento dejar a un lado la voz operística de tenor; conservo la técnica del bel canto, pero no dudo en hacer cambios en la emisión vocal”. Alagna sabe muy bien que, en todo sentido, “el tenor representa la voz popular de la ópera”.Encuentre aquí más información sobre las proyecciones de la Metropolitan Opera de Nueva York en Cineco Alternativo.