En el 2007, cuando William Brownfield fue acreditado como embajador de Estados Unidos en Colombia, se reconocía por su amplio conocimiento de América Latina y por su desempeño en la lucha antidrogas. También se sabía de su tortuosa relación con Hugo Chávez cuando ocupaba la embajada de Estados Unidos en Venezuela. Una de sus últimas actuaciones en ese país, fue cuando mandó estampar una camiseta roja con la frase “¡Uh, Ah! Brownfield sí se va”. Era una parodia de la frase “¡Uh, Ah! Chávez no se va”, acuñada en ese entonces por el mandatario de Venezuela para promover un referendo que permitiera su reelección. Otra vez Brownfield se va, este 15 de agosto, pero probablemente no se trata de una partida amarga. Hoy el embajador saliente es un diplomático popular que sirvió de vaso comunicante en la sólida relación entre Estados Unidos y Colombia. Brownfield se retira del cargo lamentando que el Tratado de Libre Comercio no haya sido ratificado durante su gestión, pero convencido de que Colombia ha mejorado en la protección de derechos humanos y en la recuperación de la institucionalidad del Estado. El embajador, seguramente, será recordado por su jovialidad, que le sirvió de estrategia diplomática para tener una buena relación con funcionarios del gobierno colombiano y los periodistas. Durante su permanencia en Colombia fueron liberados los tres estadounidenses secuestrados por las Farc, extraditados varios ex jefes paramilitares y narcotraficantes, y diseñado un polémico acuerdo que permite el uso de bases militares a las tropas norteamericanas. En su gestión también se redujo el presupuesto del Plan Colombia, programa de Estados Unidos para combatir el narcotráfico y la insurgencia en Colombia y se suspendió la ayuda de ese país al DAS, debido a los escándalos por interceptaciones ilegales. En su lugar, llegará a Colombia Michael Mckinley, quien viene de ocupar la embajada de Estados Unidos en Perú. El nuevo embajador fue nombrado por el presidente Barack Obama y ratificado, el pasado 5 de agosto, por el Senado de los Estados Unidos. Entre los proyectos de la embajada que se convierten en retos para el diplomático entrante están: la aceptación del acuerdo de las bases militares y la aprobación del Congreso estadounidense del Tratado del Libre Comercio. Países muy amigos Para algunos analistas, Colombia sigue siendo el mejor amigo que tiene Estados Unidos en la región, aunque ya no ocupa el lugar en la lista de prioridades de la política norteamericana, preferencia que tenía cuando la lucha antinarcóticos encabezaba los intereses de ese país. “Aunque Brownfield buscó una relación amigable y trató de comunicar bien las decisiones de su gobierno, hoy Colombia tiene un bajo perfil ante el gobierno de Barack Obama”, explica Horacio Godoy, director de la Maestría de Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte. Para el senador Juan Manuel Galán, que durante el período 2006-2010 integró la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, la pérdida de interés en Colombia se expande a América Latina. “El presidente Obama aún no ha hecho lobby latinoamericano”, explica. Por su parte, el analista de seguridad Jairo Libreros aplaude la gestión de Brownfield por no haber dejado sola a Colombia en la región. “Logró mantener la ayuda política y militar de Estados Unidos a Colombia. En un vecindario tan complicado, Brownfield fue un interlocutor válido ante el Ejecutivo norteamericano y el Congreso. No dejó aislada a Colombia en América Latina y hubo un flujo de dinero importante”, precisa. Libreros agrega que la llegada de Brownfield a Colombia “cayó mal” en Nicaragua, Ecuador, Venezuela, y Bolivia, ya que representaba claramente los intereses estadounidenses en América Latina. Personalidad diplomática Su chispa para hablar ante las cámaras de televisión y esquivar preguntas mediante respuestas jocosas son las razones que perfilan a Brownfield como un embajador carismático y mediático, cualidades que en su caso parecen ser estrategias diplomáticas. Para la senadora Alexandra Moreno Piraquive, integrante de la Comisión de Relaciones Exteriores, la personalidad de Brownfield “fue el puente de amistad entre el diplomático y el gobierno de Álvaro Uribe”. “El embajador es chistoso. A punta de retórica daba la impresión de cuál era el grado de discreción en algunos temas”, recuerda el senador Juan Manuel Galán. Para algunos expertos, Brownfield actuó de acuerdo con el limitado poder que le confiere el gobierno estadounidense a su cuerpo diplomático. “Aunque era sociable, coloquial y llamativo mediáticamente, y además conocía los problemas de la región, no lo vi jugando un papel protagónico”, asegura el docente Godoy. “Brownfield fue bien recibido en Colombia. Se sabía que además de tener acceso a las altas esferas del Estado, tenía la gracia suficiente para poder distensionar... La diplomacia norteamericana es seria, pero el embajador es simpático”, explica Libreros. Cambio de jefe De acuerdo con Horacio Godoy, en la transición del jefe de gobierno estadounidense, de George Walker Bush a Barack Obama, se han percibido cambios que le