Pedro Gómez solía decir que haber sido colegial de la universidad era el gran orgullo de su vida. Era rosarista hasta la médula, y el día en el que logró la mayor distinción académica de este claustro, recibió el consejo que lo hizo alcanzar todo lo que se propuso.

Había entrado a la universidad con mucho esfuerzo y debía trabajar como celador nocturno para asistir al otro día a sus clases de Derecho con apenas pocas horas de sueño. Su hermano Miguel, que vivía en Estados Unidos, orgulloso de lo que había logrado, le envió una carta que tenía un único consejo: haz amigos. 

El gran constructor del país se preciaba de que sus amigos habían sido el motor de los grandes logros que tuvo en su vida y de las ejecutorias en el urbanismo, la filantropía, la política y la educación que cambiaron en buena parte a Colombia. De hecho, así contaba la historia de la obra que lo llevó a la inmortalidad, Unicentro.

Pedro Gómez Barrero. | Foto: Juan Carlos Sierra

Tras un fugaz paso por la carrera de Derecho, Gómez comenzó a soñar con levantar una ciudad diferente. Trabajó en Mazuera y luego decidió independizarse. Llegaba con su empresa a terrenos que se consideraban casi inservibles y los transformaba. Una de sus primeras obras fue Entre Ríos, en la calle 80. Lo que era un lodazal terminó como un idílico conjunto de casas y apartamentos lleno de parques.

Desde ahí, Gómez tenía una obsesión: construir una ciudad dentro de la ciudad. Y este sueño fue Unicentro. El centro comercial se fundó en 1976, pero tiene una larga historia de esfuerzo detrás y, sobre todo, de amistad. Él ya era un constructor importante, pero la magnitud de lo que quería era enorme. Colombia nunca había visto algo semejante: un centro comercial con 1.200 parqueaderos, 1.600 viviendas y Plenitud, un complejo de 342 departamentos para la tercera edad, con plazoletas e iglesia. 

Un terreno en el norte era perfecto para este plan. La dueña, Gloria González de Esguerra, acababa de donar el terreno para hacer la clínica Santa Fe y decidió dejarle 24 hectáreas con una cuota inicial de 5 millones de pesos. Pedro Gómez no tenía este dinero, pero fue donde el entonces muy poderoso Jaime Michelsen.

Pedro Gómez Barrero, banquero colombiano. | Foto: Juan Carlos Sierra

El banquero le preguntó con qué podía respaldar su deuda y Pedro Gómez solo atinó a responder: “Con mi firma”. Michelsen había sido su compañero en el Rosario y solía pedirle fiado para invitar a su novia a cine. Decidió prestarle la plata, a pesar del consejo negativo de sus asesores del banco.

Unicentro cambió a Colombia y la manera en que el comercio se desarrolló a partir de ahí fue enorme. El modelo se replicó en otras ciudades y Pedro Gómez siguió construyendo. El centro comercial Andino, la reestructuración del hotel Casa Medina e innumerables conjuntos residenciales como Metrópolis, Calatrava, Antigua, Atabanza, el Recreo de los Frailes, Usatama, Icatá y Sindamanoy se le deben a él. Gracias a este modelo, millones de niños en Colombia crecieron llenos de parques.

Pero Gómez fue importante en muchos más aspectos de su vida. Muy pocos saben que su papel fue estructural en una de las peores tragedias que tuvo el país: la avalancha de Armero. El empresario dejó tirada su compañía y fue el líder de la reconstrucción de esa región. También fue embajador en Venezuela en una época de mucha controversia con el país vecino y solucionó el famoso incidente diplomático de la corbeta Caldas.

Pedro Gómez Barrero. | Foto: Juan Carlos Sierra

Su amor por la educación lo hizo ser un gran referente en este sector en el país. Fue hijo de una maestra de escuela, y en gran parte en honor a ella creó el Premio Compartir al Maestro, que dignificó el trabajo de los docentes en el país. Su fundación Compartir construyó barrios y escuelas en todo el país. Vivió, sin embargo, dos momentos muy difíciles en su vida que él llamaba “mis desastres”. Quebró en la crisis de 1999.

La empresa perdió el 84 por ciento de su patrimonio y el empresario tuvo que despedir a sus casi 3.000 empleados y vender sus propiedades más valiosas, entre estas un avión privado y dos cuadros de Botero. Después, revivió como el ave fénix gracias a un proyecto que hizo en Panamá, años después.

Pero en la última parte de su vida vio el cierre de su empresa, que colapsó por cuenta de que, a punta de tutelas y recursos judiciales, se enredaron tres de sus proyectos: una nueva etapa en Sindamanoy, un conjunto en La Felicidad y un exclusivo proyecto llamado Serranía de los Nogales. Tras esos tropiezos, él mismo decidió cerrar la empresa, pues decía que no quería dejarles a sus hijos este dolor de cabeza. Ellos y su esposa Piedad eran su gran orgullo y la felicidad de su vida.