Yuri Buenaventura no puede tocar conga. Mientas hablamos en el bar Cachao, en la zona norte de Bogotá, se desabotona el puño izquierdo de la camisa, se la arremanga y me muestra la cicatriz que lleva desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. El accidente ocurrió cuando se iba a presentar en Francia: la tarima estaba mal puesta y salió disparado al piso. Pasó unos minutos adolorido pero cantó de todas formas.Ahora es distinto. “Hace 60 días me operaron”, me cuenta, antes de confesar que hay placas y tornillos de por medio, y que después vendrán las terapias.  Para alguien que vivió en las calles de París, este podría ser un accidente menor. Pero Yuri sabe leer los mensajes que la vida le manda entre líneas. Su carrera musical ha estado estrechamente ligada a sus raíces y al entorno inmediato que lo rodea. Hijo de un seminarista jesuita y una monja carmelita que se conocieron en Buenaventura y huyeron a la selva en 1963, Yuri Buenaventura dice que lo primero que escuchó al nacer fue el bum bum de los tambores negros. A los 18 años, después de prestar el servicio militar, se fue a Francia con la intención de estudiar economía.  Hace 20 años, después de estudiar economía un tiempo, tocando en el metro, cantando con grupos locales, Buenaventura llegó a la conclusión de que lo más natural era cantar salsa en francés. Empezó con Ne me quitte pas, una adaptación del clásico francés compuesto por Jacques Brel. Pero hoy le da lo mismo si la salsa viene en un idioma u otro.“La idea es que lo que somos se sepa. Por cualquier camino, pero que lo que somos, lo bello que somos, se sepa. Porque es que nos conocen muy mal. Hay una cortina. En frente de nuestra nación hay una cortina que es el narcotráfico, la corrupción y la guerra. Cuando corramos esa cortina, nos van a ver”, me dice con la conga todavía entre las piernas. En francés o en español, su música es eso: un mensaje de una sociedad a otra para romper las barreras. Cuando habla, Yuri Buenaventura fluctúa entre la política y la salsa. Es inevitable, no porque sea panfletario. Sino porque quiere educar entre una canción y otra. En un estadio lleno de franceses, el músico nacido en Buenaventura sale con una bandera de Colombia y pregunta: “¿Yo vengo del país de la…?”. Y amenaza con irse si le llegan a contestar que es el país de la cocaína. Su salsa nueva, clásica y de alguna forma experimental es una muestra de que viene del país de la salsa. Y aunque hagan falta cosas, él considera que ese gesto genera más cambios que los que pueda alcanzar un funcionario en una sede diplomática lejos de su país.Yuri Buenaventura recuerda que el Grupo Niche llegó a Europa antes de que lo hiciera Shakira, Juanes o Carlos Vives. Pero por esa misma época, a mediados de los noventa, la fiscalía empezó a investigar los ingresos de Jairo Varela en Cali y lo acusó de enriquecimiento ilícito. Estuvo preso y finalmente lo absolvieron porque nunca se pudo comprobar que hubiera recibido dinero del Cartel de Cali. “A Jairo había que cuidarlo. Si yo hubiese sido el Estado, le pongo un tipo al lado y le digo ‘¿usted tiene un problema fiscal? Yo lo voy a cuidar, porque a usted en Cali lo están abusando. Venga, no se meta por ese camino. Venga que usted es un embajador de este país’. Porque el daño que se hace al meter preso a Jairo, mancha el rostro de la nación. Un embajador no tiene la convocatoria que tiene uno. Diez mil personas. ¿Cuándo va a reunir a diez mil personas un embajador en una plaza pública fuera del país? Los embajadores son los músicos, los deportistas. Se ha subestimado ese papel. Eso le pasó a Jairo Varela”.

Antes de empezar la entrevista, antes de decir cualquier cosa, Yuri cantó para Arcadia en el segundo piso del bar Cachao, en el norte de Bogotá. Foto: Ana Vallejo. Eso es un recuerdo, una reflexión que hace quien se hizo conocido en Colombia porque empezó a cantar salsa en francés en París. Lo suyo en realidad es una preocupación artística, social, étnica de alguna manera.“Lo que yo observé es que el que fue esclavo del francés, como la gente de Martinica, de Guadalupe, la gente de Marruecos, de Senegal, tiene como unas facturas pendientes por cobrarle a los franceses, y a los franceses les da pena esa historia, como que no se habla. Entonces llegué a tocar un tema con el que no tengo problema, porque hace parte de la historia”. Dice Yuri Buenaventura que, antes del accidente, sus canciones estaban estrechamente ligadas a los mitos africanos. A las historias de los príncipes que se dejaban atrapar para emancipar a los esclavos en América. A la vegetación sagrada que servía de protectora de los negros en las plantaciones, en las selvas. Pero ahora siente que esa música ya tiene vida propia, que él no tiene que empujarla más. “Hay otro mundo que es aún más universal que el mito de ciertos territorios o de ciertas etnias”, aclara Buenaventura ahora que un accidente lo hizo cambiar de perspectiva.Quizá él necesita de estos renaceres. Lo experimentó cuando se lanzó al río Sena porque ya no podía remendar una vez más el cuero del bongó con el que vivía. O cuando vio la imagen de su mamá que lo llamaba desde Buenaventura para que saliera de la oscuridad de una ciudad a la que llegó por la promesa de la luz. Ahora tiene otra vida. “La tarima a mí me botó. Yo sentí que me habían empujado por la espalda. Y cuando yo iba en el aire yo sentí que fue el arte el que me patió. Yo sentía como que el arte me había sacado. Y no entendía por qué. Escuché una voz que me dijo, ‘vos tenías una vida y está ahí enterrada, ahí se quedó, y esta te la presto’. Entonces la que tengo hace como dos meses es prestada y viene cargada de otra información”. Desde la parte física, el médico le dijo que no puede golpear el brazo. No hasta que se recupere. Por eso Yuri Buenaventura no puede tocar conga. Pero igual la toca.