Desde nuestro nacimiento como nación la violencia ha estado ligada a la práctica de la política. A las nueve guerras civiles que el país vivió en el siglo XIX, las siguió la violencia entre liberales y conservadores en el siglo XX, que estalló con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948, en Bogotá. Aunque a finales de los años cincuenta el Frente Nacional buscó poner fin a esta violencia bipartidista, la inexistencia de canales institucionales para expresar el inconformismo social propició la toma de las armas por parte de un sector de la población.Podría leer: Así serían las curules para las FARC en el Congreso El narcotráfico y las economías ilegales provocaron, más tarde, que la violencia se disparara a esos niveles de tragedia humanitaria que el país ha conocido. Esto llevó, incluso, a convertir a Colombia en el único país del mundo en el que en un mismo año (1989-1990) fueran asesinados tres candidatos a la presidencia de la República: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Ha sido tal la relación entre violencia y política en el país, que se llegó a acuñar una expresión eufemística para justificarla: “la combinación de todas las formas de lucha”. El Acuerdo alcanzado en La Habana es por eso tan significativo, porque implica un esfuerzo por romper, definitivamente, el vínculo entre violencia y política que nos ha caracterizado por años. Como ha afirmado en varias ocasiones Humberto de La Calle, jefe negociador del gobierno, “es compromiso de todos que nunca más nadie recurra al proselitismo armado. Y que nadie que participe en política y juegue con las reglas vuelva a ser víctima de la violencia”. El Acuerdo busca construir una nueva apertura democrática para la paz en este aspecto, que brinde las garantías para que política y armas nunca vuelvan a estar ligadas, pero sobre todo, que cree las condiciones para que, en Colombia, todos aquellos que decidan ejercer su derecho a hacer política, sin importar cuáles sean sus creencias, puedan hacerlo sin que los maten.“El corazón de una negociación es el desarme de una guerrilla a cambio de hacer política”El Senador Antonio Navarro Wolf, ex miembro del M-19, grupo que a comienzos de los años noventa abandonó las armas para hacer política, habló con Gobernantes & Posconflicto sobre el significado histórico de que las Farc tome el mismo camino.Usted es un ejemplo de que es posible llegar a hacer política sin armas, ¿Cómo llevó el M-19 ese proceso y cómo podría hacerlo las Farc?Lo primero que hay que decir es que nosotros nos dimos cuenta hace 27 años, y esto es fundamental, de que las armas eran una herramienta ineficaz para conseguir los objetivos que nos proponíamos. Ese reconocimiento por parte de una guerrilla es una condición necesaria, pero no suficiente para lograr la paz. Tiene que haber también una contraparte dispuesta a negociar. Cuando el M-19 encontró ese escenario las Farc aún creían que iban ganar con la lucha armada y por eso fracasó la negociación del Caguán. Hoy, se dieron cuenta que es ineficaz. Uno de los temas más sensibles es la forma en que las Farc llegarían a hacer política… Hay que entender que el corazón de una negociación es el desarme de una guerrilla a cambio de la posibilidad de hacer política y poder ser elegidos. Las ideas políticas seguirán iguales, vigentes, pero cambia el método en el que se busca que una idea se concrete. De eso se trata la paz. Le han metido miedo a la gente de que si las Farc participan en política vamos a llegar el castrochavismo, como si fueran a ganar las elecciones de un día para otro. Las experiencias de América Latina demuestran todo lo contrario ¿cuánto se demoró Pepe Mujica en Uruguay en ganar las elecciones? Más de 30 años, ¿Cuánto se demoraron en El Salvador? ¿Cuánto el M-19? 26 años y no hemos ganado las elecciones aunque lo hemos intentado.De manera que esa idea que si se les da elegibilidad ellos van a ganar de un día para otro, es solo para confundir a los ciudadanos. La verdad es que, yo mismo se los dije a las Farc el año pasado: estoy a favor de que participen en política, pero en unas elecciones no votaría por ellos, no me han convencido. Votar en un plebiscito Sí, no es votar por las Farc, es votar por la paz. Ha dicho anteriormente que ganarse el corazón de la opinión pública es lo fundamental para lograr un buen ejercicio de participación política. ¿Cómo hacerlo en el caso de las Farc? Nosotros entendimos la importancia de ese aspecto desde el primer día y nos dedicamos a hacer actos de paz. En ese momento no nos creían absolutamente nada, había una total desconfianza de lo que iba a ser un proceso de paz después de los fracasos del 82 y 85. Las Farc ahora lo están empezando a entender, pero durante tres años, creyeron que lo que había que hacer era demostrar fuerza para fortalecer su posición negociadora, eso es un acto de guerra que los alejaba más de la opinión pública. Ahora, con el cese de fuego unilateral definitivo, que han cumplido de manera bastante seria, están empezando a entender que lo que viene es depender de la opinión pública, del apoyo de los ciudadanos, pero van despacio. ¿Cree que el incidente que tuvo en Medellín (cuando fue insultado por un opositor del proceso de paz en julio pasado) puede dar indicios de cuánto les costará a las Farc ejercer la política? Lo que me sucedió en Medellín hace parte de los gajes del oficio porque estamos expuestos a la opinión pública. A las Farc les va a costar mucho más que a nosotros recuperarla y ganarse un espacio importante porque tiene una historia más larga donde han ofendido a más gente, han hecho cosas que los han alejado, pero sobre todo porque hay una oposición importante de sectores políticos a las actuales conversaciones de paz. Pero de eso se trata, de buscar el apoyo de la población sin armas. Es un reto.*Por Mónica Jaramillo Arias, periodista de Gobernantes & Posconflicto.