Que un jefe de las FARC le hiciera eco al canciller de Estados Unidos era una imagen impensable hace muy poco tiempo. Pero fue exactamente lo que ocurrió el miércoles pasado: Iván Márquez, líder de la delegación de paz de esa guerrilla, envió por su cuenta de Twitter el texto en el que John Kerry elogiaba los avances de los diálogos de La Habana. Más que una anécdota, el hecho es elocuente sobre la dimensión de la noticia y sobre la acogida favorable que ha recibido en la comunidad internacional. Kerry no ahorró palabras para dejar en claro que el gobierno de Barack Obama apoya el proceso de paz. Bernie Aronson, enviado especial de Obama a los diálogos, no solamente les da respaldo político sino que los justifica con argumentos que habrían sido inimaginables durante la Guerra Fría. “Este proceso no es para castigar a la guerrilla”, dice, y agrega: “Si hay gente que quiere medir el acuerdo por qué tanto castigo reciben las FARC, entonces sería casi imposible lograr la paz”. El respaldo de Obama es tan sólido que el propio Aronson les ha dicho a los representantes de las FARC en La Habana que no corran el riesgo de posponer las negociaciones hasta cuando haya otro gobierno en Washington. La paz colombiana tiene muy buena acogida en la comunidad internacional. Ha habido varias declaraciones que expresan satisfacción por el acuerdo que alcanzaron los negociadores del gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC. El papa Francisco, en Cuba, habló sobre el proceso de paz y dijo que “no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso”. También llamó la atención la afirmación de Fatou Bensouda, la fiscal general de la Corte Penal Internacional (CPI), quien dijo: “Noto con optimismo que el acuerdo excluye la concesión de amnistías por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad y que está diseñado, entre otras cosas, para poner fin a la inmunidad por los crímenes más graves”. Una afirmación arriesgada, pues es casi un prejuzgamiento sobre el futuro papel de la CPI en Colombia en el sentido de que insinúa que no hay impunidad y que, en consecuencia, no cabría la intervención de ese organismo de justicia subsidiaria. Muy distinta fue la posición de la ONG Human Rights Watch. Su director para las Américas, José Miguel Vivanco, se alineó con el expresidente Álvaro Uribe al afirmar que el acuerdo anunciado la semana pasada “permitiría que los máximos responsables de los peores abusos puedan eximirse de pasar siquiera un solo día en prisión”. Esta fue una postura más bien solitaria. En los medios de comunicación de todos los continentes el encuentro entre el presidente Santos y Timochenko convocado por el mandatario de Cuba, Raúl Castro, recibió amplia cobertura y fue elogiado. De hecho, a Santos le vino como anillo al dedo que la negociación sobre el complejo tema haya culminado justo en vísperas de su viaje a Nueva York para participar en la asamblea general de la ONU. La escala en La Habana le permitió cambiar su discurso, que necesariamente se habría centrado en la incómoda situación con Venezuela. En cambio, presentar en la cumbre de la diplomacia mundial el acuerdo sobre justicia transicional fue una oportunidad dorada. La canciller María Ángela Holguín afirmó que el secretario general, Ban Ki-Moon, “está muy satisfecho, cosa que de verdad le muestra a uno el compromiso de Naciones Unidas en este proceso”. La ONU tiene un enviado especial, Jean Arnault, en la subcomisión de Desmovilización, Desarme y Reintegración. Hasta el momento, el proceso de paz ha tenido la participación de dos países garantes –Cuba y Noruega– y dos acompañantes –Venezuela y Chile–. Posteriormente se han vinculado Ecuador y Uruguay como observadores para el tema de la terminación del conflicto. Y tienen enviados especiales Estados Unidos, Alemania y la ONU. Una participación menor a la que hubo en los diálogos del Caguán. Sin embargo, es muy probable que esta se incremente en la etapa final de las negociaciones y, sobre todo, en la implementación de los acuerdos. Lo que es claro es que por fuera de las fronteras nacionales el discurso de paz del presidente Santos es mucho mejor recibido que en la polarizada opinión pública nacional.