Leonor Cecilia Suárez Reyes era una mujer de carácter. Eso todos se lo reconocerán. El presidente Iván Duque -entonces senador- y el expresidente Álvaro Uribe fueron testigos de su tono al hablar, pero también de su amabilidad y de su cariño, y por eso la recordarán siempre como la mujer que los sacaba del Capitolio.
Álvaro Uribe, fiel a sus costumbres, reunía luego de las plenarias a los integrantes de su bancada para concertar algunos temas del partido o hacer conclusiones de la sesión que finalizaba.
Mientras tanto, Leonor, “doña Leo”, o “Leíto”, como la conocían todos en el recinto, esperaba algo paciente mientras terminaban su pequeña tertulia. Sabía que algo importante debían estar hablando, pero a ella poco le importaban las discusiones políticas, qué proyecto había pasado o cuál se había hundido. Su única preocupación era que todo quedara en orden, apagar las luces, recoger lo que faltara e irse a descansar.
Todos la recuerdan por eso: si no salían al terminar la sesión, apagaba las luces, esa era su forma de anunciarles que ya se debían retirar, que ella ya se iba y que si ella se iba no podía quedar nadie allí. Era la última en salir y la primera en entrar. Y así lo hizo, día a día, desde 1978.
Pero “doña Leo” no solo tuvo esa misión. Algunos recuerdan que cuando las costumbres eran otras, y primaban las buenas maneras, los congresistas no podían entrar al recinto sin su corbata, -así como le sucedió a Pablo Escobar-. Y doña Leo muchas veces se encargó de esa función, de regañarlos y exigirles que por favor tuvieran esa importante prenda para entrar al sagrado recinto de la democracia.
“Leíto” era la guardiana y señora del lugar. Allí donde se han llevado tantas plenarias, votaciones y discusiones en todos estos años. Ese escenario de la democracia que es reconocido por su arquitectura, por sus grandes ventanales, por su techos altos, por ese inigualable frío en las noches y por las pinturas en el techo que son consideradas obras de arte invaluables. Ahora “doña Leo” hace parte de esta historia.
Pero sus objetos de trabajo no tenían nada que ver con los proyectos de ley. Se trataba de una llave, un simple elemento que le daba uno de los mayores poderes y el cual guardaba como un tesoro, porque eso significaba para ella: un tesoro. “Leíto” era la encargada de cerrar el lugar y de abrirlo, por eso esa llave era tan importante, era mágica. Muchos fueron testigos de que en varias situaciones, no importaba qué político fuera, cuántos votos tuviera o de dónde venía, ella debía autorizarlo para entrar, si no abría esas grandes puertas de madera de casi tres metros, nadie podía entrar. Y así era y así todos lo reconocían.
“Ella era como el alguacilillo de las corridas de toros”, dice un periodista que la conoció en estos años. “Leíto” era la que anunciaba la entrada al evento, a la corrida, a la discusión de los proyectos, al debate, al comienzo del ruedo, a los discursos. Pero era la última en irse, y así lo hizo siempre.
Doña Leo tuvo varias misiones, además de ser la ama, dueña y señora de las llaves del recinto. Una compañera que trabajó con ella durante 16 años recuerda que siempre que se encontraban algo, de cualquier senador, el siguiente paso era pasárselo a “Leíto” para que ella, al siguiente día, se los devolviera. “Tenía un carácter fuerte, pero era bueno porque le tocaba mantener al margen de todo”, dice.
Y así lo hizo desde 1978 durante 42 años. Varios recuerdan que en ocasiones un elemento que pensaban perdido aparecía al siguiente día. La culpa era de “Leíto”, que lo había recogido previo a apagar las luces de la plenaria que anunciaban su salida, la salida de todos. También recuerdan que cuando cambiaron los muebles del Senado los cuidaba como si fueran los de la sala de su casa, pero la verdad es que esa era su casa.
Leonor llegaba a las 9 de la mañana, pero cuando había plenaria no sabía a qué hora iba a salir. Podían ser las nueve, las diez, las once, incluso las doce, a veces hasta altas horas de la madrugada. “Doña Leo” poco discutía de política pero sabía qué pasaba cuando llamaban a sesiones extras, o cuando una legislatura estaba a punto de terminar, eso quería decir que la discusión sería larga y no sabía hasta qué hora podría durar.
Pero al momento que el secretario cerraba la sesión y citaba la siguiente, ella ordenaba cerrar los grandes ventanales, ordenar las sillas, recoger lo que hubiera falta, y cuando era necesario, apagar las luces para decirles que ya se debían ir. Esa era su señal, y así la recordarán.
Durante esas cuadro décadas fue la guardiana del recinto. Vio a cientos de políticos pasar una y otra vez por el Capitolio. Algunos tal vez más honorables que otros, pero eso a ella no le importaba, a todos los trataba por igual y todos a ella la trataban con respeto y cariño. No le interesaba si eran de derecha, de izquierda, si tenían cuestionamientos o algún lío con la justicia. Para ella eran simplemente congresistas, quienes habitaban su palacio, y todos tenían algo en común: confluían en el lugar que debía resguardar.
En el Centro Democrático la recuerdan con mucho cariño. “Me duele el fallecimiento de Doña Leo, quien ejerció por décadas en el Senado de la República como Administradora del recinto plenario. Nunca olvidaré su gran condición humana y su amistad, que guardo con cariño. A su familia mis condolencias y solidaridad”, dijo el presidente Iván Duque al enterarse de la noticia.
“Sufría porque cuando se acababan las plenarias la bancada se quedaba al final, hacíamos reuniones, y ella nos apagaba las luces, porque ya tocaba irse”, le dijo a SEMANA Ruby Chagüi.
“Cuando era enlace del ministro del Interior y de Justicia, doña Leo era la que le permitía a uno entrar al recinto y muchas veces por ejemplo ella le guardaba la comida a uno, que llevaban del Ministerio. Y algo muy chistoso es que ‘doña Leo’ era la única que echaba a Uribe”, recordó Edward Rodríguez.
Pero la verdad es que no solo les guardaba almuerzo a los “doctores”, también pensaba en sus compañeras y las tenía en cuenta para que consiguieran su plato, así lo recuerdan sus amigas.
Dicen que cuando los congresistas de las Farc llegaron al Capitolio, una de las primeras eminencias en presentarles fue a “doña Leo”. Ellos de entrada notaron que con su carácter y su amabilidad singular era una persona fundamental en el recinto y con la que podían despejar todo tipo de dudas. Y así pasaba con todos los políticos de todos los partidos.
En el Congreso hay personajes invisibles que llevan años cumpliendo una función específica pero que por las discusiones del día a día no llegan a ocupar las portadas de los periódicos ni están en los titulares de la prensa en las redes. No es fácil tener una foto de ella porque no le gustaba que la retrataran, así lo recuerda uno de los fotógrafos del Congreso.
Pero sin duda personas como “Leíto” logran que con su trabajo la democracia y los que sí ocupan los titulares a diario puedan funcionar, muchas veces en tareas que parecen sencillas pero que son las más sacrificadas, y hasta las más importantes, las que más conllevan responsabilidad. Esa era una de las tareas de Leonor, ese fue su papel y ese será su legado para el país.
Este año los congresistas poco han ido al recinto por la pandemia. Pero cuando vuelvan, cuando todo sea normal, el panorama será distinto. Ya no estará “doña Leo” para abrirles las puertas, cuidar sus objetos y apagar las luces. Ahora, luego de 42 años, las plenarias no comenzarán igual.