restan prioridad al tema de las drogas. En este asunto la intervención de Brownfield fue restringida. “El Plan Colombia está más en la política del gobierno norteamericano, que en manos del embajador”, dice el analista. Con el acuerdo que permite el uso de bases militares en Colombia al Ejército estadounidense, y la reducción del rubro del Plan Colombia, se presentaría aparentemente una contradicción. La pregunta es: ¿Cómo fungió William Brownfield en estos hechos? “Él no hace política. Todo depende de lo que decida el gobierno norteamericano, al que no le preocupa tener bases en el exterior, pero sí acceso cuando las llegue a necesitar”, explica Godoy. El tiro al blanco Para algunos políticos como el senador Galán, uno de los puntos más relevantes del balance de Brownfield es la cooperación de Estados Unidos con la justicia colombiana en el proceso a los paramilitares extraditados. Esa cooperación consiste en el traslado de los jefes paramilitares a la misma cárcel en Miami para hacer más expedito el acceso a la verdad por parte de las víctimas, en las diligencias del proceso de Justicia y Paz. “Lo que pasó con los paras es una luz de esperanza porque representa el respeto de Estados Unidos a los acuerdos con Colombia”, dice el congresista. “En los dos últimos años se facilitaron más de 120 entrevistas y versiones libres para 15 ex miembros de las Autodefensas, y se ha permitido a más de 3.000 víctimas la oportunidad de ver y escuchar las declaraciones de esos extraditados”, dijo Brownfield es una entrevista con el programa de televisión El Radar. Por su parte, Libreros destaca como mayor acierto la suspensión de cooperación económica norteamericana al DAS, “le quitó oxígeno al DAS”, precisa. El analista se refirió a la consecuencia de los escándalos de espionaje por parte del organismo de inteligencia a magistrados, periodistas y opositores al gobierno de Álvaro Uribe, que acabó de terminar su período. Por otro lado, los desaciertos del diplomático se debieron a sus declaraciones imprudentes que algunos calificaron como intromisión en asuntos internos de Colombia. No obstante, estos episodios no pasan de ser anecdóticos. “El embajador hizo declaraciones despectivas y desafortunadas al desautorizar a la justicia colombiana”, explica Galán. El congresista se refiere al capítulo en el que la Corte Suprema de Justicia desautorizó la extradición del guerrillero Alexander Farfán, alias ‘Gafas’, uno de los responsables del secuestro de los contratistas estadounidenses Keith Stansell, Marc Gonsalves y Thomas Howes. La decisión de la justicia incomodó al gobierno estadounidense, que envió una nota de protesta a la Cancillería colombiana. Brownfield dijo no entender las decisiones de la Corte, “estamos dispuestos a mandar un equipo para consultar con las autoridades judiciales de Colombia, para entender cómo es que los dos sistemas legales de Colombia y de Estados Unidos llegan a conclusiones distintas”, dijo en ese momento. Después, el propio embajador pidió perdón a las autoridades colombianas por lo que fue considerado una intromisión en los asuntos internos de Colombia. “Si cualquier comentario mío, cualquier palabra mía, ha producido confusión en eso, acepto mi responsabilidad, me disculpo y ojalá que la Corte Suprema acepte mi disculpa personal”, confesó públicamente. Para el internacionalista Godoy, las intervenciones del embajador fueron “exabruptos” que no corresponden a las funciones de un diplomático. Otros creen que Brownfield se sobreexpuso, se “sobreactuó en algunas oportunidades y se convirtió en el protagonista de programas de opinión humorísticos, eso lo dice todo”, expresa el analista Libreros. Nuevos protagonistas Algunos piensan que en el gobierno de Juan Manuel Santos se dará un viraje en la relación con Estados Unidos. A diferencia del ex presidente Álvaro Uribe, los internacionalistas creen que la política exterior de Santos será más diversificada. Es decir, que aunque tendrá una buena relación con el país norteamericano, mirará a otros países y consolidará la relación con las naciones vecinas. Para la senadora Moreno, la relación de Colombia y Estados Unidos no depende de los nuevos personajes en el panorama diplomático, sino de los intereses del país norteamericano. “El radar sólo se moverá con un cambio en la política norteamericana”, precisa Moreno. Otros expertos vislumbran la esperanza de que Santos y Mckinley fortalezcan aún más la relación de confianza entre ambos países. Godoy piensa que el equipo diplomático designado por Uribe en Estados Unidos no fue el mejor, mientras confía en que en el mandato de Santos se optimizará la carrera diplomática desde Washington. “Uribe falló con Carolina Barco y Andrés Pastrana. No conocían cómo se hacía la política en Washington. Santos tiene más conocimiento del público internacional, por eso Gabriel Silva sí es un excelente embajador”, agregó. Brownfield abandona el país con un deseo incumplido: la ratificación del Tratado de Libre Comercio. Su realización, prevé, se dará en menos de un año, cuando el nuevo embajador, Michael McKinley, esté en posesión de su cargo.